Rebrotes, pandemias, impuestos
El verdadero coste de condenar a la ciencia y la medicina a la precariedad
Los rebrotes estaban cantados. Ni el virus se ha atenuado, como sostiene un rumor persistente que se propaga como fuego por la paja, ni mucho menos ha desaparecido. Le hemos yugulado las cadenas de transmisión porque nos hemos encerrado en casa, pero el SARS-CoV-2 sigue entre nosotros esperando su oportunidad para saltar de nuevo. Puesto que solo el 5% de la población tiene anticuerpos, el 95% sigue siendo tan susceptible al contagio como lo era en enero, y a medida que adoptamos cada paso de desescalada nos exponemos a nuevos remontes. En España hay ahora mismo una docena de rebrotes activos, y el último, que ha afectado a temporeros del campo en Huesca, es el que más preocupa a la autoridad sanitaria. Por el momento parece controlable, porque los sistemas de vigilancia epidemiológica, las pruebas a las personas que han tenido contacto con los positivos y las cuarentenas han funcionado esta vez. Pero tenemos ahí un aviso que no podemos ignorar.
También en Estados Unidos los expertos en salud pública se han desgañitado advirtiendo a los Gobiernos estatales y al búfalo del 1.600 de la Avenida Pensilvania de que la relajación del confinamiento causaría un incremento de los contagios y las muertes, y vemos ahora que tenían toda la razón. El país lleva semanas registrando 20.000 nuevos casos diarios en la mitad de sus Estados, y una renovada presión sobre los hospitales en Arizona, Texas, Alabama y las dos Carolinas, según el rastreador de covid-19 de STAT, una web médica. Los Estados más afectados suelen coincidir con los que adoptaron la desescalada de forma más prematura, a menudo estimulados por el inimputable inquilino de la Casa Blanca. La Bolsa o la vida.
“Ni el virus se ha atenuado, como sostiene un rumor persistente que se propaga como fuego por la paja, ni mucho menos ha desaparecido”
España está experimentando pequeños rebrotes que parecen gestionables por el momento, pero que solo lo son gracias a unos sistemas de vigilancia mucho más atentos y solventes que los del primer trimestre, lo que revela que esos sistemas no se pueden desescalar. Más bien deben reforzarse, y no durante un par de semanas, sino con carácter permanente. Porque un pequeño rebrote se convertiría de lo contrario en un nuevo Gargantúa, y después vendrán las segundas olas, las terceras olas y tarde o temprano una nueva pandemia que nos volverá a pillar en pelotas. La próxima vez que las patronales lloren amargamente por una imprescindible subida de impuestos, alguien deberá corregir sus cálculos para revelarles el verdadero coste de condenar a la ciencia y la medicina españolas a la precariedad. Porque los primeros perjudicados van a ser ellos.
No queremos héroes, sino profesionales bien financiados. Que una médica o un enfermero tengan que trabajar 72 horas seguidas sin dormir no es una epopeya, sino una vergüenza para todo el país, empezando por los alérgicos a las subidas de impuestos. Nos hemos llenado la boca con el cuento de que tenemos la mejor sanidad pública del mundo mientras recortamos sus recursos y externalizamos sus ganancias. Por ahí no se va a ningún lado.
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