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“Es falso que la violencia y la dominación masculina sean parte de nuestra naturaleza humana”

La escritora austriaca Riane Eisler, autora del libro ‘El cáliz y la espada’, explica desde la ciencia por qué es posible un mundo incluyente, justo y pacífico

La escritora austriaca Riane Eisler, autora del libro 'El cáliz y la espada'.
La escritora austriaca Riane Eisler, autora del libro 'El cáliz y la espada'.Capitán Swing

Hay un proverbio indio que dice que la vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza. A sus 85 años, la socióloga y escritora nacida en Viena (Austria) Riane Eisler parece estar en los momentos más lúcidos de su juventud. Amable, clara, vehemente, la autora de El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas pre-patriarcales habla sobre la urgencia de cambiar el mundo violento y machista en el que vivimos por uno incluyente, justo y pacífico. La nueva edición de su libro, que ha publicado este lunes en España la editorial Capitán Swing, muestra que hay evidencia científica suficiente para entender cómo, durante miles de años, la humanidad vivió sin relaciones de opresión entre sexos ni clases, en sociedades de cooperación y colaboración. El libro, considerado por varios antropólogos como uno de los más importantes desde El origen de las especies, de Charles Darwin, es un viaje por el arte, la religión y la forma de vida de las sociedades prehistóricas que revela las características de un largo periodo de paz y prosperidad en el que la humanidad avanzó sin necesidad de la dominación patriarcal. Hoy, 34 años después de su primera edición en 1987 y en medio de una pandemia que ha desnudado las desigualdades económicas y las violencias contra las mujeres y los niños, la lectura de este clásico de la teoría de la evolución humana es más necesaria que nunca.

Pregunta. Después de leer El cáliz y la espada se queda la sensación de que un mundo mejor es posible y de que cambiarlo está en nuestras manos. ¿Es así?

Respuesta. Estoy absolutamente de acuerdo en que un mundo mejor es posible. Esa posibilidad está arraigada en lo más profundo del pasado cultural de nuestra especie. Lo que el libro demuestra es que durante miles de años de prehistoria las sociedades no estuvieron dominadas por los hombres ni eran violentas ni jerárquicas. Al contrario, hubo un largo periodo prepatriarcal, de adoración a la diosa, en el que la humanidad vivió en paz, equidad y prosperidad. La evidencia científica que conocemos ahora revela, además, que los centros de placer de nuestro cerebro se activan más cuando colaboramos y cuidamos que cuando competimos o dominamos.

P. Entonces, ¿por qué las sociedades en las que vivimos son tan violentas y desiguales?

R. Nuestros cerebros son flexibles. Cuando los niños crecen en un ambiente de dominación y no de cooperación aprenden roles de género rígidos en los que se imponen los valores tradicionales del sexo masculino sobre los del femenino. También tenemos sistemas económicos que premian la dominación frente a la colaboración. Y, claro, tenemos historias y lenguajes que nos hacen creer que las cosas siempre han sido así y que no podemos cambiarlas.

P. ¿Qué hacer para abandonar esta idea?

R. El primer paso es cambiar la historia de lo que es posible para nosotros. Tenemos que dejar de lado los relatos que nos dicen que la violencia, la injusticia, la crueldad y la dominación masculina han estado siempre en nuestras sociedades. Tenemos que dejar de pensar que esas formas de relacionarnos son un mandato divino o parte de nuestra naturaleza humana. Esa historia es falsa. En el proceso de escritura de El cáliz y la espada encontré evidencias arqueológicas, artísticas y religiosas que muestran cómo otra forma de vida armónica y pacífica fue posible durante varios milenios.

Los centros de placer de nuestro cerebro se activan más cuando colaboramos y cuidamos que cuando competimos o dominamos

P. ¿Qué evidencias?

R. En los restos arqueológicos de las sociedades del Paleolítico y el Neolítico, por ejemplo, no se encuentran tumbas de caudillos ni fortificaciones militares ni armas. En las obras de arte de hace 30.000 años y hasta hace 10.000, no hay imágenes de violencia. Cuando se representaba a la diosa y a su hijo no se incluían emblemas asociados después con el poder, como lanzas, espadas o rayos, sino símbolos de la naturaleza, la belleza y el misterio de la vida. Al contrario de lo que en el pasado creyeron arqueólogos hombres, los dibujos de varas, líneas y rayas del paleolítico no significaban armas, dardos o arpones, sino árboles, ramas, juncos y hojas.

P. En el libro, usted dice que la isla de Creta fue el último ejemplo de una sociedad que vivía en colaboración. ¿Cómo eran las relaciones de poder allí?

