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EL DESAFÍO INDEPENDENTISTA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Elige tu propia aventura

En el parlamento catalán hubo quienes querían ver una película de Marvel y se encontraron una de piratas

Manel Lucas Giralt
Carme Forcadell conversa con Xavier Garcia Albiol en el parlamento catalán.
Carme Forcadell conversa con Xavier Garcia Albiol en el parlamento catalán.LLUIS GENE (AFP)
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No se cabía en el Parlament, de tanta celebrity que había acudido a esta nueva jornada histórica (la nómina de jornadas históricas está llenando tanto el disco duro nacional que, cuando esto llegue a su fin, sea éste cual sea, habrá que hacer un vaciado selectivo e intenso; con carácter retroactivo, y en función de cómo termine todo, veremos cuánta historia, en realidad, tuvo cada jornada concreta que se anunció como tal).

Había en la tribuna de público expresidentes de la Generalitat y del Parlament, presidentes de entidades, de academias y de escaleras, arquitectos y filósofos y hermanos y amigos varios, periodistas que no pisaban el Parlament desde que el CDS tenía grupo propio, periodistas de sucesos, platós de tele y de radio con tertulias preparadas y tertulias de pasillo tan improvisadas como el orden del día de este pleno.

Muchos de los visitantes habían entrado con ganas de solemnidad y se desesperaban progresivamente viendo cuán prosaico puede llegar a ser el camino hacia la república libre, independiente y guapa. Habían reservado asiento para ver Invictus (la de Mandela) y se encontraban de momento con El Príncipe de Zamunda (la de Eddie Murphy). Querían disfrutar con una superproducción de Marvel y se topaban con una peli antigua de piratas. Bueno, de filibusteros contra bucaneros, según los términos parlamentarios utilizados en el hemiciclo, donde filibustero define al diputado o diputada que obstaculiza con argucias reglamentarias la marcha del debate y el bucanero —una novedad de la sesión— el que fuerza el reglamento para colar propuestas y leyes sin darle preceptiva bola a la oposición.

La mayoría del público asistía entre atónito y muy atónito al ir y venir de peticiones de palabra por alusiones, por cuestiones de orden o porque yo lo valgo, con la sensación de que el reglamento del Parlament es uno de aquellos libros juveniles que se llamaban Elige tu aventura, y que permitían a cada lector componer su propia historia, saltando de una página a otra en función de criterios diversos. Y con la sensación de que alguien no había previsto adecuadamente lo que podía ocurrir con una tramitación forzada de origen y, por decirlo suave, sin el entusiasmo de la oposición por su fondo. En un momento del happening me vino a la memoria aquella frase célebre que dijo alguien —¿sería Churchill? casi siempre es él—: "Haga usted las leyes, y déjeme a mí los reglamentos".

Debates procedimentales aparte, dicen que caminamos hacia el choque de trenes, pero viendo la red ferroviaria peninsular, la impresión es que mientras unos han montado una estación gigante del AVE con ingenieros, constructores y magistrados del Constitucional con un acceso repentino de workaholismo, los otros, de momento, andan a pie por la vía. A trompicones. Y les prometo que caminar pisando por encima de los pedruscos de una vía férrea es el método más sencillo para dislocarse un tobillo en un plis.

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Mientras pienso todo esto, y en el hemiciclo Carrizosa, el de Ciudadanos, aturde la sesión esgrimiendo el artículo 76 punto 4, o la resolución 95 barra 96, o la disposición adicional 69 punto G, observo que en el pupitre de una diputada reposa un libro, La Mente Naufragada, de Mark Lilla. Es un análisis sobre el pensamiento reaccionario, pero su título, en las circunstancias vividas, se presta a muchas lecturas.

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