El efecto terapéutico de una mecedora frente a un cuadro
Un proyecto europeo utiliza el arte para evitar la exclusión social de enfermos de Alzheimer y refugiados
Las salas de los museos suelen ser espacios desnudos en los que el protagonismo recae en las paredes, donde cuelgan las obras de arte. Apenas hay asientos para detenerse un momento a contemplar las pinturas y casi siempre carecen de respaldo. En cambio, si frente a un cuadro se colocan una mecedora, una alfombra y un cesto de ovillos de lana y agujas de punto, se convierten en un lugar acogedor para personas que, en todo momento, necesitan sentirse como en casa. Como los enfermos de Alzheimer, por ejemplo. El arte, de esta forma, se convierte en terapia.
Las soluciones arquitectónicas para alimentar los recuerdos y recuperar los estímulos de los enfermos de Alzheimer son una constante en el trabajo de Javier Sánchez Merina, profesor de Proyectos Arquitectónicos de la Universidad de Alicante (UA), y de la investigadora Halldóra Arnardóttir. Ahora, tanto ellos como sus estudios en este ámbito han sido incluidos en un proyecto europeo de Inclusión social y bienestar a través de las artes y las consultas interdisciplinares (SWAIP, en sus siglas en inglés), impulsado por el Programa Europeo de Educación, Formación, Juventud y Deporte Erasmus+. Junto a la Universidad de Alicante, participan otras entidades académicas de Islandia, Portugal, Inglaterra, Alemania, Finlandia y Francia.
Sánchez Merina ha desarrollado diversos proyectos que tratan de paliar los efectos del olvido degenerativo mediante las sensaciones que transmiten las obras de arte. Durante un trabajo en la Pinacoteca Nacional de Islandia, pensó en solucionar la fría asepsia de los museos con “objetos del mobiliario universal que convirtieran el espacio expositivo en el salón de una casa cualquiera”. Frente a un paisaje islandés con volcán, patos y un lago, colocó la mecedora y los utensilios para hacer punto. Y funcionó. “Una enferma se sentó, sin decir nada, se puso a tejer en silencio y, poco después, empezó a hablar de su pasado”. La pinacoteca se había convertido en su hogar. Ante un cuadro de denuncia social en el que aparecían mujeres que acarreaban bacalao, Sánchez Merina y Arnardóttir ubicaron una mesa con un florero y un servicio de té y cuatro sillas. “Cuatro pacientes se sentaron frente al cuadro y mantuvieron una conversación”, recuerda el profesor de la UA. También funcionó.
En otra ocasión, convocaron al cotizado videoartista Bill Viola, que accedió a colaborar con ellos en un proyecto desarrollado en Murcia. “Nos dimos cuenta de que los enfermos de Alzheimer pierden la capacidad de gesticular”, señala Sánchez Merina. Viola envió a dos de los actores que habitualmente trabajan con él para reactivar las sonrisas, los gestos de ironía, de enfado o de asombro. “De esta forma, conseguimos que volvieran a gesticular otra vez”. En otro taller, entregan a los pacientes una maleta para que guarden en ella sus objetos más valiosos, que se convierten en claves para liberar los recuerdos. Sánchez Merina asegura que el MoMA de Nueva York “está interesado en la idea de utilizar el arte como terapia”. Y ahora Europa, mediante el proyecto SWAIP, también.
Este plan estratégico europeo está dotado con 204.855 euros, tendrá una duración de dos años y persigue el desarrollo de planes de estudio que capacitarán a artistas y trabajadores de la salud con antecedentes en artes para trabajar con grupos en riesgo de inclusión social, como “jóvenes con dificultades para el acceso a la educación, inmigrantes, refugiados” y los ancianos hundidos en el pozo por el Alzheimer, según enumeró Sánchez Merina. “Tratamos de aportar herramientas a otras disciplinas, como la Medicina, desde la arquitectura, la música, la literatura o la pintura”, indica el arquitecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.