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A la espera de la Torre de Babel

110 pisos de un bloque de Carabanchel alojarán a refugiados sirios, mujeres maltratadas y familias desahuciadas

Beatriz Guillén
Vivienda de protección social en Carabanchel.
Vivienda de protección social en Carabanchel.ÁLVARO GARCÍA

Las paredes blancas y grises cortan en zigzag el horizonte. Llevan meses vacías, esperando pasos, gritos, giros de llave. Han pasado cinco años desde que el arquitecto japonés Arata Isozaki empezara su obra en Carabanchel. Ahora, este edificio municipal, con 148 viviendas, aguarda a 110 familias de refugiados sirios (40), mujeres víctimas de violencia de género (40) y desahuciados (30). “Es mucho más que un edificio”, dijo en un comunicado el Ayuntamiento, “es un espacio de intervención integral desde una perspectiva inclusiva, confortable y solidaria”.

La capital, declarada ciudad refugio por la alcaldesa, Manuela Carmena (Ahora Madrid), se prepara desde septiembre para recibir a las familias que huyen de la guerra siria. Las 40 viviendas de Carabanchel servirán como alojamiento de primera acogida. En los bajos del edificio se ubicará un centro que les ayudará tanto a ellos como al resto de inquilinos. Otros 40 pisos alojarán a víctimas de violencia machista, mujeres empobrecidas por divorcios conflictivos, inmigrantes con hijos y dificultades de inserción sociolaboral, etcétera. Su estancia se ajustará a un curso escolar para evitar inestabilidad a los menores. El tercer colectivo, procedente de desalojos forzosos de primera vivienda, vivirá allí cinco meses como máximo, durante los que se trabajará para su inclusión en viviendas normalizadas.

"No vamos a tener ningún problema, estamos acostumbrados a vivir con gente de muchos países"

El lugar elegido para esta torre de Babel es una zona tranquila partida en dos por la avenida de los Poblados: al norte, pequeños bloques multiculturales; al sur, grandes promociones residenciales. Los recién llegados vivirán entre dos aguas. “Ahí lejos quedan los porteros y las piscinas. Y aquí estamos todas las razas. Nosotros no vamos a tener ningún problema con nadie que llegue, estamos acostumbrados a vivir con gente de muchos países”, razona Vanesa, una peruana que lleva 15 años en Madrid.

El edificio de Isozaki no tiene piscina o portero, pero sí garaje y amplias zonas comunes; unas cuidadas jardineras lo rodean. Hay pisos de dos a cuatro habitaciones, equipados y amueblados. En total, serán cinco bloques colocados en cadena dibujando un biombo. Así, cada vivienda se abrirá a dos fachadas con ventilación cruzada. “Una de las características de Isozaki es que incorpora en sus edificios efectos visuales de manera que la imagen varíe según el ángulo desde el que se observa”, informa el Consistorio.

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Desde el otro lado de la calle se ve el blanco imponente, los elementos geométricos y el espíritu de vanguardia. Pero para los vecinos, es “ese edificio nuevo donde no vive nadie”. La llegada de refugiados no es un secreto, ha sido tema de tertulia en el café. “Este es un barrio trabajador y muy tranquilo, la gente no causa problemas y cada uno va a sus cosas. No van a tener problema si se adaptan, porque la convivencia es buena”, cuenta Ángeles Naranjo, futura vecina de enfrente. Incluso para los no enterados, la noticia no es una sorpresa: “Aquí no tenemos problemas con nadie ya”, comentan dos jóvenes.

“Hay que apoyarles”

En una zona cercana se concentra población gitana; algunos vecinos creen que igual a ellos les resulta al principio más difícil. “Tienen su espacio y puede ser que les cueste incluir a gente nueva”, sostiene Pedro Tomico, dueño de una peluquería. Pero nada sin solución. “Aquí también hay vecinos con una mentalidad más cerrada, creen que hay españoles con necesidades a los que se debe ayudar primero”, tercia Noelia Vigil, “pero todos estamos de acuerdo en que los refugiados nos necesitan y hay que apoyarles”.

Las idas y venidas por el barrio ilustran su multiculturalidad: Marruecos, Ecuador, Perú... “Aquí hay gente ya de muchos sitios. Creo que sí se puede dar esa unión, esa convivencia entre todos”, añade Marcia, ecuatoriana, “es un barrio integrador”. Turia viene de Tánger y se acaba de mudar con su familia hace semanas. “No conocemos a mucha gente, pero es un buen sitio para vivir. Nosotros estamos contentos. Es un barrio muy tranquilo, muy bien comunicado y con mucha naturaleza, ¿qué más se puede pedir?”, pregunta con una sonrisa.

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Sobre la firma

Beatriz Guillén
Redactora de EL PAÍS en México. Trabaja en la mesa digital y suele cubrir temas sociales. Antes estaba en la sección de Materia, especializada en temas de Tecnología. Es graduada en Periodismo por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo en EL PAÍS. Vive en Ciudad de México.

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