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La guerra en Ucrania provoca la peor crisis espacial de la historia de Europa

La Agencia Espacial Europea evalúa cómo dejar de depender de Rusia, algo que puede reforzar su pujanza en el sector

Guerra Ucrania
Llegada de un vuelo espacial tripulado por Luca Parmitano (Italia), Aleksandr Skvortsov (Rusia) y Cristina Koch (USA) a bordo de una nave Soyuz (en el centro de la imagen), en febrero de 2020 en Kazajistán.ESA
Nuño Domínguez

Fernando Rull aún está asimilando que el proyecto al que ha dedicado los últimos 20 años de trabajo se ha quedado varado por la guerra en Ucrania. Este físico granadino lidera uno de los instrumentos del Rosalind Franklin, el mayor vehículo de exploración marciana que ha desarrollado Europa y el primero capaz de perforar el suelo de Marte para buscar vida subterránea. Desde hace unas semanas el rover está sellado y listo para salir al espacio, pero su lanzamiento —previsto en un cohete ruso para septiembre— se va a retrasar años debido a las sanciones a Rusia. “Es un impacto tremendo, dolorosísimo, pero la guerra necesita esta respuesta de Europa, es lo prioritario”, resalta Rull.

Los 22 países de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) —España es uno de ellos— han suspendido esta misión desarrollada en colaboración con Rusia y en la que ya han gastado más de 1.300 millones de euros.

Marte y la Tierra se alinean cada dos años, lo que hace que la distancia a recorrer por una nave sea la mínima. Por ello, perder una oportunidad de lanzamiento implica esperar otros dos años. Ahora se contemplan tres posibilidades. Una es dejar todo tal y como está, esperar que la crisis en Ucrania se resuelva pronto y pensar que el Rosalind Franklin pueda despegar a bordo de un cohete ruso Soyuz en 2024, lo que parece muy improbable. “Si nos vamos a 2026 cambiando de cohete tendríamos que desarrollar también un sistema de aterrizaje completo, que era otra de las contribuciones de Rusia además del Soyuz”, detalla Rull. Esto es mucho más complejo de lo que suena: solo EE UU y China han conseguido aterrizar un rover en Marte con éxito en el último medio siglo. “Habría que abrir el vehículo, que ha sido desinfectado, e incluir los nuevos componentes. Menos de cuatro años es muy poco tiempo para hacer todo eso”, advierte Rull. Para el investigador, la opción más realista es esperar a 2028 y lanzar con un cohete europeo, lo que implica modificar profundamente la misión. “Todo instrumento se degrada con el tiempo y seis años es demasiado. Estaríamos lanzando al espacio algo mucho más antiguo que ahora”, lamenta.

En estos momentos, miles de ingenieros y científicos que trabajan con la ESA están haciendo una evaluación exhaustiva de qué ponen Rusia y Ucrania en cada uno de los muchísimos programas que hay en marcha. Hay que revisar cada pieza, cada línea de programación informática y cada material usado en los componentes de un sinfín de satélites, sondas robóticas, paneles solares, cohetes. Hay ejemplos rocambolescos. Es muy trabajoso determinar si el titanio empleado en un componente que se ha ensamblado en un país “amigo” proviene de Rusia. Otra crisis importante: los satélites hay que transportarlos hasta el lugar de lanzamiento en enormes aviones especializados. En muchos casos se usaban Antonov de fabricación rusa y ucrania. Hay otras alternativas, como el Beluga europeo. El problema es que no hay aviones suficientes para todos los satélites en cola. Se puede transportar por barco, pero esto alarga el viaje 14 días, con lo que se puede perder el puesto de lanzamiento. Es difícil encontrar una situación similar desde los comienzos de la exploración espacial en Europa en la década de los cincuenta del pasado siglo.

“Al igual que el transporte, la energía o la alimentación, el sector espacial ha sufrido fuertes roturas de las cadenas de suministro que obligan a modificar el calendario de muchos programas”, advierte Jorge Lomba, jefe de Espacio del Desarrollo Tecnológico Industrial, el organismo del Gobierno que gestiona la participación de España en las misiones de la ESA. El coste económico de estos retrasos se cifrará en cientos de millones de euros y si Europa quiere independizarse de Rusia en el espacio, necesitará una inversión adicional de varios miles de millones, estima este experto.

