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Un independentista a piñón fijo

Puigdemont ha sido siempre un separatista desacomplejado y a piñón fijo

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.Samuel Sánchez
Cristian Segura

Carles Puigdemont (Amer, Girona, 1962) viajó durante años con un falso DNI catalán para hacer patria. Él mismo lo explicó en 2016: tiempo atrás, cuando se hospedaba en un hotel en el extranjero, procuraba registrarse por la noche porque en los turnos nocturnos había “un personal de servicio que solía ser gente inmigrante, gente que acababa de llegar y que tenía un dominio del francés o del inglés muy inferior al mío, y fácilmente les podía colar el carné de nacionalidad catalana que llevaba en el bolsillo, y les decía que era ‘from Catalonia”. Puigdemont es hoy el presidente de la Generalitat que ha dirigido a los catalanes a un referéndum ilegal y a un futuro imprevisible.

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Puigdemont ha sido siempre un independentista desacomplejado y a piñón fijo. Él ya era independentista cuando serlo era una cuestión minoritaria, cuando “en las manifestaciones del 11 de septiembre había tan pocos que si faltaba uno, se notaba”, según explica su amigo Miquel Casals en el libro Puigdemont, el presidente @Krls. En el mismo libro, los periodistas Jordi Grau y Andreu Mas cuentan que Puigdemont “puede llevar su catalanismo al extremo: antes cuando utilizaba la autopista siempre pasaba por debajo de las señalizaciones que ponían ‘peatge’, nunca por la de ‘peaje”. “Por si nos cuentan”, decía. Algo similar hacía cuando tenía que ir a Madrid en avión. En vez de coger el puente aéreo siempre aprovechaba vuelos internacionales, aunque fueran más caros —por ejemplo un Barcelona-Bruselas-Madrid—; así entraba por la puerta de vuelos internacionales”.

El referéndum fue una estratagema que Puigdemont utilizó para desbloquear el fracaso del soberanismo en las elecciones autonómicas de 2015. CDC, ERC y la CUP plantearon la convocatoria como un plebiscito: votarles era dar apoyo a la independencia y votar al resto de listas, no. El resultado no fue el esperado: obtuvieron el 53% de los escaños pero el 47% de los votos. La debilidad del Gobierno se evidenció en mayo de 2016 cuando la CUP rechazó votar a favor de los Presupuestos de la Generalitat. Mas, ya retirado por exigencia de la CUP, llegó a proponer una nueva convocatoria electoral, pero Puigdemont respondió con un golpe de efecto: se sometió a una moción de confianza en la que ofreció a los anticapitalistas, a cambio de su apoyo, celebrar la consulta que legitimara la independencia unilateral.

En el discurso de investidura como presidente, Puigdemont afirmó que la época actual “no es de cobardes, ni para temerosos ni para los flojos de piernas”. Dicho y hecho, en julio cesaron cinco consejeros de su Gobierno que no estaban preparados ni dispuestos para inmolarse judicialmente con la convocatoria del 1 de octubre.

Las carambolas han sido claves en el destino de Puigdemont. En 2006 fue elegido inesperadamente candidato de CiU a la alcaldía de Girona después de que abandonara el número uno de la lista, Carles Mascort, tras recibir unas amenazas anónimas. Su nombramiento como presidente de la Generalitat en 2016 fue incluso más rocambolesco: la CUP exigió a Artur Mas que renunciara a la presidencia a cambio de su apoyo al Gobierno de Junts pel Sí. Mas decidió en el último suspiro que Puigdemont, número tres de la lista de la formación por Girona, sería su relevo. El tiempo ha dado la razón a Mas: Puigdemont no ha dudado en arriesgarlo todo por su ideal político y ha reiterado que su intención es retirarse tras proclamar la independencia.

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Las diferencias biográficas entre Mas y Puigdemont son notables. Si Puigdemont es independentista de toda la vida, Mas vio la luz públicamente tras la Diada multitudinaria de 2012. Mas es hijo de una familia burguesa de Barcelona y los padres de Puigdemont regentan una pastelería en el pequeño municipio de Amer. El contraste más destacable es de estilo: mientras Mas se caracteriza por discursos de una épica forzada y condimentada con metáforas de libro de autoayuda, Puigdemont tiene una oratoria directa y sin acompañamientos florales. Lo que dice no da pie a múltiples interpretaciones. 

Las nuevas tecnologías son otra de las obsesiones de Puigdemont y donde se mueve como pez en el agua. Pese a ser un jefe de Gobierno, utiliza las redes sociales como un forofo más de la causa, emitiendo propaganda partidista, cargando contra sus rivales o informando sobre cómo sortear las órdenes judiciales para participar en el 1-O. Para Puigdemont actuar así parece natural, la misma naturalidad que le llevó a decir el pasado domingo en el programa de televisión Salvados que la Generalitat “no ha hecho campaña ni por el ni por el no” a la independencia. El president tampoco se inmutó cuando Jordi Évole le pilló en un renuncio: en la entrevista dijo estar “a favor de todos los procesos de autodeterminación” pese a que en 2014 votó contra una moción a favor de la autodeterminación del Kurdistán iraquí.

Puigdemont pidió en un mitin del 8 de septiembre que interpelaran en la calle a los alcaldes que no querían participar en la consulta ilegal, y sugirió que lo hicieran de esta forma: “Mírame a los ojos: te debes a mí. ¿Me dejarás votar o me impedirás que vote?”. El pasado lunes insistió con otro mensaje similar: “No olvidaremos nunca lo que ha sucedido estos días ni los silencios cómplices”. Mas predijo en 2012 que Cataluña entraba en territorio desconocido”. Puigdemont repitió las mismas palabras en su discurso de investidura, y conduciendo la locomotora a velocidad creciente ha cumplido con ellas.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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