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la crisis del coronavirus
Tribuna
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Liberad los datos

Los investigadores del coronavirus necesitan compartir los datos. Hay problemas

Una imagen al microscopio electrónico del primer caso aislado de coronavirus, el 27 de enero de 2020. La imagen fue difundida por GISAID.
Una imagen al microscopio electrónico del primer caso aislado de coronavirus, el 27 de enero de 2020. La imagen fue difundida por GISAID.IVDC, CHINA CDC VIA GISAID (Reuters)
Javier Sampedro

La respuesta científica al SARS-CoV-2 ha dependido por entero de la distribución internacional de los datos genómicos. Fue la publicación inmediata del primer genoma del nuevo coronavirus, obtenido por genetistas de Wuhan en enero de 2020, la que permitió a los científicos ponerse a trabajar un segundo después de leerla (gatacca…), y eso incluye a los investigadores que trabajaban en BioNtech, Pfizer, Moderna, AstraZeneca, los laboratorios rusos y, por supuesto, los chinos. Grandes habrían sido los daños si Pekín hubiera decidido guardarse la secuencia en sus archivadores secretos.

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Compartir los datos genómicos sigue siendo una prioridad, porque permite a los países detectar y gestionar las nuevas variantes del virus que viajan por el mundo con una serie de peculiaridades que los expertos necesitan conocer. Las vacunas actuales, que han batido todas las marcas de velocidad registradas en la historia, no existirían sin la colaboración internacional, y eso incluye compartir los datos científicos. La ciencia es un empeño internacional o no es. Parece claro. No lo está tanto.

Aquí no hay mafias rusas ni sociedades secretas chinas. Esos dos países tienen el mayor interés en convertirse en potencias vacunales, incluso superando a India, que es el mayor fabricante mundial de vacunas, y han iniciado este año una aproximación a los criterios de las agencias occidentales para conseguir la aprobación de sus productos. Los problemas vienen de donde menos los podía esperar un investigador: del mayor repositorio de secuencias genéticas del SARS-CoV-2, llamado GISAID y basado en Alemania.

Muchos científicos se quejan de problemas al intentar acceder a las secuencias de GISAID

GISAID son las siglas de Global Initiative on Sharing All Influenza Data (iniciativa global para compartir todos los datos de la gripe). Financiada con tres millones y medio de euros en 2020 por algunos gobiernos, donantes privados y fundaciones sin ánimo de lucro, consiste en apenas 30 empleados y 50 voluntarios. Una de sus fundadoras es Nancy Cox, antigua jefa de gripe de los CDC de Atlanta, una referencia planetaria. Arrancó en 2006 por la amenaza de la gripe aviar H5N1 con la intención, precisamente, de compartir secuencias del virus que no estaban en las bases de datos tradicionales.

Pero hoy ya no se limita a la gripe, y todo el mundo admite que GISAID está haciendo un papel estelar durante la pandemia, y lo cierto es que las cifras deslumbran de puro abultadas. La base de datos de secuencias genéticas de referencia, GenBank, de los NIH (Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos) alcanzaba en enero unos 100.000 genomas del SARS-CoV-2. En esa fecha GISAID ya atesoraba 700.000, una paliza memorable.

Pero muchos científicos se quejan de problemas al intentar acceder a las secuencias de GISAID. Hablan de prohibición de redistribuir los datos, compromiso de exclusividad al publicarlos, opacidad en el proceso de acceso, requerimientos excesivos para rellenar la solicitud, llamadas de comprobación anónimas, miedo de los científicos a perder la acreditación y otros desastres. Los portavoces de GISAID lo niegan todo, pero su política de gestión de datos entra en conflicto con los principios del acceso público. La cuestión parece seria.

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