Europa no tiene reemplazo para los cohetes y naves Soyuz, algo que afecta a la ESA y a muchas empresas. Tampoco hay alternativa a las cápsulas Soyuz que sirven para llevar astronautas al espacio. La gran esperanza es el Ariane 6 desarrollado por la ESA, que sigue en pruebas y tiene previsto su primer vuelo a finales de año. También hay cohetes Vega de menor tamaño, pero la situación también es crítica. Solo quedan tres ya construidos y no se sabe si se podrán fabricar más, porque este artefacto lleva motores RD-843 fabricados en ciudades de Ucrania que actualmente están bajo las bombas. Los cohetes indios y chinos también llevan partes rusas. La única alternativa posible a corto plazo es comprar cohetes Falcon a la empresa Space X de Elon Musk, aunque es posible que muchas unidades estén ya comprometidas. La empresa de este magnate también fabrica cápsulas Dragon que podrían reemplazar a las Soyuz.

“A corto plazo va a haber un sobrecoste, pero ahora el objetivo es hacerlo todo nosotros, de forma que a medio plazo puede ser beneficioso”
Jorge Lomba, jefe de Espacio del Desarrollo Tecnológico Industrial

Las sanciones también golpean fuerte a la exploración espacial. La misión de exploración conjunta de la Luna entre la ESA y Rusia ha quedado suspendida y se está analizando qué hacer con los científicos rusos que participan en las misiones BepiColombo e Integral, que están en operación. En un limbo similar está Euclid, un telescopio espacial de 600 millones de euros que analizará miles de galaxias para intentar responder qué son dos de los principales componentes del universo: la materia oscura y la energía oscura. “La situación es muy incierta”, reconoce Cristóbal Padilla, investigador del Instituto de Física de Altas Energías y miembro de la misión. “Desde el comienzo de la guerra hemos determinado que la opción más factible es lanzar en un Ariane 6 en lugar de en un Soyuz”, detalla. Esto obligará a retrasar el lanzamiento, previsto para principios de 2023. “El Ariane 6 vibra más que el Soyuz, con lo que hay que hacer una serie de estudios y construir un atenuador para que el satélite no sufra daños”, resalta Padilla. Es un problema al que se enfrentan otras misiones que iban a usar Soyuz, como varios nuevos satélites del GPS europeo Galileo.

La ESA espera tener este mismo mes un primer informe del impacto de las sanciones en todas sus misiones para que los países miembros se reúnan en un consejo extraordinario y puedan decidir qué camino a seguir y cuánto dinero están dispuestos a pagar para salir de esta crisis. En el caso de ExoMars, el informe llegará en octubre.

“A pesar de lo que pueda parecer, esta situación puede ser buena para Europa”, opina Lomba. “A corto plazo va a haber un sobrecoste, pero ahora el objetivo es hacerlo todo nosotros, de forma que a medio plazo puede ser beneficioso porque dejaremos de depender de otros países; Europa saldría reforzada”, añade.

Si hay un programa que por ahora sobrevive a la enorme tensión de la guerra es el de la Estación Espacial Internacional, esa nave a 400 kilómetros de la superficie de la tierra donde conviven astronautas rusos, estadounidenses y europeos y que hasta ahora ha continuado operando con normalidad, incluidos viajes con tripulaciones mixtas. Desde su puesta en órbita en 1998, la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) ha sido un ejemplo de cooperación en el espacio de países a veces enfrentados en lo económico y militar, pero no está nada claro hasta cuándo va a durar. El director de la agencia espacial rusa, Dimitri Rogozin, ha llegado a amenazar con que podría caer al mar y más recientemente ha dicho que el proyecto no puede seguir adelante si el bloque occidental mantiene las sanciones económicas. El acuerdo actual es mantener la estación operativa dos años más, hasta 2024. Antes de la guerra, EE UU y Europa eran partidarios de ampliar el plazo hasta 2030. Ahora es probable que el conflicto cambie también el futuro de este puesto avanzado internacional en el espacio.

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Sobre la firma

Nuño Domínguez
Nuño Domínguez es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo Científico por la Universidad de Boston (EE UU). Antes de EL PAÍS trabajó en medios como Público, El Mundo, La Voz de Galicia o la Agencia Efe.

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