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Los holandeses llevan décadas luchando por alejar el agua: ahora intentan retenerla

La peor sequía del siglo plantea a los Países Bajos un nuevo reto, el de almacenar los recursos hídricos

Sequia Paises Bajos
Barcos de recreo sobre el fondo seco de la Marina de Beusichem, este verano en Países Bajos.Michel Porro (Getty Images)
Isabel Ferrer

En un lugar como Países Bajos, acostumbrado a protegerse del mar, hablar de gran sequía suponía remontarse a 1976, fecha que pasó a los anales como el año más seco del siglo XX. Con el cambio de clima, sin embargo, 2022 ocupa ya esa plaza en lo que llevamos del siglo XXI, según el Real Instituto Meteorológico (KNMI, en sus siglas neerlandesas). La falta de lluvia y los efectos de la evaporación quedaron patentes durante el verano, con estanques y ríos consumidos, prados amarillentos y árboles y arbustos muertos. Pero el mayor problema radica en las aguas subterráneas, que no se reponen con unos pocos aguaceros. La situación se vuelve estructural por falta de recarga hídrica natural, y ello entorpece las labores agrícolas, daña la naturaleza y repercute en la economía. En agosto pasado, el Gobierno declaró oficialmente que había “escasez de agua” y pidió mesura en su uso a la ciudadanía. El KNMI señala que las precipitaciones no han recuperado su ritmo habitual, y sus expertos calculan que en las próximas décadas dicha tendencia será más acusada. La gestión del agua, una tarea llevada a cabo con tanta precisión como constancia por los holandeses, pasa ahora por almacenarla para su uso posterior. Y esto es un reto de otra índole.

Con un 60% del territorio susceptible a las inundaciones, y un 26% del país bajo el nivel del mar, los diques, dunas y compuertas suman 3.500 kilómetros de línea de defensa principal frente a las embestidas del agua. Su mantenimiento y renovación es una tarea constante, y la gestión no suele generar diferencias políticas. Antes al contrario, conforma la imagen clásica del país en su lucha contra el agua: hay que repelerla, drenarla, bombearla, achicarla, si es preciso, para mantener un paisaje creado casi a mano. Al mismo tiempo, avanza un cambio climático que alterna sequías con grandes lluvias que desbordan los ríos, y la mayor temperatura provoca la subida del nivel del mar. Este verano de 2022 ha sido el más caluroso de Europa hasta la fecha, según el registro llevado a cabo por el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, en nombre de la Comisión Europea. “De modo que ya no podemos seguir drenando toda el agua y dejar que se vaya libremente al mar, para mantener la tierra seca. Hay que utilizarla de forma más adecuada”, dice, al teléfono, Maarten Kuiper, hidrólogo de la compañía de ingeniería Dareius.

Los periodos de sequía marcan aún más si cabe las dos partes geográficas de Países Bajos. Se trata de los terrenos de zonas altas —situadas al este y el sur— y las zonas bajas —ubicadas al norte y el oeste—. No corresponden a una lógica de arriba (norte) y abajo (sur) con el mapa en la mano, “y en las partes bajas, los suelos de arcilla y turba se hunden más deprisa con el cambio de clima porque el agua subterránea se seca”, explica Kuiper. La turba es el carbón formado por la descomposición de vegetales, y la acción humana y el clima causan el declive del suelo. En su estado natural, las turberas protegen también el almacén de agua dulce del país, necesario para los cultivos y el agua de consumo humano. “Pero la turba se seca cada vez más en verano y la tierra se hunde, y la diferencia entre el nivel del suelo y el nivel del mar es mayor. Debido a ello, hay mayor salinización, porque el agua marina entra por vía subterránea en los pólderes de las zonas bajas, y necesitamos mucha agua dulce para limpiarla. Y en verano no tenemos tanta”, dice. Un pólder es el terreno desecado y habitable donde hay también cultivos, “y en las zonas bajas hay más peligro de inundación no solo por el hundimiento del suelo y la subida del nivel del mar, sino también por los cambios en el caudal fluvial”. “Hay que pensar en el futuro de los diques y en dónde construiremos más casas”, sigue el experto. No será fácil, porque el oeste del país está en la zona baja —con ciudades como Róterdam y Ámsterdam— y es una zona densamente poblada de gran actividad económica. “Me pregunto si edificaremos más y más en las regiones de la parte de tierra alta del país, donde ahora vive menos gente. Para eso, será necesario un cambio social, y es preciso construir siguiendo el ciclo circular del agua”, que se reutiliza y recupera.

En el centro de Países Bajos hay un lago artificial, el IJsselmeer. Fue creado en 1932 a base de cerrar el mar interior (Zuiderzee) con un dique llamado Afsluitdijk, y sirve de reserva de agua dulce para el consumo humano y la agricultura. “El agua fluye hacia las zonas bajas porque el lago está un poco más alto que los pólderes, pero el lago está conectado con los ríos que lo alimentan, y esa descarga está bajando durante el estío. En el futuro, tendremos que decidir cómo guardar el agua, así como preservar su calidad”, apunta Kuiper. Una de las posibilidades barajadas por el Gobierno es subir el nivel del IJsselmeer y hacerlo más dinámico. El flujo es controlado por las autoridades que gestionan las aguas. Aunque suene sencillo, ello implicaría reforzar los diques actuales. Otra opción sería, según él, optimizar el uso de otras aguas, como las residuales. “El municipio y las autoridades pertinentes las recogen, depuran y lanzan al mar. Con unas pocas adiciones, podrían usarse para la agricultura y la industria. Y, claro, tendríamos que ser capaces de usar mejor el agua para vivir con menos”.

