La frágil vida de una corza albina que repudió la manada en Lugo
La hembra de dos meses rescatada por unos comuneros en Viveiro no pudo superar la debilidad, agravada por los problemas de visión y la soledad, y murió a los 12 días de llegar al refugio. El albinismo se da en una de cada 17.000 personas y está documentado en casi todos los animales
Protagonizó la noticia más hermosa de la Semana Santa en Galicia, pero su buena suerte duró un suspiro, tan poco que a sus rescatadores no les dio tiempo de ponerle nombre. La corza albina de unos dos meses que apareció el Domingo de Ramos y fue salvada por los Comuneros de San Roque, en Viveiro (Lugo), se fue apagando poquito a poco durante 12 días, entre algunos destellos de vitalidad, y en la mañana del viernes 14 murió. El jueves ya no había tenido fuerzas para levantarse. La cría, de pelo blanco, piel rosada y ojos azules, llegó al refugio maltrecha, enferma de sarna y con parasitosis interna. Estaba tan débil, su vida era tan frágil, que el primer día el veterinario que sube desde el pueblo a atender el parque de animales creado por la comunidad de montes ya no dio grandes esperanzas.
“Pusimos todos los medios, teníamos la ilusión, si la Xunta de Galicia nos dejaba, de quedarnos con ella”, lamenta Carlos Méndez, el presidente de la asociación que agrupa a los 250 propietarios de estas 500 hectáreas de monte que enmarcan, junto con el Cantábrico, la localidad del norte de Lugo. Tan crudo se lo había puesto el veterinario que, pese a las ganas de un buen final, habían decidido no difundir la noticia del rarísimo hallazgo hasta que la pequeña hervíbora blanca superase la cuarentena y el tratamiento, aislada de otros animales y protegida de la luz directa del sol, que se le impuso al llegar al refugio.
“Pero dio la casualidad que una periodista viniese con sus hijos a ver los animales durante las vacaciones, y entonces vio a la corza: imposible que no le llamase la atención”, relata el comunero. Esa singularidad, esa manera de destacar y al mismo tiempo de convertirse en diana (y blanco) de todas las miradas, fue probablemente, tal y como sospechan los propietarios de los terrenos y los técnicos que llegaron a visitarla en su efímera vida en la reserva, lo que causó que fuese repudiada por la manada. Marginada de los otros corzos, que pasan la vida alerta, sobreviviendo a los disparos y a los depredadores naturales (”aquí hay lobos”, informa Méndez), la corcina vagó desorientada, y se sabe que sufrió al menos un par de percances de tráfico, “a punto de ser atropellada” por un coche y una bicicleta de montaña. Aunque no se le llegaron a realizar las pruebas genéticas que —recalca el biotecnólogo y genetista Lluís Montoliu— “son necesarias para confirmar el albinismo”, la cría de Viveiro seguramente “se tiró contra la bici” por la característica falta de visión de los albinos, apunta Méndez. En el refugio, además de notar que buscaba y “agradecía” la compañía, “sola como estaba en el mundo”, también pudieron comprobar que “casi no veía”, sobre todo “con el sol”.
Esa “deficiencia visual muy severa” es la mayor dificultad a la que se enfrentan los mamíferos albinos, comenta Montoliu, que lleva 30 años estudiando el albinismo en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-Consejo Superior de Investigaciones Científicas) en Madrid. “La excepción son las ardillas, con una retina parecida a la de las aves, capaces de enfocar con toda la superficie y no solo con el centro, como ocurre con los humanos y el resto de mamíferos”. En el caso de los albinos, toda la visión es “periférica”, sin nitidez, sin agudeza, sin profundidad de campo. El albinismo es una condición genética recesiva que está documentada en la mayoría de las especies animales y puede estar relacionada hasta con 22 genes, aunque la causa más frecuente es la aparición de mutaciones en el gen de la tirosinasa, esencial para la síntesis del pigmento melanina. Montoliu explica que esta condición, considerada enfermedad rara y discapacitante, sobre todo, por sus consecuencias en el sentido de la vista, se da en una de cada 10.000 o 20.000 personas nacidas, y depende del lugar del planeta. De forma global se habla de uno por cada 17.000 humanos, aunque “en continentes como África es más frecuente, con uno cada 7.000″, puntualiza el investigador del CSIC, “y en lugares como Tanzania, donde viven en guetos” y se relacionan entre ellos puede nacer un albino cada 1.500 bebés.
