Las gorilas también viven muchos años después de dejar de tener hijos
El descubrimiento expande y complica el papel de la menopausia entre los primates

Hasta inicios de este siglo, se creía que la menopausia era algo exclusivo de las humanas. En el resto de mamíferos, las hembras pueden reproducirse hasta el fin de sus días. Desde un punto de vista evolutivo, parece lo más eficiente. Pero desde entonces se ha descubierto que las ballenas dentadas, como las orcas o los narvales, viven muchos años después de su última ovulación. Pero el gran revolcón a la excepcionalidad humana se produjo hace justo dos años, cuando se supo que las chimpancés acompañaban a las mujeres en una larga vida tras el climaterio. Ahora, un estudio ha demostrado que también las gorilas viven muchos años después de su última cría. Todo apunta a que la menopausia no fue una innovación de la evolución humana y que siempre estuvo ahí.
Investigadores de la Universidad de Turku (Finlandia) y el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) han publicado en PNAS el resultado de un cuarto de siglo de observaciones a 25 hembras gorilas de montaña (Gorilla beringei beringei). Proceden de cuatro grupos diferentes del Bosque Impenetrable de Bwindi (Uganda). Pueden no parecer muchas, pero apenas quedan unos mil individuos de esta especie. Al contar desde la última vez que tuvieron una cría, descubrieron que al menos siete de ellas llevaban una década de vida posreproductiva de media. Algunas llegaron a vivir 13 años más y una de ellas hasta 16. Y podría haber más casos que esos siete.
“El resto de las hembras son generalmente más jóvenes”, dice Nikolaos Smit, investigador de la Universidad de Turku y primer autor del estudio. En efecto, la mayoría de la muestra aún no han llegado a sus últimos años de vida, así que está por ver si se repite lo observado con las mayores. En libertad, los gorilas no suelen superar los 40 años de esperanza de vida. Así que eso significa que las hembras viven la cuarta parte de su vida, incluso más, sin volver a reproducirse.
Aunque todo indica que tienen la menopausia, Smit reconoce que les falta la prueba definitiva. “Lamentablemente, no disponemos de datos hormonales detallados”, cuenta en un correo. A diferencia de lo que lograron los científicos que hace dos años demostraron que las chimpancés de la comunidad Ngogo del Parque Nacional Kibale, también en Uganda, dejaban de ovular, a las hembras de gorila no les han tomado muestras de orina para poder leer en ella los cambios hormonales que se producen cuando la reserva de óvulos se está agotando. Tampoco ayuda el que, como recuerda la primatóloga Laura Camón, a diferencia de lo que sucede con las chimpancés, que dan señales exteriores claras de su ovulación con la hinchazón vaginal, “en las gorilas esta es casi imperceptible”.
Sin embargo, Smit recupera un fragmento de su trabajo defendiendo que las gorilas pueden tener la menopausia: “la extensa duración de la vida posreproductiva, la reducida o nula actividad de apareamiento y los análisis endocrinos previos de hembras mayores, sugieren que la menopausia es una causa muy plausible de los patrones reproductivos que observamos”.
De confirmarse que además de las mujeres, las hembras de otros primates cercanos a los humanos tienen la menopausia, esto complica explicarla. La visión clásica basada en la teoría de la selección natural de Darwin postula que cualquier mecanismo o gen que extienda la vida en una fase posreproductiva sería penalizado. Aquí, la lógica evolutiva se impone: los genes que prolongan las opciones de reproducirse deberían de verse favorecidos. Lo contrario es un sinsentido biológico. Para explicar la excepción humana, el biólogo evolutivo George C. Williams postuló a mediados del siglo pasado la llamada hipótesis de la abuela. En una versión resumida viene a decir que la menopausia dio a los humanos una ventaja evolutiva al permitir que las abuelas ayudaran a sacar adelante los hijos de sus hijas. Entonces se podía hablar de un caso entre las 5.500 especies de mamíferos que hay descritos.
Pero primero las orcas, después los calderones tropicales y después los narvales, y las belugas le arrebataron a los humanos su excepcionalidad. Distintos estudios han demostrado y confirmado en los últimos años que en varias especies de cetáceos odontocetos las hembras viven décadas tras su última ovulación. En el caso de las orcas, de hecho, pasan más años en la fase posreproductiva que en la reproductiva. Eso no invalidó la hipótesis de la abuela. De hecho la enriqueció. Todas estas especies forman grupos familiares con una estructura y relaciones sociales muy ricas.
Las orcas viven en sociedades matriarcales y recientes trabajos han confirmado que cumplen con versiones refinadas de la hipótesis de la abuela. Se ha demostrado, por ejemplo, que las hembras ya menopáusicas llevan al grupo a los mejores lugares para encontrar salmones. Son las más veteranas, por lo tanto, las más expertas y las que acumulan mayor conocimiento. Además, como demostró otro trabajo hace unos años, las orcas viven más cuando tienen abuela. En esto se cumple la hipótesis: uno de los pocos grupos sedentarios de estos animales se concentran en la costa oeste del norte de Estados Unidos y sur de Canadá. Allí, tras décadas de observaciones, confirmaron que las crías que no tenían abuela veían reducidas sus probabilidades de llegar a la edad adulta. En otros grupos se da una variante que podría llamarse la hipótesis de la madre: aquí las hembras mayores cesan de ovular como mecanismo para reducir la competencia con sus hijas, centrándose en ayudar a sus crías más jóvenes, en especial en los machos.
El problema es que tanto las chimpancés de Ngogo como las gorilas de Bwindi se van de la comunidad en la que nacieron cuando llegan a la edad fértil. Así que, cuando crían, no tienen madre que las ayude a sacar adelante sus crías. No hay ventaja selectiva aparente. En el caso de Ngogo, los descubridores de que tenían la menopausia señalaron que son un caso único entre los grupos más estudiados de esta especie, en los que no se han encontrado pistas menopáusicas. Por un lado, hace décadas que no hay leopardos, su principal depredador, en especial de crías, desde hace décadas. Y tampoco hay furtivos o poblaciones humanas cercanas que los vean como rival. Así que Ngogo sería un paraíso que ha permitido a las chimpancés envejecer hasta agotar su reserva de óvulos.
Smit cree que algo parecido habría pasado con las gorilas de Bwindi: “En mi opinión, las dos hipótesis más acertadas o más precisas sobre la ecología de los gorilas son la hipótesis de la madre y la más reciente sobre las condiciones favorables”. Para tener una respuesta más completa haría falta saber si en otras poblaciones de gorilas de montaña sucede lo mismo. Y para zanjar la cuestión de forma definitiva, habría que averiguar qué pasa en los otros grandes simios, los gorilas occidentales, los bonobos y los orangutanes.
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