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Crónica
Texto informativo con interpretación

Langosta blanca y más

Apuntes marginales de Laura Riding, Robert Graves, Walter Benjamin, Albert Camus y Jorge Luis Borges

El arte de pescar langostas es profundamente melancólico.
El arte de pescar langostas es profundamente melancólico.

Uno de los escritores más influyentes y citados del mundo contemporáneo, Walter Benjamin, vivió refugiado en Baleares, navegó horas en un llaüt en Ibiza y observó el arte de pescar langostas, algunas “gigantes”, un “espectáculo profundamente melancólico”, porque con 70 nasas caladas tan solo se capturaron tres bichos. El detalle es de los años treinta, cuando el sol de verano era (y es) tan abrasador que “llega el momento en que solo los árboles parecen estar vivos”.

Las langostas gigantes suelen ser generalmente blancas, porque viven en ámbitos profundos. No son rojas como las de zonas litorales sino más pálidas por la escasa luz que penetra en su paraje submarino. Más grandes y menos cotizadas.

En aguas de Menorca, desde donde partió migrante, pobre, Caterina Cardona, abuela que fue determinante en la vida de otra cabeza clarividente del siglo XX, la de Albert Camus, que giró visita en Mallorca e Ibiza aunque nunca pisó la isla de los orígenes. Camus si nos habla a sus notas del pan con sobrasada de las meriendas argelinas infantiles con la madrina.

La langosta es una metáfora y un ‘bocata’ de Bosch y de Taura. Miquel Calent, cocinero que escribe y charla con oficio, mostró en IB3 una langostota blanca menorquina, también otra langosta mollar con el caparazón blando. El chef alzó un enorme y solitario bogavante. Especie que era también autóctona y ahora casi es excepcional. Como la cranca.

Los buenos literatos también a veces dejan caer alguna cita de sus comidas –sobre todo de paisaje–. Pocas exhibiciones y ningún adjetivo de color recomienda Robert Graves, poeta mayúsculo, autor de novela histórica, tótem total y piedra fundacional del mito de Deià, la isla de una isla.

“Exacta Mallorca, diminuta Deià”, dijo en un verso en 1931 la poderosa poeta americana Laura Riding, compañera y pareja de Graves, inspiradora de “La Diosa Blanca” a pesar de que ella combatía por su cuenta: “Mi musa soy yo”. Con otra pareja se dedicó al cultivo de cítricos en Florida.

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Nicole d´Amonville Alegría, traductora y editora, mallorquina de Deià, ha desvelado en español por primera vez “Laura y Francisca”, un libro de 700 versos que Laura Riding se dedicó a si misma, a la la vida y en argucia literaria a una niña del pueblo, Francisca. Allí queda dicho que “el pan es más espiritual en el Terreno” y que comió “berenjena muy tostada (crujiente) en aceite” mientras que Robert cogió moras para una jalea compacta. Esto son minucias.

La primitiva edición del poema único la compusieron, letra a letra, Graves y Riding, estampando cada hoja en la máquina Crow Albion que se llevaron en tren y por mar desde Inglaterra para dar vida a la propia editorial The Seizin Press, con sus portadistas y mecanógrafos. El prólogo de Nicole –que se topó con la co-protagonista Francisca antes de morir y un ejemplar del viejo libro que se copia en el volumen– es un pórtico para la pequeña gloria. Obra de ediciones Punto de Vista.

Graves y Riding convivieron durante 14 años. Llegaron a Mallorca en 1929 por recomendación de Gertrude Stein, amiga y modelo de Picasso, gigante cultural, que entre 1914 y 1915 había pasado más de medio año en la isla, con su pareja Alice B. Toklas, invitadas en la casa del Terreno del buen pintor William Cook, poseedor de una casa familiar en París hecha por Le Corbusier, gran astro visitando –fugaz– de Mallorca. Cook Book es un libro excelente sobre Stein, Cook y Le Corbusier de Roy R. Behrens.

“Mallorca es el paraíso, si lo puedes resistir”, es frase repetida como el Padrenuestro, clave de libros, films y reflexiones. Es errónea, imprecisa, no cierta, según la traductora y experta Nicole d’Amonville. La realidad literal, para d’Amonville es: “Si os gusta el paraíso, Mallorca lo es”. Esta sentencia/anuncio la atribuían, tal cual, siempre, durante décadas, a Gertrude Stein que desde Francia dirigió a Graves y Riding.

“Mallorca es un lugar parecido a la felicidad”, observó otro mito insular, Jorge Luis Borges, vecino de Mallorca al principio el siglo XX. Cuando Robert Graves ya no era él, perdía la memoria, en los años ochenta Borges lo visitó en can Alluny. Laura Riding vetó que su casa fuera denominada ‘sa Gravera’, el topónimo original.

Borges supo por Maria Kodama que la esposa de Graves, Beryl, alimentaba con una cuchara al gran poeta en inglés. Bioy Casares en su libro de apuntes de las conversaciones diarias con Borges dice que el Gobierno respetaba mucho a Robert Graves, porque había parado la construcción de un hotel y de una autopista en el pueblecito.

Es cierto que el poeta de Deià explicó que se quedaron tres meses sin luz, sin corriente, porque una noble beata, madre de un general, no permitía que se ubicara un transformador de la nueva instalación en un “terreno (suyo) sagrado” perque lo pisó la Beata.

Robert Graves fue a Madrid para ver al ministro Manuel Fraga y advertirle: “Este verano los hoteles estarán vacíos porque no habrá electricidad” (Entrevista de 1969. The París Review). Dicho y hecho, el gobernador provincial de la dictadura se puso firmes y la corriente eléctrica volvió a Deià.

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