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la crisis del coronavirus
Tribuna
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Crisis mutante

Las variantes británica, sudafricana y brasileña del virus han logrado preocupar a los científicos. Faltan los políticos

A todos los pasajeros que llegan desde otros países se les toma la temperatura al llegar al Aeropuerto Adolfo Suarez Madrid Barajas.
A todos los pasajeros que llegan desde otros países se les toma la temperatura al llegar al Aeropuerto Adolfo Suarez Madrid Barajas.Olmo Calvo
Javier Sampedro

La variante británica ya es responsable del 20% de los contagios en España, y eso es seguramente una subestimación, porque nuestra capacidad de secuenciación (lectura de genes, gatacca…) es mucho más limitada que la del Reino Unido. La predicción, en cualquier caso, es que esos casos aumenten y se conviertan en la cepa dominante el mes que viene, puesto que se propaga de forma más eficaz que la habitual, que ya es decir. Una cepa de alta propagación es una mala noticia en sí misma, puesto que a más contagiados más muertos, como es de sentido común. Pero además hay evidencias de que aumenta la letalidad del virus, es decir, el porcentaje de gente infectada por la variante que muere.

Y luego están los demás mutantes. A partir de ahora, los pasajeros que lleguen de Brasil y Sudáfrica a un aeropuerto español deberán hacer una cuarentena de 10 días tras su aterrizaje, y la razón es que esos dos países han generado también sus propias variantes. Hay cinco casos comprobados de la variante brasileña en Madrid y Barcelona y, de nuevo, esto es probablemente una subestimación, porque hay que secuenciar el virus para detectarla y faltan recursos. La variante sudafricana elude sustancialmente el reconocimiento por los anticuerpos humanos, según un estudio de la Universidad de Texas y la propia Pfizer, que es la menos interesada en que eso ocurra, pues cuestiona el grado de eficacia de las vacunas contra esta mutación. Las tensiones fronterizas se están reavivando en Europa. No es fácil encontrar un científico que esté tranquilo con las mutaciones del virus, porque pueden alterar las campañas de vacunación.

Cada vez que un coronavirus infecta nuestras células y produce miles de hijos con distintas mutaciones azarosas, esa nueva generación se enfrenta a un mundo difícil donde el sistema inmune está aprendiendo a reconocerle y destruirle

Que un virus mute no es noticia. Mutar es su estilo de vida y el fundamento de su evolución. Los humanos también mutamos y mezclamos nuestros genes, pero eso solo ocurre una vez cada 20 o 30 años, que es nuestro tiempo de generación. En el caso de los virus, el tiempo de generación no se mide en decenas de años, sino en un par de días. Cada vez que un coronavirus infecta nuestras células y produce miles de hijos con distintas mutaciones azarosas, esa nueva generación se enfrenta a un mundo difícil donde el sistema inmune está aprendiendo a reconocerle y destruirle. Si el virus ha mutado mucho, se puede escapar de los anticuerpos generados contra una variante anterior, pero se expone a que su propia biología fracase. En ese juego de equilibrios inestables siempre puede prosperar una mutación adaptativa, aquella que permite al virus seguir funcionando mientras elude a nuestras defensas. Conocemos ahora varias de esas, y cuanto más circule el coronavirus conoceremos más. Vacunar a la población mundial sigue siendo la prioridad número uno.

Lo que no tiene mucho sentido es relajar las restricciones cuando aún tenemos 300 o 400 casos en tasa acumulada (positivos por 100.000 habitantes sumados durante dos semanas), una cifra que debería reducirse 12 o 15 veces para afrontar una desescalada segura. Con esas iniciativas políticas nos vamos a la cuarta ola de cabeza.

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