Imponderables electorales
El independentismo ha alcanzado cotas insólitas de econocimiento, pero con las fuerzas de que dispone no da para más
Todo es excepcional en las elecciones del 21-D menos la voluntad de todos los partidos de participar en ellas. Raro es el procedimiento: ha sido el presidente Rajoy —artículo 155 mediante— quien las ha convocado y no el depositario natural de la competencia, el presidente de la Generalitat. Raro es el contexto, con las instituciones catalanas bajo tutela del Gobierno central y con quienes gobernaban en Cataluña hasta el 27 de octubre en la cárcel o en Bruselas. Pese a ello ninguno de los partidos del bloque soberanista han dudado de que era necesario acudir a las urnas. Todos estarán allí buscando reválida, aún sabiendo las muchas incertidumbres que rodean la cita.
En apenas dos meses se dirimirá la nueva etapa política de Cataluña, en un contexto de incertidumbre económica y social que ha sembrado la inquietud de modo muy transversal. Si algo está homogéneamente repartido en la sociedad catalana es el estrés por tantos meses de alta tensión política. Aunque por caminos distintos de lo que las diversas partes habían imaginado, las elecciones llegan cuando el soberanismo ha tocado techo en cuanto a capacidad para alcanzar sus objetivos, como han reconocido Carme Forcadell y los demás miembros de la Mesa del Parlament en su declaración judicial. El independentismo ha alcanzado cotas insólitas de reconocimiento, pero con las fuerzas de que dispone no da para más. La declaración de independencia fue un acto simbólico del que todos conocían su nula eficacia legal. Pura representación.
En circunstancias normales, una convocatoria electoral de final de etapa habría sido una oportunidad para la renovación de las personas y de las ideas. Pero los dirigentes soberanistas están en la cárcel o en Bruselas. Y esto les da cobertura moral. Sería feo —y difícil de explicar al electorado— prescindir de ellos en esta situación. La dirección del proceso está en fase de dispersión y distanciamiento, hay disonancias en la interpretación de la partitura. Por ello es exigible que los que se presenten, juntos o por separado, expliquen claramente su programa renovado, es decir, el camino a seguir a partir de ahora.
La lista de país no encuentra eco en los demás partidos. Solo un PDeCAT contra las cuerdas busca, una vez más, que le salven sus socios. Y su última carta es amenazarles con una lista del president. En Esquerra hay la convicción de que cada cual por separado suma más. Y su interés es ir por su cuenta dado que lidera todas las encuestas. La CUP va a su bola. Los Comunes ya han confirmado su candidatura invitando a los demás a que conste en sus programas la liberación de los presos, el rechazo al 155 y la apuesta por el referéndum pactado. Y el PSC intenta marcar distancias con el bloque unionista, con una extraña y melancólica alianza con los herederos de Unió que puede desdibujar más todavía su ya deteriorado perfil de izquierdas.
Aunque las encuestas dibujen un panorama de estabilidad electoral, y aunque pueda parecer que no hay muchas razones para un desplazamiento significativo de un bloque a otro, hay que ser enormemente prudente con los pronósticos, no sea que, una vez más, realidad mediática y realidad social anden por caminos distintos. Hay cuatro factores que pueden producir movimientos inesperados (y no siempre en la dirección que podría parecer más obvia): las señales ya evidentes de frenazo económico, que afectan de manera muy especial al comercio como consecuencia de una recesión en el consumo; la reacción emocional y solidaria por las actuaciones judiciales contra los dirigentes del proceso y por la destitución del Gobierno y el control de las instituciones desde Madrid; la estrategia judicial adoptada por la Mesa del Parlamento, desactivando la República catalana y asumiendo el artículo 155, que puede abrir brechas de incomprensión en el soberanismo al liquidar el pensamiento ilusorio que servía como guía; y el cansancio psicológico de una sociedad con sobredosis de política.
Por una vez, una caída de la participación probablemente no favorecería al soberanismo. La abstención es el lugar natural de la frustración. Todos sabemos el poder del dinero en los comportamientos electorales. Y todos sabemos también el peso de factores emocionales difíciles de objetivar. Al soberanismo le conviene introducir los matices (es decir, diversificar las candidaturas) para que sus electores tengan más de una razón para votar. No solo de pan vive el hombre, pero tampoco solo de patria.
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