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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No hay un problema catalán

España, ante la cuestión territorial, debe actuar de manera distinta de como lo ha hecho en tres siglos

Diada en 2014.
Diada en 2014. ALBERT GARCIA

Los retos a los que se enfrenta Pedro Sánchez son enormes. Los años de Gobierno del PP han provocado un grave giro autoritario y un inaceptable retroceso social y democrático en España. En un asfixiante clima de corrupción sistémica, contra la que no se ha luchado de forma creíble, han sido muchos los aspectos que han sufrido graves recortes: las pensiones y el Estado del bienestar, la memoria democrática y la transparencia gubernamental, la libertad de expresión y la neutralidad de los medios públicos de comunicación, la eficiencia energética y la equidad en el mercado de trabajo, las políticas de igualdad y vivienda, la separación de poderes y la independencia judicial... Una lista larga e incompleta.

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Sin duda, es de esperar que todo movimiento del nuevo Gobierno para revertir esta situación sea atribuido a una deuda contraída para lograr su investidura. Pero Sánchez y la mayoría alternativa que lo ha hecho presidente no deben dejarse amedrentar. Es imprescindible reconstruir la libertad y la justicia social que nunca se debieron perder, y responder a las ansias de cambio que laten en la sociedad. España, guste o no, ha inaugurado un nuevo tiempo político. Así, las fuerzas políticas que lo protagonizan no deben preguntarse qué va a pasar, sino que deben convertirse en agentes de cambio y dibujar un plan de acción para materializar las transformaciones que permitan al Estado situarse en la lógica de la Europa del siglo XXI.

Resulta evidente que las estructuras antiguas no responden ya a las nuevas demandas de la ciudadanía ante los retos del presente. Y la tradición, la inercia o la comodidad ya no sirven como excusa. En Catalunya, en España y, en realidad, en toda Europa, emerge una nueva ciudadanía que pide mayor proximidad y más democracia real. Y ese es precisamente el verdadero anhelo que mueve al proyecto republicano catalán: más libertad y más democracia. España, ante la cuestión territorial, debe actuar de manera distinta de como lo ha venido haciendo en los últimos tres siglos, si quiere equipararse de una vez a un modelo plenamente asentado en Europa. Con Catalunya, debe romper la lógica de una historia de desencuentros y deberíamos hacerlo en colaboración, como dos sujetos capaces de acordar el modo en que decidimos nuestro futuro. En realidad, se trata de determinar cómo, todos nosotros, queremos que sean nuestras mutuas relaciones y cómo afrontar las discrepancias. Porque no hay que llevarse a engaño, cuando estos años se hablaba del “problema catalán” o de no se sabe qué órdagos o desafíos, se estaba desenfocando la cuestión. No había ni hay un “problema catalán”. Es España la que tiene un problema con su democracia, con sus identidades y con sus soberanías. Y debe afrontarlo sin más dilación.

Incluso desde la cárcel, le pido al presidente Sánchez que sea valiente y capaz de generar para España un proyecto alternativo a ese Estado, cuestionado en su esencia y frágil en su concepción, que se ha negado a escuchar, a hablar, y a llegar a acuerdos.

Estoy seguro de que todos los demócratas coincidiremos en que el futuro tiene que definirse en base a la libertad y no a la imposición. La mano tendida al diálogo que ofrecemos desde Catalunya debe ser interpretada como una triple oportunidad: para Catalunya, para España y para el conjunto de Europa. La forma en que resolvamos la ecuación entre las aspiraciones democráticas de los ciudadanos y el necesario fortalecimiento de las sinergias entre pueblos puede definir el futuro de Europa. No lo hagan por Catalunya. Háganlo por España, y como apuesta de futuro.

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Raül Romeva, exconsejero de Exteriores de la Generalitat, actualmente en prisión

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