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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Exequias sin convicción

Jordi Turull se ha subido a la tribuna con ganas de pasar el mal trago de la manera más rápida posible

Manel Lucas Giralt
Jordi Turull, durante su debate de investidura en el Parlament.
Jordi Turull, durante su debate de investidura en el Parlament.ALBERT GARCÍA (EL PAÍS)

He escuchado en este Parlament recitados de artículos y subapartados del reglamento más ilusionantes que el discurso de investidura de Jordi Turull. Si el tono de una intervención de un candidato a president guarda alguna proporcionalidad con el grado de empuje social y político de un país, créanme, estamos mucho peor de lo que nadie puede imaginar. El candidato de JuntsxCat ha subido a la tribuna con ganas de pasar el mal trago de la manera más rápida posible. El mensaje implícito que lanzaba cada una de sus frases era: “señor, aparta de mí este cáliz”.

La parte inicial del discurso ha reventado el topicómetro noucentista: pau i treva, seny i rauxa, la feina ben feta, som gent d’entesa, aixequem castells…faltaban unas ilustraciones de Pilarín Bayés. Pero cuando ha llegado el turno de la proteína, el programa de Gobierno, el candidato no se ha rearmado con nuevo vigor, al contrario: el recitado de proyectos, a parte de poco sorprendente – en consonancia con las dificultades reales de aplicarlo, de momento –, se ha movido en una cadencia sin ritmo, de tono descendente, muy similar a esas exequias funerarias rutinarias con las que los curas del turno de oficio – ¿existe ese concepto, como en los abogados? – agravan con una carga de hastío la tristeza de los familiares del difunto. Todos hemos asistido a un funeral de ese tipo, y todos nos hemos planteado que parecen una llamada implícita – y entusiasta – a la apostasía inmediata y militante.

Del mismo modo, el discurso de Turull, más que intentar convencer a algún dubitativo, si lo hubiere, era una invitación a descolgarse del proyecto común. De tal manera se impuso la monotonía que hasta los suyos, los diputados de JuntsxCat, se olvidaron del protocolo de ir aplaudiendo a ritmos periódicos para mantener el ánimo. Bueno, me dirán que no hay mucho ánimo que mantener, con la expectativa de una derrota cantada y, tal vez, con la cabeza del candidato en la comparecencia del viernes ante el juez del Supremo, que a veces parece el Juez Supremo.

En los palcos de los invitados había alguna cabezada senatorial, y muchos rostros como de estar asistiendo a una obra de teatro conceptual en búlgaro antiguo. El jefe de filas de ERC en el ayuntamiento de Barcelona, Alfred Bosch, estuvo a punto de librarse, porque no llevaba la correspondiente invitación y no le dejaban entrar en el hemiciclo. Por un momento pensé que el funcionario que le cerraba el paso era un barcelonés partidario del tranvía por la Diagonal.

Detectando el hueco que le había dejado Turull, fue el portavoz de Esquerra, Sergi Sabrià, quien se encargó de defender la investidura con supuesta convicción. Se dirigía de facto a los diputados de la CUP. Yo le descubrí incluso alguna mirada rápida, pero clara, hacia la última fila de escaños, donde están los cuatro cupaires, que aguantaron impertérritos, con la tranquilidad de saber que ni en el remoto caso de que algún discurso pudiera hacerles flaquear las convicciones, ahí están las asambleas para frenar cualquier desviación.

Y mientras asistimos a esta derrota cantada, en twitter se siguen convocando concentraciones con los hastags de siempre: tossudament alçats, dempeus, sensepor…es lo que tienen las redes sociales, no les condiciona la realidad. 

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