Roedores aparte, que probablemente desde muy antiguo, en la cultura asiática, fueron seleccionados como mascotas y de ahí acabaron saltando a los laboratorios, “sobre la incidencia en los demás mamíferos sabemos poco o nada”, reconoce este experto mundial, autor de artículos y varios libros sobre el albinismo. “Son eventos muy raros”, y se conocen cuando en ocasiones trasciende la noticia de que “aparece alguno en algún lugar”. Así pasó con la corcina de Viveiro, donde los comuneros jamás se habían topado con otro caso, o con el ciervo blanco que en 2021 fue grabado en Málaga, según se publicó entonces, en las inmediaciones de una urbanización de lujo. Desde que en 2006 el alce Albin se convirtió en todo un símbolo para Noruega y años después fue tiroteado, algunas revistas cinegéticas que se hacen eco evitan señalar el paraje concreto en el que se fotografían los extraños ejemplares de caza mayor que van surgiendo, por la tentación que despiertan en ciertos humanos. Pero, por haber, se sabe que hay leones, monos, perros, gatos, delfines, ballenas, serpientes, cocodrilos, jirafas, pavos reales, puercoespines, murciélagos, pingüinos, koalas, canguros, tortugas y muchos más animales albinos entre los mamíferos, las aves, los anfibios, los reptiles o los peces.
Albinismo o leucismo
A veces, lo que se juzga como albinismo es, en realidad, leucismo, otra particularidad genética recesiva que se manifiesta a través del pelaje, las escamas o el plumaje blancos, pero que no afecta a los ojos, que siguen siendo de su color habitual, ni causa hipersensibilidad solar. Se cree que los mismos genes que intervienen en el albinismo humano y de los roedores son los que también explican el de la demás fauna. Y aunque, según indica Lluís Montoliu, el más frecuente en los humanos es el albinismo “oculocutáneo de tipo 1″, hay animales y personas que comparten otros tipos. Así, cuenta el experto, una conocida presentadora española de televisión, que fue analizada por su equipo, tiene el mismo albinismo que hizo único al gorila del Zoo de Barcelona Copito de Nieve: el oculocutáneo de tipo 4.
Tras su muerte, la corcina del monte de San Roque fue enterrada en el lugar “según las indicaciones que dio la Xunta”, cuenta el presidente de los comuneros. No llegó a vivir lo suficiente para ser estudiada, ni para ser bautizada por los niños, como es costumbre con todos los animales (gamos, muflones de Camerún, ñandúes, ponis, burros y los mastines que velan por todos) que conviven en el parque de la naturaleza. La de San Roque no es una mancomunidad cualquiera entre las 2.800 que gestionan la cuarta parte del territorio autonómico. Aquí, los 250 propietarios “no reparten beneficios”, sino que invierten “el 100% de las ganancias que genera el monte en el propio monte”, con el parque de animales, los miradores, el merendero, las rutas de senderismo y el patrimonio histórico. Engarzado con el refugio de la fauna hay también un parque de aventuras con pasarelas, puentes colgantes y tirolinas entre los árboles. El veterinario sube a atender a los animales cuando toca algún tratamiento, la desparasitación, las vacunas o hay que revisar pezuñas, y durante “todo el año” los atiende un empleado. Días atrás, el cuidador se afanaba en cortar hierba fresca para alimentar a la pequeña corza albina. No perdía la esperanza, pero temía encariñarse porque conocía los riesgos. “De momento, mejor no ponerle nombre. Cuando salga de peligro se lo buscaremos con los niños”, prometía.
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