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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De Saint-Martin-Le-Beau a Waterloo

Puigdemont puede acabar siendo un ex presidente que va evaporándose en Instagram mientras la vida política de Cataluña busca otros cauces

Carles Puigdemont atiende a la prensa el pasado 6 de febrero en Bélgica.
Carles Puigdemont atiende a la prensa el pasado 6 de febrero en Bélgica. THIERRY ROGE / AFP

Que Carles Puigdemont sea un prófugo de la justicia impide comparar razonablemente su situación con la del exilio de Josep Tarradellas salvo que el expresidente hoy instalado en Bruselas crea —como parece— que en España hay una guerra civil. El exilio es cosa tan grave como trágica y su aparición cíclica en la vida de España y por tanto en Cataluña inquieta siempre a quien pretenda entender nuestra historia moderna. En una Cataluña autonómica y con las garantías del Estado de Derecho, hablar de exilio o de presos políticos es una tergiversación semántica de gran calibre. Para los catalanes que dejaron atrás su tierra yéndose al exilio al terminar la guerra civil, el contraste con el caso Puigdemont puede ser ofensivo.

En la historia de los exilios una página augusta corresponde al Londres de la Segunda Guerra Mundial cuando fue refugio de gobiernos y familias reales de países invadidos por Hitler allí. Entonces se hablaba de Londres como de una Europa "miniatura", con hasta ocho gobiernos en el exilio y, por ejemplo, las familias reales de Noruega, Holanda o Grecia. Londres también dio asilo a De Gaulle y su Francia Libre. Por fortuna, como capital de la Unión Europea, Bruselas carece de exilados. El único aspirante a un exilio de dudosa autenticidad es Carles Puigdemont, quien desde allí pretende ejercer el gobierno de la Generalitat por vía telemática. Es algo errático que, en una era telemática en la que —según el propio Puigdemont— caben todas las posibilidades, tanto el presidente del parlamento de Catalunya como todas las piezas del frente independentista de cada vez más despiezado acudan en peregrinación presencial a Bruselas en lugar de conferenciar por Skype. Pero así como van las cosas, Puigdemont puede acabar siendo un ex presidente —con o sin residencia en Waterloo— que va evaporándose en la vitrina digital de Instagram mientras la vida política de Cataluña busca otros cauces, todavía oscuramente indeterminados.

En el Londres de acogida vivieron un exilio frugal no pocos liberales españoles del siglo XIX, siempre bien recibidos por Lord Holland. A diferencia del liberal Lord Holland, en Bruselas Puigdemont tiene el calor de los ultras flamencos, de estirpe fundamentalista. Después de sus vicisitudes en el Cádiz de las Cortes, un poco al margen de la vida social del exilio, estuvo exiliado en Londres el catalán Antoni Puigblanch, hombre tan literariamente prolífico como propenso a la rencilla. Torrencial en sus venganzas literarias, en catalán dejó el poema Les comunitats de Castella. También escribió unos comentarios gramaticales sobre el uso del catalán. ¿Estará escribiendo Puigdemont sus cuadernos del exilio o concentra toda su perspicacia política en sus mensajes de Twitter? Tampoco sabemos si Puigdemont es liberal o conservador, pragmático, centrista o radical, antisistema o "probusiness". Desde luego, no es alguien que acate la Constitución de 1978 de la que dimanan los estatutos de autonomía. A primera vista, es un hombre de tácticas muy a corto plazo, recursos de cazador furtivo que van chocando ineludiblemente con los recursos del Estado. Eso no parece importarle. Se diría que lo que importa es el poder, caiga quien caiga y aunque sus aliados de ayer estén en la cárcel. A lo sumo la acción política de Puigdemont parte de una idea de Catalunya muy precaria en su sustanciación histórica y en la verosimilitud de su épica.

En Saint-Martin-le-Beau residió el último exilado catalán, Josep Tarradellas, que al ser elegido presidente de la Generalitat renunció a la secretaria general de ERC. Fue un muy largo exilio. Por momentos, la existencia de la Generalitat fue más que precaria. Tarradellas se propuso presidirla con voluntad de cohesión, como representación viva. Entendió que el futuro no estaba en el exilio catalán sino en el interior. Su esperanza fue Jaume Vives. Para el futuro, ante el caos propugnó tener las cosas muy bien pensadas, Reconstruir sin exclusiones, unir, la política realista y pragmática. Con las filias y fobias de su ardua experiencia del exilio, Tarradellas logró finalmente el restablecimiento de la Generalitat. Además de que Tarradellas era un exiliado y Puigdemont no, la gran diferencia es que Tarradellas volvió para ocupar legalmente el despacho del presidente de la Generalitat, mientras que Puigdemont, si algún día regresa, habrá de rendir cuentas ante la justicia. Si Tarradellas siguió con admiración los gestos de De Gaulle, Puigdemont ha preferido inspirarse en conspiraciones decimonónicas soterradas en un app del también prófugo Snowden.

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