Jesús, crucificado por chavales de Tarragona
Una novela juega con la leyenda de que Pilato llevó a Judea una guardia personal de iberos de Tarraco
El argumento tiene miga: durante una estancia en Tarraco, Poncio Pilato recluta una guardia personal de guerreros iberos de la zona y los lleva consigo a Jerusalén cuando lo nombran gobernador de Judea; finalmente, son ellos los soldados romanos encargados de crucificar en el Gólgota a un alborotador judío: Jesucristo, efectivamente. “Resulta que a Jesús lo acaban crucificando cuatro chavales de Tarragona”, sintetiza Xavier Maymó, autor de la novela histórica El siervo —que publica ahora en castellano tras su edición en catalán (Servi de Semma,Bondia) Penguin Random House—. El relato se centra en las peripecias del líder de esos soldados íberos (y jefe de la guardia de Pilato), Servio —descendiente de los iberos cosetanos—, de sus compañeros, y de tres nobles jóvenes romanos, tres hermanos que se han educado con él en la villa que posee el padre de estos, patricio y duunviro (magistrado municipal) de Tarraco, cerca de la ciudad.
Esa villa, Semma, que juega un papel importante en la narración como una especie de Brideshead de la antigüedad clásica, es en realidad la Villa de Els Munts, yacimiento arqueológico visitable y que Maymó conoce bien. “Mi familia tenía casa en Altafulla y desde pequeño he visitado el lugar de la villa, que estaba en ruinas hasta que lo excavaron y musealizaron”. Hoy la villa cuenta con visitas teatralizadas a cargo del propio Caius Valerius Avitus que fue su propietario y su esposa Faustina (ambos personajes de la novela).
El novelista explica que el origen de su libro es una leyenda que corría por Tarragona: que Pilato antes de ir a Jerusalén fue gobernador unos pocos años de la provincia de la tarraconense. Cuando Tiberio dejó en manos del cruel Sejano, prefecto del Pretorio, las riendas del poder, Pilato se guardó las espaldas reclutando una guardia personal de iberos que le fueran fieles a él. Se los llevó a Judea cuando, de alguna manera degradándolo, lo enviaron a la díscola provincia.
“Me pareció una historia muy buena para contar”, señala Maymó (Barcelona, 1966). El autor, que dice que ha tardado cinco años en escribir su novela, subraya que está muy documentada. “Es una leyenda verosímil”, apunta de la trama sobre el pretor, “no se apara de la lógica del momento”.
En realidad, de la vida y carrera de Pilato se sabe poco a ciencia cierta. Como resume la especialista en historia medieval y periodista de The Economist Ann Wroe en su Pilato, biografía de un hombre inventado (Tusquets, 2000), los únicos datos incontestables que tenemos sobre ese hombre esquivo son “una inscripción en una piedra y unas monedillas”. La inscripción es la de la célebre Piedra de Pilato hallada en 1961 en Cesarea Marítima y que es un fragmento de la dedicatoria de un templo a Tiberio por parte de "Pontius Pilatus Praefectus Iudaeae". Hay que sumar como fuentes escritas unos cuantos párrafos de Flavio Josefo (que escribió cuarenta años después y nos dice que Pilato estuvo diez años en Judea y regresó a Roma a responder ante el emperador de acusaciones de los judíos por su brutalidad), unas páginas de Filón de Alejandría, un comentario de Tácito y las consabidas escenas del Nuevo Testamento, lavado de manos incluido.
La falta de datos históricos se ve compensada por un verdadero torrente de cuentos, fábulas, mitos, leyendas, novelas —incluida la fracasada que supuestamente escribe el personaje del título de El Maestro y Margarita de Bulkgakov— y películas, en las que el procurador ha tenido el rostro de Jean Marais, Rod Steiger, Telly Savallas o ¡David Bowie! (La última tentación de Cristo, de Scorsese). De Pilato se ha hecho un personaje trágico y hasta suicida, cuyo cuerpo es rechazado incluso por las aguas.
En su libro, Wroe cita la tradición de los orígenes hispanos de Pilato (en Sevilla existe aún la Casa de Pilato en la que se exhibe la presunta mesa sobre la que Judas arrojó las treinta monedas de plata) y menciona Tarragona. “Se supuso que de Tarragona procedía la legión que más tarde flageló a Cristo”, escribe.
De Pilato en realidad no sabemos el prenomen —la autora apunta la tradición hispana de que se llamara Lucio—. Pilatus podría derivar, y así lo recoje Maymó, de la habilidad de un ancestro de la familia en lanzar la jabalina.
El prefecto debería lavarse la boca, no las manos
En la novela de Xavier Maymó, Pilato no debería lavarse las manos sino la boca. “¡Ya me he cagado en ese Jesús (...) Por un lado tengo al puto sanedrín que le quiere hacer añicos y por el otro, ni más ni menos que a ¡mi propia mujer tocándome los huevos día y noche para que le libere! (...) ¡Me cago en todo!”. Realmente el polvorín de Judea era como hacer perder los modales a cualquiera, hasta a un miembro del orden ecuestre.
El siervo incluye muchas otras cosas aparte de la conexión con Pilato, los judíos y Cristo. "Jesús aparece solo en la tercera parte de la novela, es un secundario", puntualiza el autor. Hay pasajes que recuerdan Ben-Hur y otros Gladiator. A Menandro lo capturan tras sangrienta lucha los germanos y se desloma remando en una galera hasta que es rescatado. "No es premeditado, pero es lógico", dice Maymó; "si hablas del imperio romano salen las galeras, las legiones, las guerras contra los bárbaros".
Una escena de la novela parece un homenaje a Patrick Leigh Fermor: cuando Pilato recita unos versos de la Eneida, Servio, su jefe de guardia ibero de Tarraco, continúa la cita, para sorpresa del romano.
Sorprende de Maymó, que reside en Andorra, la prolija información personal extra curricular —en lo que atañe a un autor de novela histórica— que ofrece en la solapa de su libro. Doctor en Microbiología, director de la cartera de participaciones de Credit Andorrà, miembro del consejo de administración de Morabanc... No parece lo propio de un Robert Graves, que digamos... “Jajaja, y también toco el piano. Es bueno ser multidisciplinar y en el fondo todo ayuda a escribir”, dice el autor, que ya prepara una continuación de su novela.
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