Doncellas internas sin contrato en pleno siglo XXI
Cada vez más hogares buscan trabajadoras del hogar para realizar todo tipo de tareas, pero sus condiciones no mejoran: sin descansos, sin vida propia y mal pagadas
Algunas deben vestir uniforme y cofia. O responden con el sonido de una campana. Con poco descanso, todas exceden su horario laboral. Así es la vida de las trabajadoras del hogar en régimen interno. Doncellas en pleno siglo XXI. Sin contratos, sin papeles y sin vida propia.
Sofía (nombre ficticio), nació en Perú hace 44 años y lleva seis en Madrid. Allí ha dejado a sus cuatro hijos y a su marido, a los que manda dinero regularmente. Por eso se decidió por el trabajo de interna, para evitar pagar una habitación en la capital española y para ahorrar “cuanto más, mejor”. Aceptó el trabajo hace tres meses en una casa de tres pisos en Pozuelo de Alarcón, en la urbanización La Cabaña, con jardín, piscina, pista de tenis y cancha de baloncesto. Cobra 1.000 euros al mes, libra la tarde del martes y el miércoles entero, tiene habitación propia, comida asegurada y la promesa de un contrato que se está haciendo esperar.
A las ocho de la mañana está lista para empezar su jornada. Prepara el desayuno, limpia toda la casa, saca y da de comer a los dos perros, va al supermercado a comprar, siempre con dos listas, una fácil, la de ella —“la señora me dice que para mí compre filetes de pollo”—, y otra para los demás —“un menú variado de carnes, pescados y verduras, todo de máxima calidad”—. Luego hace la comida, la sirve, espera, se sirve, prepara el café de media tarde, vuelve a sacar a los perros, hace la cena, la sirve, espera y se sirve. Entre medias, la ley estima que puede descansar un par de horas. Pero la realidad es otra: “Un día se enfadaron mucho porque, después de comer, estuve en mi habitación 20 minutos, y ellos insistían en que había estado media hora y se tuvieron que hacer el café después de la siesta. Me amenazaron con quitarme la televisión para que no me distrajera”.
A las once de la noche acaba su jornada, normalmente, y se va a su habitación. Ha estado disponible para la familia entre 14 y 15 horas, casi dos jornadas laborales. Su máxima: “ver, oír, callar”. Y aguantar. No tiene otro remedio, dice. Espera no molestar mucho, y que le hagan ese contrato que le prometieron. “Es gente de dinero, y el señor me dice que sabe lo que es ser pobre y que él se porta bien con la gente que se porta bien con él. Además, me ha dicho también que me vigila con las cámaras de la casa y que no haga el tonto”.
Las promesas incumplidas en el submundo de estas trabajadoras es otra máxima del sector. En 2018, una media de 109.387 empleadas del hogar fueron dadas de alta en la Seguridad Social en la Comunidad de Madrid, aunque entre un 30 y un 35% de mujeres de este sector sobrevive en la economía sumergida, según la organización internacional del trabajo en España. “Muchas mujeres aceptan porque no tienen papeles, les prometen un contrato que nunca llega y no se atreven a denunciar porque se arriesgan a ser deportadas”, explica Carolina Elías, de 42 años y natural de El Salvador. Ella es la presidenta de Sedoac, una asociación de servicio doméstico activo que se creó en 2008 en Madrid con el objetivo de reivindicar los derechos de las mujeres que trabajan en el hogar.
Elías es abogada, profesión que ejerció en su país, y realizó un máster en igualdad de género en la Complutense, cuando llegó a la capital hace diez años. Después, le resultó imposible encontrar un trabajo alejado del servicio doméstico: “Mi primera empleadora, que solo había estudiado hasta el bachillerato, pero tenía mucho dinero, incluso sabiendo que yo tenía preparación académica me veía como una cucaracha. Estuve como cinco años de empleada del hogar, de interna cuatro, y he visto y oído de todo”.
