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Bilbao borra su huella franquista

El Ayuntamiento de Bilbao inicia el proceso, abierto a la participación ciudadana, para cambiar los nombres franquistas de dos vías

Puente de La Salve en Bilbao
Puente de La Salve en BilbaoFERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Una mañana de enero, pongan la de hoy, salen a pasear por Bilbao. Desde el ayuntamiento, y aprovechando el sol de invierno, dibujan el discurrir de la ría del Nervión hasta toparse con un moderno puente de casi 30 metros de altura, el de La Salve. Ascienden por su escalera de caracol, cuadrada e interminable, y lo atraviesan para enfrentar su símbolo contemporáneo más internacional, el museo Guggenheim. De vuelta a casa, dejan de nuevo a un lado el consistorio, cruzan unas cuantas calles del Casco Viejo y suben hacia Begoña, el barrio de Bilbao con más historia que Bilbao. En apenas dos kilómetros habrán pisado, de forma probablemente inconsciente, dos de los más sangrantes símbolos del franquismo que, entrado 2016, perviven en Bilbao: el puente Príncipes de España y la calle Padre Remigio Vilariño.

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Esta última es una angosta vía de apenas cien metros de longitud que bordea el barrio de La Cruz, un cúmulo de pequeñas casas construido a principios del siglo XX para dar cobijo a los obreros que se multiplicaban entonces en la villa. Su impulsor fue el jesuita Remigio Vilariño, natural de Gernika. Dueño de un discurso antisemita, reaccionario y ultracatólico, fue un prolífico escritor, autor de varias publicaciones ligadas a la “causa católica española” abrazadas por el régimen franquista, que les regaló su altavoz. El otro es el popularmente conocido como puente de La Salve. Y ese será pronto su único y oficial nombre. Es, al menos, la intención del gobierno municipal, que acaba de iniciar el proceso para cambiar la denominación de ambos a instancias de un informe encargado a catedráticos de Historia de la UPV.

El texto, contundente, concluye que estas dos vías “tienen expresas y claras connotaciones políticas de adhesión y exaltación de la dictadura”. Para la segunda de las calles el consistorio, que tomará la decisión final en un mes, propone los nombres de cinco mujeres: Julita Berrojalbiz, profesora e impulsora de las ikastolas en Bizkaia; Benita Asas y Adelina Méndez de la Torre, maestras y defensoras del activismo feminista y la salud escolar respectivamente; Juanita Mir, periodista fusilada en 1.937 y Bizenta Moguel, considerada la primera escritora vasca. Todo esto ocurre en 2016, cuando la Ley de Memoria Histórica, en cuyo cumplimiento se implementan estas iniciativas, tiene cerca de una década de vida. El texto, sin embargo, señala claramente, en lo relativo a símbolos y monumentos públicos, que "las administraciones públicas tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, la Guerra Civil y la represión de la dictadura".

Y Bilbao no tiene la exclusiva de esta ilegalidad. Tampoco el borrado ha llegado aún a Vitoria pese a que existe desde la anterior legislatura un grupo de trabajo encargado de recuperar la memoria de las víctimas del franquismo. Un equipo, formado no solo por representantes políticos sino también por agentes sociales de la ciudad y expertos, que permanece inactivo y todavía no ha dado frutos. Por último, en el caso de Donostia, el Ayuntamiento encargó en 2.012 el correspondiente estudio del callejero a la Sociedad de Ciencias Aranzadi. En cuanto al resto de simbología -placas de exaltación franquista situadas en fachadas de viviendas y otros edificios privados-, se solicitó la colaboración de la ciudadanía para localizarlas e identificarlas y proceder a su retirada.

Sin embargo, la huella franquista no se limita hoy a unas cuantas calles de evidente vínculo fascista. No es tan residual; se extiende por toda la geografía vasca y abunda en incontables ramificaciones. Ocurrió con la Plaza Nueva de Gasteiz, por ejemplo, anterior Plaza de España. Nombre neutro sobre el papel, escarbando en su justificación concluimos lo contrario. Según un vasto informe elaborado en 2.012 por los historiadores Aitor González de Langarica y Virginia López de Maturana a petición del Gobierno Vasco, la plaza obtuvo dicho nombre "a petición de un grupo de vitorianos como homenaje a 'nuestra España ultrajada'". Así que la próxima vez que caminen por Bilbao, levanten la vista frente al edificio central de Correos o el de Hacienda en la Plaza Moyua. Afortunadamente las dos Águilas que verán ya no vuelan. Pero responden a un pasado cuyos símbolos, aunque estén en edificios de la administración central, deberían de desaparecer.

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