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La agonía de la rana pirenaica

Los ejemplares del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido se encuentran en estado crítico infectados por un virus que se multiplica por el efecto del cambio climático

Esther Sánchez
Ejemplar de rana pirenaica
Ejemplar de rana pirenaicaJaime Bosch (CSIC)

Corren malos tiempos para la rana pirenaica (Rana pyrenaica), un pequeño anfibio pardo emblemático del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, donde se descubrió en 1990. Su estado es crítico, atrapada entre un ranavirus, que se multiplica con el aumento de temperatura debido al cambio climático, y un hongo que la debilita aún más. La mortalidad es masiva y en el parque se han encontrado multitud de ejemplares muertos, sobre todo de larvas, pero también de adultos, juveniles y recién metamorfoseados. Las pruebas PCR que se les practicaron señalaron al culpable: la ranavirosis, una enfermedad muy cruel que provoca que el tejido se necrose, se caigan partes del cuerpo y se deshagan los órganos internos, describe el científico del CSIC Jaime Bosch. El 90% de la población de rana pirenaica, endémica de los Pirineos y catalogada en peligro por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), vive en el Alto Aragon, en alturas de entre 1.000 y 1.700 metros. El resto se distribuye en algún pequeño núcleo en Navarra y Francia.

“Es un problema del cambio climático, porque hemos secuenciado los virus y son autóctonos, así que la especie podría luchar al haber convivido con ellos siempre, pero con el aumento de las temperaturas el ranovirus se dispara”, aclara Bosch. El Observatorio Pirenaico de Cambio Climático (OPCC) indica que los Pirineos se enfrentan a un incremento de temperatura de 1,2 grados centígrados desde 1950, un 30% mayor que la media mundial, que se encuentra en 0,85 grados.

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Bosch se topó con los primeros ranavirus en 1994, cuando estudiaba una gran mortandad de sapo partero común (Alytes obstetricans) en el ibón de Piedrafita, cerca de Sallent de Gállego (Huesca). “No sabíamos lo que era, lo llamamos síndrome de la pata roja porque tenían hemorragias en esa parte del cuerpo”, rememora. Luego supieron que era un ranavirus y que las hemorragias las provocaban unas bacterias oportunistas que se aprovechaban de la debilidad de los ejemplares enfermos.

Desde entonces, el ranavirus ha avanzado de forma imparable y no se ha encontrado ningún tratamiento que funcione. “No podemos ni tratarlos en el laboratorio, algo que sí hemos conseguido con el hongo que provoca la quitridiomicosis [otra de las enfermedades emergentes que está acabando con los anfibios] aplicando fungicidas”, comenta. “¿Cómo paras el cambio climático?”, se pregunta este investigador, que considera que la única solución que se puede adoptar con la rana de Ordesa es buscar lugares donde puedan vivir con una temperatura más fresca, y crear allí poblaciones.

Francisco Villaespesa, jefe de conservación del parque nacional, explica que están tratando de manejar las variables que sí están a su alcance, porque poco pueden hacer frente al imparable aumento de la temperatura. El declive de la especie es tal que van a poner en marcha un programa de conservación ex situ “con la recogida de puestas en el campo para conseguir subadultos en cautividad e introducirlos en el medio”. Además, se mantendrán en cautividad individuos reproductores para soltar sus crías. La Asociación Herpetológica Española desarrollará este plan que ya tiene un presupuesto aprobado. En el parque nacional también se han recuperado charcas y retirado truchas introducidas en la cabecera del río Arazas para evitar que peces se coman las larvas de las escasas ranas.

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A Bosch le preocupa el resto de las poblaciones que alberga Aragón, a las que no se monitoriza como a las del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. “No sabemos cómo están”, puntualiza. En el mundo hay cinco variantes de ranavirus y en España se ha detectado una rama autóctona y otras introducidas, “que han llegado a los anfibios a través de peces con los que se han repoblado los ríos para la pesca durante décadas”. “Como los peces son asintomáticos no se sabe que son portadores y expanden el virus”, añade el científico del CSIC. Los reptiles también se contagian y “hemos observado mortalidades de serpientes acuáticas y galápagos de agua”.

En Navarra, la otra comunidad española con población de rana pirenaica, la situación es mejor y no se han detectado hasta ahora mortalidades masivas, indica Alberto Gosa del departamento de Herpetología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. En los censos de anfibios que realizan desde 2011, sobre todo en la Selva de Irati, han localizado virus y hongos emergentes “porque están por todos lados”. “Pero se necesitan datos de un periodo mayor de tiempo para conocer si las poblaciones están en declive o no, porque los anfibios fluctúan mucho de manera natural”, advierte. En el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido se recopila información desde hace más de 20 años, lo que permite obtener una visión más completa del problema.

Los anfibios parten de una situación muy delicada, son los vertebrados más amenazados del mundo con el 40% de sus especies catalogadas en diferentes grados de peligro por UICN. A la destrucción de su hábitat se han unido las enfermedades emergentes, que se han convertido en la amenaza más preocupante al provocar declives y extinciones de poblaciones y especies por todo el mundo, concreta Bosch. La globalización está acelerando su dispersión, y el comercio internacional y la introducción de especies exóticas son los caminos actuales de transmisión, concreta la web SOSanfibios.org, que pretende concienciar sobre los problemas de estos vertebrados. “Los ciudadanos tienen que conocer la existencia de las enfermedades y evitar su dispersión liberando al medio mascotas como anfibios y reptiles que se compran en las tiendas y pueden estar infectados”.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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