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Tribuna
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Es la temperatura, estúpido

La distribución en frío posiciona unas vacunas antes que otras

Imagen de la 'granja refrigerada' para las vacunas de Pfizer en Kalamazoo, Michigan (EE UU).
Imagen de la 'granja refrigerada' para las vacunas de Pfizer en Kalamazoo, Michigan (EE UU).Jeremy Davidson (AP)
Javier Sampedro

Mientras los mercados se vuelven locos con las vacunas anunciadas y permanecen atentos a cualquier decimal insignificante en el aumento de la eficacia, los tecnólogos de las farmacéuticas implicadas andan angustiados por una cuestión bien diferente y aparentemente mucho más simple: su distribución a la población. Los escollos son formidables, desde la fabricación de miles de millones de viales hasta la preparación de los centros sanitarios para gestionar una campaña de vacunación masiva sin precedentes. Pero la cuestión que parece más estúpida de todas, hasta el extremo de haberse escurrido entre los algoritmos de los corredores de Bolsa, es posiblemente la más importante de todas. Es la temperatura, estúpido.

En Kalamazoo, una ciudad de 75.000 habitantes en el estado de Michigan, y en la localidad belga de Puurs, de 17.000, Pfizer va a enviar de inmediato unos contenedores de mil viales de su vacuna. Es un producto innovador basado en el mRNA (o ARN mensajero), una larga molécula con información genética que resulta extremadamente lábil. Las enzimas que lo rompen están por todas partes, en la saliva, el sudor y las lágrimas, y por tanto en cualquier cosa que hayamos tocado, porque normalmente constituyen una protección primaria contra los agentes infecciosos que utilizan RNA como información genética. En el caso de la vacuna de Pfizer, requiere una cadena de frío de 70 grados bajo cero, y sus contenedores llevarán un sensor térmico que avisará al usuario de que la cadena se ha roto, un dato esencial para la compañía.

Hay dos formas prácticas de alcanzar 70 grados bajo cero. Una son los ultracongeladores, que necesitan energía eléctrica (mucha), cuestan 13.000 euros y ocupan lo que un aparador grande. Son comunes en los laboratorios de investigación, pero no en los centros sanitarios, no hablemos ya de las farmacias. La otra es el hielo seco, o nieve carbónica, que son unos cilindritos de CO₂ congelado que se pueden meter en una caja y usar para transportar la vacuna, pero no duran mucho tiempo: un par de semanas si se cambia el hielo seco cada cinco días. Todo esto hace que Pfizer pierda puntos frente a su competidora Moderna, cuya vacuna dura seis meses a unos meros 20 bajo cero, que son los que alcanza nuestro congelador de casa, e incluso un mes en la nevera. Hay una tercera vacuna de mRNA, la de CureVac, que va más atrasada que las otras dos, pero permanece estable en la nevera durante al menos tres meses. Parece claro que la temperatura puede ser más importante que el tiempo.

Si la temperatura ya supone un problema en los países occidentales, o en ciertas zonas de ellos, duele imaginar lo que ocurrirá en África y partes de Asia y Latinoamérica, donde no es ya que no haya ultracongeladores, sino que ni siquiera hay donde enchufarlos con seguridad, pues las redes eléctricas son inestables y el hielo seco un bien escaso. Las Bolsas celebraron más la vacuna de Pfizer que la de Moderna. No tuvieron en cuenta la temperatura.

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