La gestión de un museo cerrado abre otra brecha entre los herederos de Díaz Pardo y Sargadelos
Los hijos del fundador requieren por burofax las llaves del Carlos Maside para inspeccionar la pinacoteca y afirman que se encuentra en "un estado de lamentable abandono"
Una nueva vía de agua en las relaciones entre los herederos de Isaac Díaz Pardo y el presidente del consejo de administración de Cerámicas del Castro y Sargadelos, Segismundo García. El hijo menor del fundador del gran grupo cerámico, Xosé Díaz, en representación del Laboratorio de Formas, ha remitido al consejero delegado de las empresas un burofax por el que exige que se les entreguen las llaves del museo Carlos Maside, ubicado en el complejo de O Castro de Samoedo (Sada), para "hacer una evaluación del estado del mismo y estudiar su viabilidad". Según ellos, a partir de la fecha de la muerte de Díaz Pardo, en 2012, "Cerámicas del Castro fue paulatinamente abandonando sus responsabilidades para con el museo", que desde aquel mismo año permanece cerrado. "En la actualidad se encuentra en un estado de lamentable abandono", aseguran en el escrito, y se ha llegado a "un punto de insospechadas consecuencias" para esta pinacoteca que "custodia un patrimonio de gran importancia para la cultura gallega".
Los herederos de Díaz Pardo quieren, además, ser informados de cada "decisión o movimiento" relativos al museo que se esté dando, y hablan de "ciertas operaciones que de manera unilateral está llevando a cabo Cerámicas del Castro, SL, sin contar con el Laboratorio de Formas, SL". El museo Carlos Maside es el fruto de un convenio firmado hace 47 años pero nunca llegó a tener entidad jurídica, su origen se cimenta en una escritura pública pero en cuatro décadas jamás llegó a crearse la fundación que la gestionaría. La destacada pinacoteca está participada en un 50% por Cerámicas del Castro, con Segismundo García al frente, y en otro 50% por el Laboratorio de Formas, a su vez integrado por la Fundación Luís Seoane, que depende del Ayuntamiento de A Coruña (44%); los herederos de Díaz Pardo (44%); y el arquitecto Andrés Fernández Albalat (12%). Xosé Díaz, hijo de Isaac, es vicepresidente de la Luis Seoane y administrador único del Laboratorio de Formas de Galicia.
Segismundo García revela que esos posibles "movimientos" u "operaciones" que está llevando a cabo de manera "unilateral" son las reuniones que ha mantenido hasta ahora con Ramón Villares, presidente del Consello da Cultura Galega, y con Anxo Lorenzo, secretario general de Cultura de la Xunta. Este último llegó a visitar la sede del museo en 2016. El accionista principal del Grupo Sargadelos afirma que estos contactos responden a su objetivo de reabrir la colección, pero reconoce que de momento sus citas no han dado ningún fruto: "Anxo Lorenzo me dijo que me iba a llamar el conselleiro, Román Rodríguez, ...y hasta ahora".
El sueño de una Fundación Díaz Pardo
Los herederos de Díaz Pardo avisan de que no van a renunciar jamás a la idea de crear una fundación que vele por el descomunal legado cultural de su padre. Ahora que el Grupo Sargadelos está en manos del empresario de Ribadeo Segismundo García, antes accionista minoritario pero ahora dueño de la mayoría de las participaciones, desisten del proyecto que a principios de siglo trató de promover su progenitor: una Fundación Sargadelos que se encargase de llevar las riendas de aquel negocio, durante décadas pujante, en el que la promoción de la cultura gallega y la aventura intelectual pesaban tanto en las decisiones como su faceta mercantil. Aderezada por idas y venidas de los juzgados, la realidad años más tarde fue otra muy distinta, y en plena crisis la gran firma cerámica se vio al borde del abismo, empujada por un concurso de acreedores y un ERE en el que perdieron el empleo 70 trabajadores de una plantilla veterana y muy especializada.
Pese a esto, Camilo y Xosé Díaz reconocen que su idea de futuro es crear otra fundación que lleve el nombre de su padre. Una entidad que velaría por ese legado hasta ahora, en buena parte, inexplorado y desconocido. En 2008, Díaz Pardo negociaba con la Xunta el traspaso de los fondos que atesoraba en el IGI (Instituto Galego de Información, en Santiago). "Los organismos públicos conservan, mientras que los herederos pueden vender", argumentaba su decisión el anciano artista. Y las cajas cargadas de historia de Galicia empezaron a salir de allí rumbo a la Cidade da Cultura, con la promesa de que la propia Xunta fomentaría su estudio y crearía una fundación para el patrimonio del intelectual galleguista.
