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El traje de fallera se reivindica en un mercado que crece y especializa

La indumentaria festiva valenciana cuenta con más de 100.000 clientes

El alcalde de Valencia, Joan Ribó, junto a la Fallera Mayor y su corte ante la falla municipal.
El alcalde de Valencia, Joan Ribó, junto a la Fallera Mayor y su corte ante la falla municipal. Europa Press

“¿Cómo podéis vivir todo el año vendiendo trajes de fallera, si las fiestas solo duran cuatro días?”, es la pregunta que recibió un reputado indumentarista con más de treinta años de trayectoria. Aquello de que la fiesta son cuatro días solo se entiende en clave turística, porque la realidad cada año difiere más de ese principio. La Falla en la actualidad es una entidad cultural y festiva en torno a un proyecto y como tal, la figura de la Fallera Mayor, se convierte en el engranaje más visible en cada una de sus actividades. “El traje te representa y supone una de tus principales preocupaciones. A largo del año podemos asistir a cerca de medio centenar de actos vestidas de valenciana, dependiendo de la comisión”, comenta la máxima representante de la falla Serrans- Els Furs, Ana María Dolz.

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La agenda de una Fallera Mayor comienza en septiembre y raro es el mes que no la ocupa dos o tres actos, unos compromisos que, a partir de enero se convierten en citas ineludibles con la peineta prácticamente todos los fines de semana. Un ajetreo multiplicado por las más de 800 Falleras Mayores que ostentan el cargo, entre adultas e infantiles, solo en Valencia y su área metropolitana, lo que supone tener en plena actividad a una singular industria textil.

“Los trajes de valenciana son muy llamativos, pero en verdad son uno de los aspectos menos conocidos de la fiesta de las Fallas. Se trata de un sector peculiar que no se mueve por los cánones de modas y tendencias habituales y que además se rige por su propio calendario”, asegura el gerente de Josep Corts indumentaristas en el centro de Valencia.

Las rebajas falleras, sin ir más lejos, no son en enero ni en julio como las de los grandes almacenes, sino que comienzan el 20 de marzo. La firma Álvaro Moliner, pionera en este fenómeno, nos confirma como cada año se guardan colas desde la madrugada para adquirir las mejores oportunidades, “tenemos que establecer turnos de acceso al local y todo el personal de talleres sube a atender a los clientes. Son rebajas muy esperadas que crean, además, fidelización con las clientas que una vez adquiridos los tejidos en promoción, nos suelen encargar también la confección del vestido. Es nuestra forma de iniciar la temporada”.

Con la primavera, los grandes ateliers falleros comienzan a recibir los primeros encargos. Se seleccionan telas para dar singularidad a los trajes, los indumentaristas llevan agendas secretas con los colores de sus clientas para que no se repitan dos iguales e incluso, dependiendo de presupuestos, se pueden tejer combinaciones de colores y dibujos exclusivos.

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“Aunque los dibujos son limitados porque cada temporada trabajamos con espolines y diseños del siglo XVIII y principios del XIX sus variantes son casi infinitas, se puede cambiar el color de cada flor, el fondo o los metales. Eso hace que el mismo dibujo parezca totalmente diferente. Además, se trabajan también diferentes tejidos como los lampás, estrechos de seda, brocados, damascos, terciopelos, labrados, rayones o indianas”, asegura Fernando Vila, gerente de Mar de Seda.

Con el otoño llegan las primeras entregas de vestidos acabados, cuando aún falta medio año para el inicio de la fiesta. Se necesitan para sesiones fotográficas, presentaciones o actos del sector.

Y aunque la cantidad sí que importa, en este tema reina la discreción. La fallera mayor estrenará como mínimo dos trajes y, posiblemente lo acompañará de uno o dos corpiños de manga larga más, para que una misma falda le sirva para diversos actos. Además, con toda probabilidad, rehará algún otro traje de su fondo de armario para darle una nueva vida. A partir de ahí, las cantidades y los presupuestos no tienen techo. Las Falleras Mayores de Valencia en los últimos años llegan a estrenar más de una veintena de trajes, pero su caso es excepcional porque su uso es casi diario y muchos de ellos son obsequio de sus creadores.

Innovación en nombre de la tradición

El fenómeno de la desestacionalización no solo beneficia a las cientos de tiendas de indumentaria que proliferan en Valencia y su área metropolitana, supone también la garantía de supervivencia de un buen número de gremios que de otra manera serían prácticamente testimoniales.

Alrededor del traje de valenciana hay zapateros especializados, medias, enaguas, lencería, cancanes de última generación, cintas y pasamanería, puntillas, posticería, joyeros, tejedores, modistas, anticuarios implicados directamente más otros tantos de forma indirecta. En la escuela del Gremio Artesano de Sastres y Modistas, fundado en el año 1247, se forman cada curso 150 alumnos, un tercio de ellos especializados en indumentaria, prácticamente la mitad con intención de establecerse por su cuenta en el momento en que finalicen sus estudios.

Solo un mercado tan vivo permite subsistir talleres en algunos casos con más de 100 años de antigüedad capaces de restaurar o reproducir pendientes o peinetas con técnicas ancestrales.

A su vez conviven con dinámicas pequeñas y medianas empresas que no paran de innovar, curiosamente en nombre de la tradición, en materias tan especializadas como, por ejemplo, las enaguas o cancanes como nos confirman en la firma especializada Margarita Vercher: “Sin perder el objetivo de conseguir una falda con el vuelo que llevaban nuestras abuelas a base de muchas enaguas y telas almidonadas, hoy en día muchas falleras prefieren llevar ahuecadores más cómodos y prácticos. Todos los años sacamos nuevas propuestas después de estudiar la demanda del mercado, son prendas cada vez menos pesadas, más cómodas y con más facilidades para la limpieza o el almacenaje”.

“La variedad y calidad de cintas, puntillas e hilos hacen que casi el 15 % de mis clientes sean de origen internacional y el 45 % provengan de fuera de Valencia sin ninguna vinculación con las Fallas. Van buscando productos que en su zona ya no se fabrica, como por ejemplo el tul bordado que aquí se gasta mucho para indumentaria fallera y que nos demandan mucho italianos, franceses e ingleses. Vendemos en tienda, pero también recibimos mucho encargo en línea”, corrobora Rosa Tomás, propietaria y tercera generación de una mercería típica de la Plaza Redonda.

El traje de valenciana y su industria viven momentos de transición, pero al margen de lo puramente sentimental o histórico, se trata de un fenómeno con más de 100.000 clientes, solo en falleros censados, que dinamizan un mercado con las puertas abiertas los 365 días del año.

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