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El ejemplo vasco

¿Dónde estaría la política catalana si, aquel día de septiembre de 2012, Rajoy hubiera dicho sí a negociar un pacto fiscal? Eso no lo sé, no lo sabremos nunca

Mariano Rajoy y Artur Mas, en septiembre de 2012.
Mariano Rajoy y Artur Mas, en septiembre de 2012.Uly Martín

El gran escándalo político de la semana pasada en Cataluña —esto es, la circunstancia inconcebible de que un gobierno con un programa independentista, sustentado sobre una mayoría parlamentaria independentista, se configure con consejeros inequívocamente independentistas para abordar un referéndum de autodeterminación_, este hecho inaudito ha tenido ya tantos glosadores y ha suscitado tales hipérboles (purga, implosión, convulsión, depuración, giro hacia el radicalismo, deriva autoritaria, intransigencia de cariz etarra, etcétera) que voy a permitirme darlo por amortizado, y dirigir el foco hacia el otro lado del terreno de juego: ¿qué hicieron, qué iniciativas tomaron durante aquellos mismos días las fuerzas y poderes que defienden el statu quo político-territorial español? Qué hicieron, quiero decir, además de enviar una pareja de la guardia civil al Teatre Nacional a por una factura.

Es de justicia admitirle al nuevo PSOE de Pedro Sánchez, por lo menos, voluntad propositiva y afán por suscitar el debate. El pasado viernes, reunidas conjuntamente, las ejecutivas del PSOE y del PSC aprobaron una “declaración de Barcelona” que viene a solemnizar las ideas del socialismo sanchista con respecto al pleito catalán: el “reconocimiento de las aspiraciones nacionales de Cataluña” —sin concretar cuáles— por medio del desarrollo y la recuperación del Estatuto de 2006, de un nuevo acuerdo de financiación, de un mejor deslinde competencial, pero sobre todo de la puesta en marcha de una reforma federal de la Constitución que reconozca el carácter plurinacional del Estado, federalice el Senado, etcétera. Algunas alusiones del entorno de Sánchez a los modelos belga y alemán le han añadido a la propuesta más interrogantes que certezas, pero en fin...

Se trata —no cabe dudarlo— de ideas bienintencionadas, aunque de viabilidad difícil, tanto o más que el referéndum de Puigdemont. Curándose en salud, el vértice socialista prevé iniciar la reforma constitucional sin el apoyo del PP —el cual se sumaría al proceso en un futuro indeterminado y por razones desconocidas—, sólo con Podemos y Ciudadanos. Pero Albert Rivera tardó pocas horas en escribir que “el PSOE se entrega otra vez al nacionalismo del PSC[SIC]. Parece que el documento lo haya redactado Sánchez con Carod-Rovira”. Muy alentador no suena, la verdad. Peor aún —porque viene de dentro— es el mensaje que transmite la ponencia política del inminente congreso del PSOE andaluz: rechazo frontal a la plurinacionalidad y defensa cerrada de la Declaración de Granada; o sea, del agotado modelo autonómico —y especialmente de sus cláusulas financieras, tan beneficiosas para algunos— rebautizándolo como “federalismo cooperativo”. En Castilla-la Mancha, por su parte, hablan de naciones “de carácter folklórico”.

¿Y el PP? ¿Qué dice, propone o sugiere el PP? Aparte de las analogías etarras, nazis y chavistas, la reacción más significativa ante los cambios en el gobierno de la Generalitat la expresó el propio Mariano Rajoy el sábado en Bilbao. Tras conminar a Puigdemont a abandonar su “delirio secesionista” —un comentario amable es siempre la mejor introducción al diálogo—, le recordó que “hay otra forma de hacer política”, la del “pacto, acuerdo y entendimiento” que funciona en Euskadi. “Lo que se está haciendo entre el Gobierno de España y el vasco hoy es lo que se debe hacer”, remachó.

Ya sabíamos que el registrador Rajoy Brey es un hombre de reacciones lentas, que se mueve a ritmos geológicos, pero su comentario bilbaino nos lo confirma con creces. Resulta una verdadera lástima que el presidente del Gobierno no haya descubierto hasta ahora las grandes virtudes conciliadoras del modelo de relación política y financiera entre Madrid y Vitoria. Si ya hubiese sido consciente de ellas cinco años atrás, es indudable que cuando el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, acudió a la Moncloa el 20 de septiembre de 2012 con la petición de un concierto económico o pacto fiscal para Cataluña, la respuesta de Rajoy habría sido positiva, y no el portazo en las narices que Mas recibió.

Porque la clave de bóveda del “pacto, acuerdo y entendimiento” con Urkullu y el PNV es el concierto económico, la cuasi-independencia financiera que otorga a Euskadi, la capacidad de los vascos para gobernarse sin estrecheces ni recortes... ¿Dónde estaría la política catalana si, aquel día de septiembre de 2012, Rajoy hubiera dicho sí a negociar un pacto fiscal? Eso no lo sé, no lo sabremos nunca. Pero, tras haber dado un no categórico, apelar ahora al balsámico ejemplo vasco constituye un ejercicio de cinismo descomunal.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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