El día que nació la literatura argentina
Martín Caparrós reconstruye en la novela ‘Echeverría’ la vida del poeta porteño, fundador de las letras de su país
Corre el año 1830 y el futuro poeta Esteban Echeverría (Buenos Aires, 1805-1851) vuelve a su Argentina natal tras una temporada en París. En el viejo continente, los nuevos estados-nación están buscando en sus glorias pasadas la clave de su identidad; pero la Argentina, recién independizada del Imperio español, no tiene a nadie que recuperar. Había que construir la cultura de cero y el ambicioso Echeverría, empapado de romanticismo europeo, concluye que hace falta inventar una literatura nacional propia. Tiene veintipocos años y se dispone a hacerlo prácticamente solo. Antes que nada, eso sí, sobrevive a un intento de suicidio.
Con la escena del suicidio frustrado —el aspirante a poeta con la pistola en la mano, evocando las penas del joven Werther— arranca Echeverría (Anagrama), la novela con la que Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) reconstruye la biografía del padre de las letras argentinas. Lo hace, en parte, a base de imaginación: se conocen pocos pormenores de la vida del hombre. “A veces me quedaba mirando los cuatro o cinco retratos que hay de él, para tratar de entender algo”, explica Caparrós. El mismo vacío informativo existe sobre la Argentina de aquellos años, marcados políticamente por la dictadura del general Juan Manuel Rosas, y más globalmente por la violencia, el racismo y la inseguridad. Por suerte, la intención de la novela no es “proveer el turismo barato de la novela histórica”, asegura Caparrós; de hecho, avanza con una marcada intención lírica e intercalando unos capítulos, los Problemas, que son reflexiones sobre las propias dificultades de escribir esa novela.
Entre sus conclusiones, está la de que Echeverría tenía más de entusiasta que de buen escritor. “Sus poemas eran bastante malos”, reconoce. En su busca de la particularidad argentina, el escritor se centró en el color local: la pampa, los gauchos, los látigos, el ganado, la tierra... “Lo más arcaico e irracional del país”, precisa Caparrós. Con todo, su texto más célebre, el que es lectura obligatoria en las escuelas primarias del país, es uno que él no consideraba digno de publicar: El matadero (1838-1840), una protocrónica que retrata un espacio marginal de Buenos Aires, con sus matarifes, sus muchachos sin oficio ni beneficio y su violencia desatada. Se publicó 20 años después de su muerte por iniciativa de un amigo y terminó, como de rebote, siendo “una de las bases de la literatura argentina, junto al Facundo de Domingo Faustino Sarmiento”.
Además de cronista avant la lettre, Echeverría fue “militante antiperonista aunque faltaran 100 años para que existiera el peronismo”, define Caparrós. Entre sus obras políticas destaca un Dogma socialista (1846), que no tiene nada que ver con la doctrina política que en breve florecería en Europa. Su activismo político le llevó a abandonar el país en 1838, iniciando así una tradición que seguirían muchos literatos argentinos: la de morir lejos de su país. “La respetaron, a través de los años, Sarmiento, Alberdi, Mansilla, Güiraldes, Cortázar, Lamborghini, Borges, Puig, Saer, Gelman”, detalla el autor en el epílogo.
Sería el mismo Borges quien, 100 años después de la muerte de Echeverría, proclamaría en una conferencia la necesidad de abandonar el localismo típico de las letras nacionales y aspirar a una creación literaria universal. Pero para eso hizo falta que un joven romántico colocara la primera piedra.
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