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La locura como juego; más allá del Quijote y de las novelas de Pérez Galdós

En los tiempos de Galdós aún no se había puesto la mirada crítica sobre la manera de encarar la mal llamada locura. En los centros psiquiátricos se empleaban métodos poco ortodoxos, algo que, por otra parte, no era algo original de nuestro país

Montero Glez
Grabado de mujeres con enfermedades mentales almorzando en el conocido popularmente como el manicomio de Leganés, 1872.
Grabado de mujeres con enfermedades mentales almorzando en el conocido popularmente como el manicomio de Leganés, 1872.Martínez de Velasco, E.

Con el último libro de Mario Vargas Llosa titulado La mirada quieta (Alfaguara) nos adentramos en el vasto territorio de la obra de Benito Pérez Galdós, un autor que en los últimos tiempos ha sido reivindicado como modelo de novelista a destacar en lo que se refiere a la recreación de ambientes y construcción de personajes.

Con todo, hay veces que al Nobel peruano le parece que Galdós es más pesado que el propio abrigo que se gastaba el escritor canario. Por estas cosas, el libro de Vargas Llosa viene con la polémica cosida a sus páginas; asunto para celebrar, pues donde hay discusión hay discurso.

Vargas Llosa terminó de componer el mapa de la obra galdosiana durante el confinamiento y, aunque uno presente distancias en algún que otro renglón, no deja de ser un trabajo de calibre acerca de una de las grandes figuras de nuestras letras. Una de las muchas consideraciones en las que puedo mostrar acuerdo con Vargas Llosa ocurre cuando se trata de señalar las grandezas de la novela La desheredada, publicada en 1881, y donde aparece la Casa de Dementes Santa Isabel, en Leganés, lugar conocido popularmente como el Manicomio de Leganés. En la citada novela, Galdós toma el testigo cervantino para recrear la locura y su entorno, donde encontramos a Rufete en “un gran patio cuadrilongo, cerrado por altos muros, sin resalto ni relieve alguno que puedan facilitar la evasión”.

Del manicomio de ayer, hoy tan solo queda el recuerdo - en la actualidad se llama Hospital Universitario José Germain - junto a una montonera de cartas que formaban parte del archivo de la Casa de Dementes desde su inauguración en 1851 y que han sido publicadas en un libro titulado Cartas desde el manicomio (Catarata). Si nos sumergimos en sus letras podemos hacernos una idea de la lucidez que muestran algunos pacientes que fueron tratados como enfermos mentales.

Estamos hablando de una época en la que aún no se había puesto la mirada crítica sobre la manera de encarar la mal llamada locura; una época de atraso en España donde, como señala Vargas Llosa, nuestro país había quedado “fatalmente postergado después de haber sido durante siglos la primera potencia europea”.

Con todo, en lo que se refiere a reclusión de enfermos mentales y métodos de tratamiento, España estaba con los tiempos. Sin ir más lejos, en el país vecino, en el Hospicio de Charenton, donde fue recluido Sade, se hacía curación por medio del agua como elemento purificador de la locura, sumergiendo a los pacientes con los ojos vendados en un estanque de agua helada. En otros casos eran atados a una silla y torturados con chorros de agua fría sobre la cabeza. Con esto, queda claro que los centros de reclusión psiquiátrica eran iguales en todas las partes de occidente. Nuestra civilización no da para más por mucho que Vargas Llosa se empeñe en hacer distingos entre países que tuvieron revolución industrial y países que carecieron de la misma.

No hace muchos años, a principios de los setenta, el psicólogo David Rosehan publicó un estudio en la revista Science bajo el título On being sane in insane places, que se puede traducir como “estar cuerdo en lugares para locos”. Se trataba de un estudio polémico que supuso una revolución en lo que se refiere a los métodos utilizados en las instituciones psiquiátricas. Dicho estudio constaba de dos partes, la primera se puso en acción con el entrismo. Al igual que si se tratase del regalo troyano, algunos colaboradores de Rosehan simularon demencia para ser internados en una docena de hospitales donde fueron atiborrados de pastillas.

La segunda parte del experimento tenía truco, pues se llevó a cabo cuando uno de los establecimientos psiquiátricos desafió a Rosehan a enviar a colaboradores sanos haciéndose pasar por enfermos mentales para que su personal los detectara. Rosehan aceptó el desafío y el hospital señaló a una montonera de pacientes como troyanos. Lo mejor vino cuando el propio David Rosehan declaró no haber enviado paciente alguno. El experimento volvió locos a los defensores del método psiquiátrico y, a partir de entonces, la reclusión en centros psiquiátricos sería tratada de otro modo. No hace falta decir que en todo esto tuvo mucho que ver la publicación en 1962 del best seller Alguien voló sobre el nido del cuco, la novela escrita por Ken Kesey.

Bien mirado, desde los tiempos en que Cervantes inauguró la novela moderna con su Quijote, los locos no existen. Tan solo existen personas que juegan a estar locas, como le ocurría a Sade - que murió en Charenton - o como le ocurría a Rufete, el personaje de Galdós confinado en el hospital de Leganés donde muere, o como le ocurre a Vargas Llosa cada vez que se pone a inventar una novela cuyo primer personaje siempre es el narrador.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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