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Contra la desinformación, ilustración

Persuadir a la población para vacunarse requiere un ejercicio de transparencia

Javier Sampedro
James Teague, presidente de AstraZeneca en Tailandia, en la firma de un acuerdo de venta de su vacuna, este jueves.
James Teague, presidente de AstraZeneca en Tailandia, en la firma de un acuerdo de venta de su vacuna, este jueves.CHALINEE THIRASUPA (AFP)

La vacuna de Oxford/AstraZeneca tiene dos problemas de una naturaleza muy distinta. El primero es más bien un pseudoproblema relacionado con la serendipia, un “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”, como dice el libro gordo. Viene del inglés serendipity, que a su vez proviene de la fábula oriental Los tres príncipes de Serendip. Un químico gallego proponía traducirlo por “chiripa”, creo que acertadamente, pero vamos al tema. Una de las cualidades más importantes de la vacuna de Oxford es que alcanza una eficacia del 90% en cierto régimen de dosis (media dosis en la primera inyección y una completa en la segunda). De confirmarse, este avance se debería a un error en el cálculo de la dosis, como confundir centímetros con pulgadas y estampar un cohete en Marte. Solo que esta vez ha salido bien.

Digo que es un pseudoproblema porque el censo de descubrimientos científicos ocurridos de chiripa, o por serendipia, es inagotable. Fleming descubrió los antibióticos porque se dejó unas placas en un cajón en vez de lavarlas. Kekulé halló la estructura del benceno gracias a un sueño junto a la chimenea. Arquímedes descubrió su famoso principio al darse un baño. La sustancia más amarga que se conoce fue un edulcorante fallido. Que el avance de Oxford se descubriera por error no tendría nada extraño. Lo importante, como destacó Pasteur, es que la suerte te pille preparado, y AstraZeneca parece estarlo para analizar la cuestión con nuevos ensayos. Nada raro hasta ahí.

El segundo problema es más serio. La farmacéutica, y también la gran universidad que la respalda, omitieron al presentar sus datos en sendas notas de prensa que los mejores resultados (el 90% de eficacia) se obtuvieron con personas menores de 55 años, lo que se deja fuera a las personas con más riesgo de enfermar y contagiar a otros. En una publicación científica, esto se habría considerado mala práctica y habría obligado a corregir o retractar el paper (artículo científico revisado por pares). Como el anuncio no se hizo en una revista profesional, sino en dos notas de prensa, no hay jurisprudencia sobre el tema, salvo la que quiera aplicar Wall Street a las acciones de la empresa. Esta es la razón por la que los científicos insisten en que no podemos valorar las tres vacunas en liza (Pfizer, Moderna y AstraZeneca) hasta que no veamos todos los datos en un paper y los reguladores se pronuncien.

El arma contra la desinformación no es otra desinformación de sentido contrario, sino la transparencia y la racionalidad

Hay una tercera cuestión sobre la comunicación al público. Con un 47% de españoles remisos a vacunarse, cabe preguntarse si es conveniente propalar las dudas que surgen sobre el complejísimo proceso de desarrollo, financiación y autorización de estos fármacos. La respuesta es un rotundo sí. El arma contra la desinformación no es otra desinformación de sentido contrario, sino la transparencia y la racionalidad. Si mucha gente tiene dudas legítimas ―no hablamos aquí de la minoría antivacunas― lo que debemos hacer es responderlas, con todas sus luces y sus sombras. La claridad les hará libres.

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