R. Las relaciones humanas de los habitantes de Creta, hace 7.000 años, se basaban en el principio de vinculación y no en el de superioridad. No había desigualdad en la riqueza y los hombres y mujeres protegían su vida mutuamente. Allí se halla la confirmación sólida en nuestro pasado de que nuestras esperanzas por lograr una coexistencia humana pacífica no son, como se dice a menudo, sueños utópicos. En esa época, el poder no se identificaba con la dominación, la destrucción y la opresión, como ahora, sino con la colaboración. Estas sociedades no estaban divididas ni en sexos ni en estratos. La propiedad de los medios de producción era común, el poder era la confianza mutua y la organización socioeconómica era colaborativa. Hombres y mujeres en sociedades avanzadas trabajaron de forma cooperativa por el bien de sus familias y sus comunidades durante muchos miles de años.

P. ¿Y qué pasó después?

R. Pasamos del orden social apoyado en el cáliz, en la adoración de la diosa, en la pacificación y la equidad, a uno apoyado en la espada, en las sociedades patriarcales, violentas y desiguales. De ahí el título del libro.

P. ¿Cómo se produjo ese cambio?

R. Hace más o menos 5.000 años se hicieron más frecuentes los enfrentamientos entre algunos grupos nómadas violentos que tenían armas de metal y comunidades agrícolas pacíficas. Ahí comenzó el giro de 180 grados que cambió el rumbo de la humanidad. La guerra fue un instrumento esencial a la hora de cambiar la sociedad de la colaboración por la de la dominación.

P. ¿Cree que como sociedad deberíamos retornar al cáliz o se imagina un nuevo símbolo?

R. Me gusta el cáliz porque representa la acción de dar vida. No es accidental que el arte prehistórico no tenga escenas de guerras y sí, por ejemplo, círculos, espirales y muchas estatuillas de Venus, que representan el poder de la mujer y la adoración a la diosa. El trabajo arqueológico muestra que la violencia no forma parte de nuestra naturaleza humana ni que ha estado siempre presente en nuestras sociedades. Hemos vivido con éxito por milenios en el sistema de cooperación.

P. ¿Qué está pasando en la actualidad?

R. Lentamente nos estamos moviendo hacia esa cosmovisión del mundo, el problema es que no hemos tenido las palabras adecuadas para nombrarla. Hemos estado atrapados en la división entre izquierda-derecha, ateísmo-religión, este-oeste, capitalismo-socialismo. Si antes hablábamos de que el primer paso para el cambio era entender a través del pasado que otro mundo es posible, el segundo es abandonar estas diferencias fragmentarias y reconocer que ha habido regímenes opresores y violentos en todas ellas. El verdadero objetivo está en pasar de la sociedad de dominación a la sociedad de la cooperación. En esta división entran todas las demás. La pandemia demostró que necesitamos empresas y al tiempo políticas gubernamentales de protección. La lucha entonces es entre quienes intentamos pasar al sistema de asociación frente a aquellos que realmente creen, como el expresidente [Donald] Trump, que o dominas o estás dominado. Y si estás dominado, eres débil, eres femenina, eres despreciada.

No se trata de mujeres contra hombres, se trata de mujeres y hombres contra el patriarcado. Se trata de expandir nuestro potencial humano en conciencia y creatividad en vez de limitar nuestras capacidades

P. ¿Cree que los movimientos sociales están ayudando en esta transformación?

R. Si, desde hace 300 años todos los movimientos sociales han desafiado lo mismo de forma diferente: una tradición de dominación. Han desafiado el derecho de los reyes a decidir el rumbo de las sociedades, el derecho de los hombres a gobernar sobre las mujeres y los niños, el derecho de los blancos a determinar la vida de los negros, el derecho de los hombres a conquistar la naturaleza. Pero no le han prestado suficiente atención a eliminar los cimientos en los que se basa el sistema de dominación.

P. ¿Y el feminismo?

R. Creo que el resurgimiento del movimiento feminista es fundamental en este proceso. No se trata de mujeres contra hombres, se trata de mujeres y hombres contra el patriarcado. Se trata de expandir nuestro potencial humano en conciencia y creatividad en vez de limitar nuestras capacidades. Ya sabemos cómo la dominación histórica de los hombres afecta a las mujeres y a los niños, pero es hora de reconocer que también los afecta a ellos. Sí, la ciencia ha demostrado que obtenemos endorfinas, las recompensas del placer, no solo cuando cuidamos de un amante, un amigo o un niño, sino incluso de una mascota. Y a los hombres realmente no se les permite eso. El patriarcado les está robando estas posibilidades de cariño. El sistema de dominación les quita a ambas mitades de la humanidad su potencial humano completo. Pero el cambio está en nuestras manos, depende de nosotros.

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Sobre la firma

Juan Miguel Hernández Bonilla
Periodista de EL PAÍS en Colombia. Ha trabajado en Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS, en Madrid, y en la Unidad Investigativa de El Espectador, en Bogotá. En 2020 fue ganador del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Javeriana.

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