‘Los hijos de Hansen’ y la marginación social provocada por la lepra
Tuvieron que pasar años para que una combinación de antibióticos bactericidas lograse erradicar la enfermedad de la lepra. Con todo, aún pervive en nuestro imaginario como una enfermedad que deforma el rostro y las extremidades de quien se contagia

La lepra, con sus nódulos, pústulas y deformidades, se ha venido alimentando de leyendas y películas como Papillon, Ben-hur o Yomeddine, más actual, donde el protagonista nos enseña que bajo las cicatrices de la enfermedad se oculta la úlcera abierta de un niño abandonado en una leprosería egipcia.
Se trata de una infección compleja que es provocada por Mycobacterium leprae, bacilo con forma de bastón que se contagia a través de las gotas de saliva que quedan en el aire. Además, tarda tiempo en manifestarse. El periodo de incubación suele ser de tres a cinco años, pero el intervalo puede abarcar un plazo tan poco concreto que va de los seis meses hasta los diez años, por lo cual se hace difícil precisar cuándo tuvo lugar el contagio. Lo único que se sabe es que, cuando ocurre, los tejidos se ulceran.
Hasta hace poco no había vuelta atrás. La víctima de la lepra se convertía en un ser marginal, apartado por miedo a un contagio que traspasaba las fronteras de la enfermedad fisiológica, desencadenando la enfermedad social. Sin ir más lejos, hace cien años, las leyes españolas obligaron a la exclusión social de los leprosos. De esta manera, el estigma de la lepra se llevaba en compañía de otras personas atacadas por el mismo mal y confinadas en leproserías.
La última abierta en Europa —y que aún sigue en activo—, se encuentra en Fontilles, Alicante, donde en los años treinta la gente llegaba para morir viendo como sus extremidades quedaban cercenadas por un bacilo cruel que no respeta la vida.
Una gota de lepra era lo más parecido a un pasaporte al infierno. Tuvieron que pasar los años para que una combinación de antibióticos bactericidas lograse erradicar la enfermedad. Con todo, la lepra aún pervive en nuestro imaginario como una enfermedad que deforma el rostro y las extremidades de quien se contagia. Hace poco se publicó en castellano la novela Los hijos de Hansen (Armaenia), escrita por el periodista Ognjen Spahić (Montenegro, 1977) y donde nos describe en primera persona el ambiente opresivo de una leprosería rumana a comienzos de 1989.
En uno de los capítulos hace una reflexión histórica cargada de peso material científico cuando critica las traducciones del hebreo de la Biblia, diciendo que la palabra tzaraat no se refiere a la lepra. Es más, cuando en la Biblia se habla de la lepra como enfermedad que deja la “piel blanca como la nieve”, en realidad no se está hablando de lepra, sino de vitiligo, enfermedad que se produce cuando las células epidérmicas suspenden la producción de melanina. De esta manera, Ognjen Spahić nos va ilustrando desde tiempos remotos en los que los leprosos caminaban con grandes cruces amarillas cosidas en el pecho. Entre líneas, hace una crítica al nazismo y a los regímenes totalitarios que marginan y apartan socialmente a unas personas de otras.
Porque Los hijos de Hansen es algo más que la historia de un hombre enfermo de lepra. Es la historia de la gente despreciada por aquella otra gente que tiene miedo al conocimiento y que, en su ignorancia, proyecta la discriminación como atributo político. Conviene recordar la figura del venezolano Jacinto Convit, el doctor que logró aislar el bacilo con una vacuna y que llegó a pedir el cierre de las leproserías en sudamérica.
Con ello, los enfermos recuperaron su dignidad. Se empezó a tratarlos como seres humanos aquejados de un mal que hoy tiene cura.
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