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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Churchill, Torra y el Kuomintang

En Cataluña, para el independentismo exconvergente que ganó en las urnas, prima la épica, la estética y la profética

Francesc Valls
Torra, en su escaño mientras no se sabe si se celebrará el pleno.
Torra, en su escaño mientras no se sabe si se celebrará el pleno.Albert Garcia (EL PAÍS)

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, apareció hace unos días en la asamblea de asociados del PDeCAT con una fotografía de Winston Churchill asomando a modo de protuberancia política del bolsillo superior de su americana. Torra explicó que la presencia del ex premier británico en su vestimenta obedecía al we shall never surrender(nunca nos rendiremos) con el que Churchill ejemplarmente decidió enfrentarse a la Alemania de Hitler, desoyendo a buena parte de las elites británicas. El premier épico del anti-nazismo era el mismo que permitió la hambruna en Bengala, en la que murieron unos dos millones de personas, el que dirigió como ministro de Interior la operación policial-militar en los disturbios de Tonypandy contra los mineros galeses, o el joven del 21º Regimiento de Lanceros que cargó contra las tropas de los rebeldes sudaneses en la batalla de Omdurmán.

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La épica esconde otros rostros, aunque la tendencia al eslogan y la simplificación siempre prefieran el blanco y negro. La innegable figura de un Churchill decidido a luchar contra el nazismo y a formar un gobierno de concentración con laboristas convive con la de un premier que, entre otras cosas, despreciaba a la clase trabajadora organizada y que fue muy beligerante con sus sindicatos.

Si consideramos que Cataluña vive “una emergencia humanitaria”, el Churchill antinazi sirve de paradigma. Si opinamos que hay que hacer política, aunque la situación no sea fácil —políticos presos, o en el extranjero, fracaso de las eurórdenes y el sistema judicial español en entredicho— el modelo es otro. Pero en Cataluña, para el independentismo exconvergente que ganó en las urnas, prima la épica, la estética y la profética.

El Parlament decidió hace unos días suspender un pleno y que el próximo se celebrase el 2 de octubre. La falta de acuerdo entre Junts per Catalunya y Esquerra sobre cómo aplicar la suspensión temporal a los diputados encausados por rebelión por el juez Pablo Llarena llevó a bajar la persiana y a dar vacaciones a esa Cámara que aseguran que representa la soberanía popular. Al margen del cerco judicial, si la medida debía o no alcanzar a Carles Puigdemont está en el origen de la discordia entre independentistas.

Por encima de cualquier otra consideración, una decisión de esta envergadura evidencia sesgos preocupantes. Supone una visión patrimonial del Parlament, al que se sacraliza cuando se trata de hacer valer la mayorías absolutas propias y se cierra por vacaciones cuando no hay acuerdo.

Hay pues más de un rostro. Como cuando el independentismo mayoritario asegura estar dispuesto a la más radical de las desobediencias para materializar la República. Luego resulta ser de misa preconciliar y comunión diaria en otros asuntos. Los reiterados incumplimientos de los informes de los letrados del Parlament, las vulneraciones de las leyes o las proclamas en favor de la independencia unilateral se truecan en exquisito respeto a legalidad a la hora de abordar asuntos que afectan al más fundamental de los derechos: la propiedad. Si con el artículo 155 de la Constitución en marcha, el independentismo se rasgó las vestiduras por la renovación de los conciertos con las escuelas vinculadas al Opus Dei, con la llegada al poder del Gobierno Torra —que ha de materializar la república— continuará la obra emprendida por el centralismo intervencionista. Se alegan motivos jurídicos de notable enjundia. Lo más curioso del caso, es que la anulación de esos acuerdos con centros relacionados con el Opus y que discriminan por sexo se convirtieron en elementos clave del pacto de investidura del nuevo presidente catalán. El éxito resulta pues perfectamente descriptible.

Los mismos escrúpulos para con la legalidad fueron argüidos por la portavoz del Gobierno catalán, Elsa Artadi, para no apoyar la propuesta del Ayuntamiento de Barcelona de obligar a las inmobiliarias a construir un 30% de pisos sociales. Mientras, la Generalitat subastó 47 edificios procedentes de herencias intestadas. El corazón se reserva para momentos épicos, no para minucias cotidianas. Las políticas sociales ni se mencionan y cuando se hace es para pedir respeto escrupuloso a las leyes.

El procesismo puigdemonista —séptima reencarnación de la vieja Convergència— tiene afanes hegemónicos y ha lanzado su OPA a Esquerra Republicana. Los ideólogos del ex presidente de Amer, algunos de ellos conspicuos izquierdistas durante la transición, proponen construir una suerte de Kuomintang catalán. Se llama Crida Nacional per la República que, a imagen y semejanza del frente que encuadró a nacionalistas y comunistas chinos, intentará aunar fuerzas para que el advenimiento de la república se produzca tan pronto como sea posible. Mientras, habrá que seguir utilizando el pretexto de la legalidad para esconder la falta de voluntad política y no mover un dedo en políticas sociales.

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