El diluvio Puigdemont
El expresidente Puigdemont ha acabado por creerse que Cataluña es como la cuenta TV3
En la Cataluña contemporánea Carles Puigdemont ha condensado todos los errores políticos de los que advertían los catalanistas más prudentes, hasta el punto de balcanizar el independentismo en nombre de una unidimensionalidad catalana que ni tan siquiera fue real en los días mitológicos de la Edad Media. Ahora mismo, cuando lo que quedaba de Convergència pretendía regresar al gradualismo, Puigdemont ha dado un golpe de timón y ha atajado toda iniciativa que disienta de una ruptura unilateral con España. En época de relativismos, Puigdemont impone la verdad absoluta de la DUI. Con el nuevo movimiento transpolítico que promueve hace tentadoras las comparaciones con las distintas versiones del nacional-populismo, desde el general Perón a Donald Trump, pero lo pertinente es analizar los factores que son propios de Puigdemont y que dan el perfil de su Cataluña, imposible, victimista, ficticia y retrógrada.
Puigdemont es una máquina de generar reacciones cívicas contra el nacionalismo y basta con tener presente que hizo posible que Ciudadanos fuese la lista más votada en las últimas elecciones autonómicas. Ahora su estrategia ha estimado que con la concatenación judicial que está al caer, habrá llegado otra oportunidad para la secesión, por mucho que el independentismo esté paralizado en las encuestas porque una sociedad como la catalana acaba siendo refractaria al caos. Es Puigdemont quien, en buena parte, ha llevado la ciudadanía de Cataluña a una sorda confrontación que está asomando en actos de escrache, parches amarillos, réplicas y contrarréplicas. Se supone que en algún momento Cataluña recuperará su estabilidad pero nadie sabe cuándo.
¿Qué poderes hipnóticos tiene Puigdemont para ejercer tanta influencia en el independentismo? O quizás lo razonable sería preguntarse qué componentes de parte de Cataluña han dado pie a que Puigdemont imperase. ¿Cuál es la causa y cual el efecto? No parece importar que en el Congreso de los Diputados, el grupo parlamentario en otros tiempos liderado por Miquel Roca o Duran Lleida ahora no tenga ningún peso específico, precisamente porque sus diputados más experimentados apostaban por la reubicación del PDeCAT en el posibilismo que en el pasado tuvo buenos resultados. Puigdemont lo ha descabezado. En realidad, lo ha descabezado todo, salvo la CUP.
Si el principal propósito de Puigdemont es evitar que los tanteos y aproximaciones de Pedro Sánchez no den resultado va camino de conseguirlo, llevando a las instituciones autonómicas a un callejón de cada vez más angosto y sin salida. Es un experto en la llamada judicialización de la política y no le concierne otra cosa. En unos años, agrandando el desperfecto provocado por Artur Mas, ha ido desvinculado las instituciones de Cataluña de la legalidad y de la obligada representación de los intereses de todos los ciudadanos. ¿Era eso el objetivo del independentismo? La inconsciencia política de Puigdemont, comparable a una enajenación, sigue con la tarea de destruir la institucionalización que al catalanismo clásico le costó tantos esfuerzos.
Con la crisis de autoridad muchos municipios independentistas actúan fuera de la ley, dando por hecha la desconexión con España, sin respetar a quienes disienten y a quienes de cada más están expresando su descontento después de haber callado. Es un forcejeo angustioso y no de Cataluña contra España sino de una Cataluña confrontada consigo misma, síntoma fatal de una negación de aquella complejidad que es propia de las sociedades abiertas. Puigdemont ha acabado por creerse que Cataluña es como la cuenta TV3, el búnker por ahora inexpugnable que pagan por todos los contribuyentes. Es otro logro de Puigdemont. Al final, algún día, de recuperarse una vida pública plural, habrá que plantearse cómo desmantelar una televisión autonómica carísima y partidista. Más desprestigio para las instituciones de Cataluña.
Se habla de la existencia de matices entre las concepciones políticas de Carles Puigdemont y Quim Torra pero a estas alturas sirven de poco la casuística y el bizantinismo. Da fe de la catástrofe que la única resistencia al tándem Puigdemont-Torra sea ERC, la misma que presionó para que no hubiese una convocatoria de elecciones que evitase la aplicación del 155. Y habrá, de uno u otro modo una nueva aplicación -posiblemente menos soft- del 155 porque eso es lo que ahora anda buscando Puigdemont, como que los presos sigan en la cárcel. Es la tesis del diluvio. En eso está Puigdemont, un veterano aprendiz de brujo.
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