Después de mucho esfuerzo, Elías consiguió salir del sector y ahora trabaja para el Ayuntamiento de Madrid, en el área de participación ciudadana. “Ha sido un vuelco total porque me siento más reconocida como profesional y no noto desprecio ni racismo. Pero cuando era empleada del hogar sentía humillación. En una ocasión, cuando la abuelita que cuidaba se murió, estaba en el tanatorio llorando como una magdalena y se me acercó una de las hijas para preguntarme que cuándo me iba de la casa, que al día siguiente querían cerrarla. Te deshumanizan completamente”.
Ahora, la salvadoreña dedica su tiempo libre a asesorar a mujeres que viven lo mismo. “Hay muchas compañeras que no saben que el empleador no puede retener tu pasaporte, por ejemplo. Porque eso pasa y luego te chantajean con que van a llamar a la policía para que te deporten”, asegura. Tampoco suelen saber que les corresponden vacaciones, que pueden descansar, que la jornada laboral de una interna consiste en ocho horas trabajadas y cuatro presenciales —lo cual significa que solo están disponibles para urgencias—, que las citas médicas son un derecho o que son trabajadoras, pero no esclavas.
“Les ha costado mucho llegar hasta acá. Y luego los CIES (centros de internamiento de extranjeros) son una cárcel, las compañeras que han estado dentro lo han pasado muy mal, porque sienten que han sido tratadas como delincuentes. Así que luego hay muchas sin papeles que aceptan condiciones extremas. Nosotros nos encargamos de darles charlas para que conozcan sus derechos. No sabes cómo se les ilumina la cara, porque solo son conscientes de sus obligaciones”.
Chacha, india, criada, cucaracha, sudaca. Esos son algunos de los apelativos que las internas siguen soportando a día de hoy. Las peticiones extra: sonríe, calla, sé rápida, eficiente, agradable, discreta. Y sobre todo, vive aquí, no te enfermes y no te quejes. “Yo he trabajado de interna dos años. Aplazas tu vida y vives la de los empleadores. Toda la semana la pasas en una casa que no es la tuya. Tu vida se queda aplazada. Estás viviendo con una familia de la que no formas parte, pero estás con los niños, y vuelcas tu amor en ellos. Yo, que tengo hijos a los que no veía, volqué todo mi cariño en los pequeños de esa familia, te metes con ellos, sus deberes, sus problemas en el colegio, todo. Y luego llega tu día libre, sales y te pones a hablar de la vida de los empleadores, y no es por ser cotillas, es que no tienes otra cosa que contar, no tienes otra vida. Cuentas lo que vives, es una vida prestada que no es tuya”. Ese es el testimonio de Edith Espinola, paraguaya de 40 años, licenciada en Empresariales. Ella llegó a Madrid hace cinco años para estar con su madre enferma y no ha encontrado otro trabajo diferente al de trabajadora del hogar. “Ahora estoy en paro, pero sin cobrarlo”. De interna prefiere ni hablar. “El empleador te trata como si fueras un objeto, una propiedad. No te valora como ser humano, sino que siente que eres un robot y que tienes que estar ahí las horas que te dicen porque además te están haciendo el favor de darte trabajo y un salario. Pasas a ser de su propiedad”.
Para encontrar una trabajadora del hogar, el empleador recurre a los métodos clásicos: el boca a boca, agencias que se encuentran fácilmente en Internet o anuncios en el periódico, como el que apareció en varias cabeceras nacionales hace varias semanas: “Se necesita doncella interna. Para importante vivienda en Madrid. Imprescindible experiencia y referencias. Se valorará experiencia con bandeja y protocolo”.
Talleres del hogar
La presidenta de Sedoac lo confirma: “Siempre hay oferta. Nos hemos dado cuenta de que ha aumentado la demanda de internas. En cuanto alguna compañera se queda sin trabajo enseguida le sale otro”, asegura Elías.