Pero el proceso pronto se interrumpió en seco. Y según Camilo Díaz, "el 70%" de la gran biblioteca que poseía su padre y que reunía a su vez otras colecciones privadas sigue hoy almacenado en cajas en el Seminario de Sargadelos (Cervo), junto con la ingente correspondencia que había mantenido con las grandes personalidades gallegas en el exilio. Todo eso, además de valiosa documentación, escritos, objetos artísticos y varios armarios repletos de distinciones, premios, medallas y dos honoris causa, aguardan todavía destino: un patronato y un lugar en el que se ahonde en la figura de Díaz Pardo.
Con ese fin, estos dos hijos buscan la ayuda de distintas instituciones. Afirman que mantienen contactos con Xunta, Ayuntamientos y diputaciones. Con la de Lugo, por ejemplo, tratan de cerrar un convenio para que algún investigador aborde las cartas de ultramar que recibía Díaz Pardo. Esperan que algún día algo de esto prospere. Y mientras imaginan una fundación en la que también haya cabida para un taller cerámico.
Camilo y Xosé, dos de los tres hijos de Díaz Pardo, se basan para sus reivindicaciones en que el convenio del museo dejó estipulado que Cerámicas del Castro era la encargada de ceder los locales y cuidar las instalaciones, mientras que el Laboratorio se responsabilizaría de la dirección artística y del programa de actividades. "La dirección siempre estuvo en la mano del Laboratorio de Formas en la figura de Isaac Díaz Pardo, que lo gobernó hasta su muerte". Los "movimientos" a los que aluden están provocando, según recoge el burofax, "malestar" entre los miembros del Laboratorio, que reclaman recuperar "la dirección" y la "normalidad" y para ello se brindan a buscar un "acuerdo" y una "solución" para el Museo.
El acta notarial por la que quedó sellado el convenio para la creación del museo Carlos Maside, entre Luís Seoane, Díaz Pardo y José Luis Vázquez, data de febrero de 1970. El inmueble de tres plantas, formado por un conjunto de módulos hexagonales de colores, guarda una voluminosa colección de arte en la que están representados muchos de los principales creadores contemporáneos gallegos. Desde Maruja Mallo, Francisco Lloréns, Xesús Corredoira, Arturo Souto o Francisco Asorey hasta Maside, Colmeiro, Laxeiro o Seoane. Desde Granell o Lugrís hasta Castelao, del que entre otras obras se custodia la colección de máscaras que creó para la puesta en escena de Os vellos non deben de namorarse. El museo Carlos Maside forma parte de un conjunto arquitectónico singular, el de O Castro, en el que Díaz Pardo puso la semilla del grupo cerámico en Galicia y que está pendiente de ser declarado BIC (Bien de Interés Cultural) por la Xunta.
"El estado del museo no es lamentable", se defiende Segismundo García. "Aunque llevar cinco años cerrado, bien no le hace". "Yo no tengo que informar de con quién me reúno sino en el momento en que obtenga algún compromiso de alguna institución, algún resultado de esas reuniones", sigue explicando a El País: "Para mí también sería una satisfacción que ellos hicieran lo mismo y se movieran por la reapertura del museo... De hecho, me parece bien que al fin la otra parte esté dispuesta a asumir su responsabilidad". Y va más allá: "En la empresa tenemos la decisión de recuperar toda la parte cultural de Sargadelos, pero debemos priorizar... Primero hubo que sacar las fábricas de la ruina y pagar a los empleados. Y siete meses después de saldar la deuda bancaria me he puesto a intentar abrir el museo".
No obstante, los herederos de Díaz Pardo advierten de que el tiempo corre en contra. Si el museo Carlos Maside no llegase a abrir, habría que cumplir un compromiso que también marca el convenio inicial: las obras artísticas que habían sido cedidas por particulares para exponerse en la pinacoteca tendrían que regresar a manos de los donantes; y el resto, las que fueron legadas de forma definitiva y las que fueron reuniendo por sus medios los propios fundadores, tendrían que repartirse entre otros museos para no acabar agonizando a la sombra de un almacén.
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