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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Hijos de supervivientes

Las pandemias cambian el genoma humano durante milenios

Cuarentena España
Un pasajero, el pasado miércoles en el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid.Emilio Naranjo (EFE)
Javier Sampedro

No es difícil encontrar pensadores que culpan de la pandemia al cambio climático, la deforestación y otros inventos lamentables de la humanidad moderna. Esas teorías tienen unos cimientos muy frágiles, por dos razones. La primera es que la epidemiología demuestra que las pandemias de los últimos 100 años son consecuencia del enorme aumento de la movilidad humana que se ha desarrollado durante del siglo XX, con la generalización de los trenes, los coches, los aviones y los flujos humanos subsiguientes, que pueden llevar a Canadá un virus surgido en un mercado chino en cuestión de horas. Así ocurrió con el SARS de 2002, ahora redenominado SARS-CoV-1 para distinguirlo del SARS-CoV-2 que nos aflige.

La segunda razón es que las pandemias son más viejas que la orilla del río. La peste, el sida y la gripe española, que se llevaron a cientos de millones de personas por delante, ocurrieron mucho antes de que el cambio climático se hubiera dejado notar. El caso del sida, que ha sido investigado en detalle, demuestra que el virus surgió en África en la primera mitad del siglo XX. Nos vino de un chimpancé, pero la razón no fue la deforestación, sino el hábito humano de comerse a nuestros primos, que seguramente existe desde la noche de los tiempos. Su propagación por África se debió al desarrollo de los ferrocarriles, y su conquista del mundo a los vuelos internacionales. La historieta de que los daños al medio ambiente han causado la pandemia es encantadora ―ojalá las cosas fueran tan simples—, pero no se sujeta.

La epidemiología demuestra que las pandemias de los últimos 100 años son consecuencia del enorme aumento de la movilidad humana

Tomemos la tuberculosis, una pandemia arcaica que ha matado a mil millones de personas en los últimos dos milenios, y que sigue matando a un millón y medio cada año. Hay evidencias de tuberculosis en unos esqueletos enterrados en Oriente Próximo hace 9.000 años, en los albores del neolítico, el origen de la civilización, y la enfermedad brotó con especial fuerza hace 2.000, cuando todo el mundo vivía acompañado de animales domésticos sin guardar la distancia de seguridad.

Siendo un becario predoctoral de la Universidad de París, Gaspard Kerner descubrió en 2019 que una mutación en un gen del sistema inmune ponía al portador en alto riesgo de morir por la infección, y que el rastreo de esa variante en la base de datos que atesora mil genomas europeos de los últimos 10.000 años era un balcón abierto a la historia de la tuberculosis en el mundo. Eso le valió un contrato de posdoc (investigador posdoctoral) en el laboratorio de Lluís Quintana-Murci, un inteligente evolucionista del Instituto Pasteur en París.

La peste, el sida y la gripe española, que se llevaron a cientos de millones de personas por delante, ocurrieron mucho antes de que el cambio climático se hubiera dejado notar

El resultado ha sido un paper recién publicado en AJHG (American Journal of Human Genetics) que muestra que la mutación humana de alto riesgo se originó en el paleolítico, pero que fueron los grandes movimientos de población de los primeros agricultores por Europa quienes la extendieron en la Edad de Hierro, y la tuberculosis las barrió hace 2000 años. Como dice Quintana-Murci, todos somos descendientes de la gente que sobrevivió a las pandemias pasadas.

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