En Cáritas Madrid, que desde septiembre también ejerce de agencia de colocación, se ofrecen cursos de formación a mujeres que optan por el trabajo del hogar. El taller, abierto a cualquier persona, de cualquier procedencia y edad, está pensado para mejorar la empleabilidad. “Por realidad social, el perfil de persona que viene a los talleres suele ser mujer inmigrante de entre 35 y 40 años. Luego hay algún hombre. El año pasado, de 90 personas, 12 fueron hombres. Suelen ir para acceder a puestos de cuidados a dependientes. Pero lo normal es que entren mujeres. Muchas se plantean el sector doméstico como una forma de tener acceso a la regularización de documentación. Normalmente, vienen mujeres latinoamericanas y de Rumania y Polonia”, explica Mercedes Benito, subdirectora del servicio de empleo de Cáritas Madrid. En 2018, el 65% de las 90 personas que se presentaron a estos cursos eran latinas, en este orden: Colombia, Venezuela, Honduras, Nicaragua y Paraguay. Y el 35%, de Europa del Este.
Entrar en un taller de Cáritas Madrid es una inmersión total en los servicios domésticos. Allí enseñan desde utilizar todo tipo de electrodomésticos a cocinar comida española. También a limpiar correctamente, planchar o saber qué productos se pueden mezclar. Además, existen módulos, como el del cuidado infantil o el de personas mayores. Y luego, además, ofrecen el de protocolo, para enseñar a poner la mesa correctamente, decorarla, servir la comida… “Hay ciertos sectores con estatus y por eso decidimos dar el módulo de protocolo, buscamos el elemento diferenciador, lo damos como un plus. Somos conscientes de que en ciertos ámbitos, como Pozuelo, demandan cada vez más internas. Aunque la realidad es que sobre todo piden mujeres para cuidar a niños o personas mayores”, explica Benito.
Elías, mientras, pelea en Sedoac por regularizar el sector: “En una casa un niño de seis años me tiró un juguete y me ordenó que lo recogiera. Le dije que no, que no lo iba a hacer y se cuadró: ‘te ordeno que me lo traigas’. Yo que no, que no lo iba a hacer, hasta que me suelta: ‘eres mi esclava’. Ahí ya me quedé helada. No lo hice y se cogió un berrinche. Pero me hizo pensar. Los niños hacen lo que ven y lo que oyen. Y son los empleadores del futuro”.
Una reivindicación que no soluciona ningún Gobierno
En 2011, se aprobó la incorporación del empleo de hogar en el Régimen General de la Seguridad Social, pero se mantuvo como sistema especial. Entonces se asumió el compromiso de ir regulando cuestiones pendientes. Pero las empleadas del hogar siguen a la espera. En ese momento, se excluyó el reconocimiento de la prestación por desempleo y se aplazó hasta enero de 2019 alcanzar los mismos criterios en el cálculo de las pensiones. También se iba a sustituir el sistema de cotización a la Seguridad Social por tramos salariales por el de la cotización por salarios reales. Después de siete años, el PP, con la enmienda 6777, aplazó ambas medidas hasta 2024. Casi medio centenar de organizaciones de trabajadoras del hogar y de cuidados se opusieron a través de un manifiesto el pasado junio.
El Gobierno del PSOE, con el Real Decreto 28/2018, ha mantenido el retraso aunque lo ha adelantado a enero de 2021, y ha aprobado para 2019 un sistema de tramos de cotización que tampoco convence a las trabajadoras del hogar.
Para compensar, por ejemplo, “el salario mínimo de una interna debería oscilar entre 1.400 y 1.500 euros, más la Seguridad Social, para compensar un poco”, reclama Elías. La realidad, sin embargo, dista mucho. La ley fija el salario mínimo interprofesional para este tipo de trabajadoras y, de media, una interna cobra entre los 800 o 900 euros.
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