Matthijs Kok, experto en la evaluación y gestión de los riesgos de inundaciones, en la Universidad Tecnológica de Delft, considera que es preciso afrontar sin dilación la posibilidad de que haya menos agua en el futuro. A pesar de las grandes inundaciones registradas al sur de Países Bajos en 2021, “el agua que está disponible en el nivel freático en las zonas altas de Países Bajos -cerca de un 40% del país- durante el verano, tendrá que ser mejor almacenada dentro de la tierra para que sirva durante las sequías”, asevera. También aboga por modificar en parte el uso del suelo, “tal vez en un 5%, y pasar a tener más naturaleza y menos parcelas agrícolas, para mantener mejor el manto freático”. Hay experimentos del Instituto para la Investigación del Agua (KWR, en sus siglas neerlandesas) con suelos más húmedos donde pueda crecer, por ejemplo, la espadaña. Es una planta herbácea que puede utilizarse como material de construcción. La peor sequía desde el punto de vista de la evaporación fue la de 1976, pero ahora los periodos secos son más frecuentes. “En el pasado, podía ocurrir una vez en 20 años. Ahora, quizá veamos uno en cada década, de promedio, y hay que preservar el equilibrio entre estar a salvo y el agua que tenemos. A veces no hay suficiente para la agricultura, y los granjeros están ya bajo presión para reducir la cabaña ganadera porque las grandes explotaciones no son sostenibles. El uso de la tierra no puede separarse del cambio de clima, y las grandes necesidades del campo pueden cambiar en el futuro”, apunta.

Imagen tomada con un dron el pasado mes de agosto en Beusichem, Países Bajos.
Imagen tomada con un dron el pasado mes de agosto en Beusichem, Países Bajos.Remko de Waal (EFE)

Hasta la fecha, las etapas de sequía no han modificado en gran medida el volumen de agua que Países Bajos lanza al mar. Y eso es algo que Bas Jonkman, catedrático de Ingeniería Hidráulica en la misma universidad de Delft quiere subrayar. “Incluso durante el pasado verano seco, la descarga al mar del Rin fue de 700.000 litros por segundo. Eso hay que cambiarlo”. Le parece difícil a corto plazo, pero indica que a partir de 2050, “necesitaremos una solución que proteja de la subida del nivel del mar y permita el almacenaje de agua dulce, y contenga la entrada de agua salada”. Una de las ideas evaluadas es la construcción de una presa cerca de Róterdam, cuyo puerto es el mayor de Europa. Sus instalaciones tienen una conexión abierta con el Mar del Norte por un canal de navegación que es la desembocadura artificial del río Rin. Franquea el paso de los barcos y le permite competir con el puerto belga de Amberes, que presenta un enlace similar con el mar a través de río Escalda.

Jonkman dice que ante la mezcla de cambio de clima, sequía y subida del nivel del mar, “se puede ser pesimista, y decir que en los próximos años será mejor no construir casas en el oeste del país, proclive a las inundaciones”. “Yo prefiero un enfoque más optimista. Se espera una subida del nivel del mar de un metro en este siglo, y creo que se puede contener. Pueden actualizarse las estaciones de bombeo y elevar la altura de los diques dos o tres metros sin necesidad de sustituirlos”, cuenta. Para apoyar su tesis recuerda que, desde los años cincuenta, las defensas contra las tormentas se han subido ya 5 metros en Zelanda, al suroeste del país. “Un metro más es factible, sin olvidar que ya se ha dado más espacio a los ríos para que puedan inundar, de forma controlada, zonas designadas, evitando desbordamientos”. En 1953, unas desastrosas inundaciones provocadas por una tormenta del noroeste combinada con una marea viva, causaron 1.836 muertos en Países Bajos. También se ahogaron decenas de miles de animales, y es el mayor desastre natural holandés del siglo XX.

La posible presa de Róterdam cambiaría el equilibrio natural en los alrededores de la ciudad, en particular en el parque natural de Biesbosh, un importante humedal, “y habrá que ver si es aceptable, aunque está claro que necesitamos un plan si suben el mar y el caudal de los ríos”, recuerda Matthijs Kok. Se pregunta si habrá tiempo suficiente para aplicar las medidas necesarias, y califica la situación actual de “reto, aunque sabemos desde hace 15 años que este problema se acerca”. “La tendencia política esa adaptarse, pero ello puede implicar que se pospongan grandes medidas que requieren tiempo para su aplicación”, recalca. Bas Jonkman coincide en la necesidad de que la gente cambie de actitud, “porque se tiende a pensar que ya pagamos impuestos y el Gobierno se ocupa de todo”. Ambas zonas, la alta y la baja, tienen problemas, ya sea por culpa del mar o de los grandes ríos, “y se pueden hacer muchas cosas, desde construir de otro modo a concienciar en las escuelas de que el cambio de clima no es un modelo de ordenador, sino una realidad”, afirma este ingeniero.

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