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El invierno más oscuro

Un responsable científico despedido por Trump revela la arbitrariedad en la toma de decisiones

Javier Sampedro
Rick Bright testifica ante el comité de Energía y Comercio, el pasado día 14, tras ser apartado de la dirección de la Barda (Biomedical Advanced Research and Development Authority).
Rick Bright testifica ante el comité de Energía y Comercio, el pasado día 14, tras ser apartado de la dirección de la Barda (Biomedical Advanced Research and Development Authority).SHAWN THEW (AFP)

No hay mejor fuente que un alto cargo despedido, como sabe todo periodista. Esto vale también en la ciencia. Los investigadores que no pueden hablar claro porque detentan altas responsabilidades en los Gobiernos y las instituciones sacan a paseo la lengua en cuanto el poder político les invita a dimitir por haber dicho la verdad, o incluso por tener pinta de ir a decirla. Durante la pandemia no ha habido ningún caso en Europa, pero sí en Estados Unidos, y resulta bien interesante echarle un vistazo. Se llama Rick Bright –Ricardo el Brillante— y ya podemos considerarle uno de los científicos que se han resistido a la irracionalidad política y han perdido su puesto por ello. Un antihéroe moderno, y un admirable precedente.

Bright dirigía hasta el mes pasado la Barda (Autoridad de Investigación y Desarrollo Biomédico Avanzado, por sus siglas en inglés), la agencia de Washington para desarrollar una vacuna contra el coronavirus. La Casa Blanca le animó a respaldar los fármacos de moda, el antimalárico cloroquina y sus derivados, que justo habían sido saludados por el presidente Trump como una “revolución” contra la covid-19. Se negó y tuvo que abandonar su cargo en cuestión de microsegundos. Pero claro, ahora ha empezado a hablar, como es lógico, y dice que Estados Unidos se enfrenta al “invierno más oscuro de su historia moderna”. Dice que la ventana de oportunidad que tiene el país para gestionar el coronavirus se está cerrando, y que si la Casa Blanca no escucha a la ciencia la pandemia empeorará y se alargará. Las mejores fuentes suelen estar cabreadas, y suelen estarlo con razón.

Siga la pista del dinero. La cuestión de fondo es adónde asignar los recursos públicos. Bright insistió hasta el final en que la financiación debía dirigirse a soluciones seguras y tasadas científicamente, y no a “fármacos, vacunas y otras tecnologías que carecen de aval científico”. Se refería a la cloroquina, la hidroxicloroquina y quién sabe qué más, esos que tanto adora su presidente.

El responsable científico despedido tuvo la osadía de defender la ciencia frente a otras estrategias electoralistas o amiguistas. Esto es lo más cerca que ha llegado alguien a denunciar la colusión entre la Casa Blanca y ciertas empresas farmacéuticas. Hay que recordar que Gilead Biosciences, la biotecnológica que ha inventado el remdesivir, duplica su valor en Wall Street cada vez que publica una nota de prensa. Pero Bright no ha mencionado ningún nombre, ni seguramente lo hará mientras no pueda costearse unos abogados con un colmillo tan retorcido como los de la defensa.

Con un virus pandémico, la ignorancia científica de un presidente afecta a todo un planeta

“No le conozco, nunca le he visto ni quiero hacerlo”, fue la concisa respuesta de Trump ante las preguntas de los periodistas sobre Bright. Pese a ello, no tuvo inconveniente en calificarle de “empleado enfadado y descontento que, según alguna gente, no hizo un trabajo muy bueno”. En esas manos estamos. Recordemos que, con un virus pandémico, la ignorancia científica de un presidente afecta a todo un planeta. ¿Alguna idea?

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