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Bautismo en la calle

Ciudadanos de todas las edades sacan su bandera del armario y marchan por Barcelona al grito de “soy español y catalán”

Imagen de la manifestación convocada por la Sociedad Civil Catalana contra la proclamacion unilateral de independencia.Foto: atlas | Vídeo: Luis Sevillano / atlas

“¿Hay un partido de fútbol?”. Son las diez y media de la mañana y en un céntrico hotel de Barcelona una turista americana se sorprende de la multitud que ya baja con banderas en dirección a la plaza de Urquinaona. El camarero, con su medio inglés de cantar menús, responde como puede. “Manifestation”, dice. “Spanish people”.La turista no entiende nada. La dificultad no está solo en el idioma. También es un reto explicar un hecho inédito en esta ciudad.

A la vuelta de la esquina, los voluntarios de Sociedad Civil Catalana, la organización convocante, preparan paraguas rojos y amarillos por si la lluvia viene a boicotearles. Los reparten en puestecillos improvisados y regalan banderas. “Una por persona. La senyera o la de España”. Y los que han venido sin los colores de casa se arremolinan y les dan las gracias. Unos por el detalle logístico. Otros por atreverse a salir.

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A las once de la mañana ya está claro que esta va a ser una de esas manifestaciones estáticas en las que la aglomeración hace casi imposible el movimiento. Las consignas corren deslavazadas, sin plan previo, sin la uniformidad de los que están acostumbrados a protestar. Es la manifestación de los neófitos. De los que nunca habían salido de casa. De los que vienen por primera vez. Finalmente, se impone un grito: “Puigdemont, a prisión”. “Puigdemont y todos los demás”, apostilla un señor.

Hay gente mayor y gente joven. Familias enteras y grupos de amigos. Barceloneses de Gracia y del cinturón industrial. Visitantes que han llegado en autobús. Vicky es de Badajoz, pero lleva 42 años en la ciudad. Ha cosido la bandera de España y la senyera, “porque eso es lo que hay que hacer: coser y no cortar”. Lo único que une a los manifestantes es una efervescencia por sacar del armario los colores que hasta ahora han tenido escondidos. Eso y la sed.

Vicky ha cosido la bandera española y la senyera. “Hay que coser, no cortar”
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“Oiga, ¿esto ha empezado ya?”. A las doce, en la plaza de Urquinaona, una señora mayor, sola y desconcertada, no puede terminar de entender por qué siguen parados. “Si no nos movemos, señora, es mejor. Que quiere decir que somos muchos”. Sin previo aviso, pasados unos minutos, la multitud echa a andar. A pasitos de teatro japonés. Hasta que resuena a lo lejos el sonido de unos tambores. No es la batucada típica de la típica manifestación. El redoble se acerca y se desvela el misterio. “¡Mira! ¡Les falta la cabra! ¡La legión!”. Más que la legión son unos veteranos a medio uniformar entre la gorra verde y la camiseta negra. Quiere el destino que el apellido del presidente de la Generalitat rime con el nombre del cuerpo. El grito está servido: “Puigdemont, saluda a la Legión”.

Legión, con minúscula, es lo que corre por las calles. El ambiente no es tanto festivo como liberado. Las efusiones llegan cuando los participantes encuentran la complicidad en algún balcón. A mitad de Vía Laietana una abuela se ha asomado con una niña. La señora sonríe. Los legionarios crepusculares se acercan como tunos que fueran a rondarla. “No estás sola”, le gritan. Y la anciana tira besos, se emociona, llora, arranca gritos de guapa y se lleva una ovación.

“Si no nos movemos, señora, mejor. Quiere decir que somos muchos”

La multitud avanza a ritmo de procesión. “Luego dirán que somos cinco o seis”, corea. Habrá guerra de cifras, pero los que están aquí ya se sienten justificados. El balance oficial les da igual. “No saben contar, no saben la ley…”, dice lapidario un señor con las dos banderas al cuello. Y entre vivas a España y viscas a Cataluña la riada desemboca en la Estació de França.

Es la hora de comer y hablan los políticos. No hay mejor método de dispersión. Los manifestantes no necesitan que nadie venga a decirles por qué han salido a la calle. Sin guardar las banderas, empiezan a dispersarse por El Borne. El barrio parece distinto por los colores. Y porque los turistas se han esfumado. Apenas queda algún japonés despistado fotografiando lo que cree que es típico. Que precisamente no lo es.

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