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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre la confrontación y el voto

En una semana, Mas y Rajoy han descartado la vía negociadora. Se consolida la idea de que ya sólo cabe la confrontación o el voto

Josep Ramoneda

El presidente Rajoy pasó fugazmente por Barcelona para encontrarse con los suyos. Y se fue sin haber dejado sobre la mesa ninguna propuesta política para los catalanes. Y, sin embargo, del discurso de Rajoy y de su contexto se desprende que sí tiene un plan, sólo que no se atreve a plantearlo. Si el presidente es coherente con lo que dijo, en un discurso cargado de resentimiento y sin mensaje positivo alguno, la hoja de ruta es esta: rechazo frontal del soberanismo, negativa a afrontar una negociación para cambiar la relación entre Cataluña y España, recurso permanente a los tribunales de justicia para detener el proceso soberanista y, finalmente, intervención de la autonomía, si se tercia. Las tres primeras fases del plan las viene aplicando desde que el conflicto empezó, la cuarta se dará por añadidura.

El soberanismo puede presumir de haber colonizado la cabeza del presidente. Cada nueva ocurrencia refuerza la idea de que en el fondo ve a Cataluña como un mundo ajeno. Debía ser una visita definitiva. El presidente había anunciado que se acercaba a los catalanes para comunicarles la buena nueva que debía movilizar a lo que él presenta como mayoría silenciosa no independentista. Y todo lo que hizo fue venir a reunirse unas horas con su familia política, el PP catalán, cada día más marginal en Cataluña.

Desde un conciliábulo sectario es difícil llamar la atención de la mayoría. El argumento principal de Rajoy es que mientras Artur Mas, obsesionado en fantasías imposibles que sólo producen división, ha llevado a Cataluña al desgobierno, ha sido el Gobierno español el que ha salvado a los catalanes, como si no fuera su obligación atender los problemas de cualquier territorio del Estado. El Gobierno alardea de generosidad por cumplir con los catalanes, como si se tratara de un país vecino al que ayuda por un impulso solidario. Falsa generosidad, por otra parte, porque son créditos que la Generalitat deberá devolver o cumplimiento de obligaciones contraídas, y quedan todavía muchas pendientes. Parece que Rajoy, como muchos ciudadanos catalanes, ya ve Cataluña fuera.

No, el presidente no vino a hablar a los catalanes porque no tiene nada que decirles y su plan real, para cuando su propia inacción política le coloque en situación límite, no lo puede contar, ni a ellos ni a los europeos. Rajoy vino a hablar a los españoles: al electorado de la derecha que le ha abandonado, al votante que todavía le sigue fiel, a los sectores de su partido que le critican, y a la ciudadanía en general para identificarse como único garante de la unidad de España, frente a la frivolidad de Pedro Sánchez y “los salvapatrias de la escoba”, como llama a Podemos, en una expresión que resume todo el resentimiento del señorito. Cataluña como instrumento de campaña electoral. Rajoy sigue a su aire, a la espera de que la tempestad amaine, y si las cosas se complicaran y hubiera que suspender la autonomía, quizás le daría votos en el resto de España. La inacción y la frivolidad son dos actitudes que siempre van juntas.

Rajoy sigue a su aire, a la espera de que la tempestad amaine, y si las cosas se complicaran y hubiera que suspender la autonomía, quizás le daría votos en el resto de España

El plan de Artur Mas para la independencia en 18 meses tiene una cosa en común con el de Rajoy: también busca ganar tiempo, aunque sea con objetivos opuestos. En un año electoral, en que las instituciones españoles vivirán bajo la paranoia Podemos y la presión de Cataluña, y PP y PSOE defenderán con todas sus fuerzas el bipartidismo que les da la propiedad del Estado, Artur Mas aspira a aprovechar el desgaste de unos y otros para llegar a final de 2015, cuando se configure un nuevo panorama político en España, con sus posiciones mucho más consolidadas, después de enterrar a Convergència y ampliar las bases independentistas. Y Rajoy espera llegar a otoño de 2015 con opciones de conservar el poder, utilizando su intransigencia ante las pretensiones catalanas como trampolín. La diferencia es que Mas acelera y Rajoy como siempre ralentiza. Y desde la aceleración siempre es más fácil tener la iniciativa que columpiándose en las inercias, sobre todo cuando estas son manifiestamente negativas.

En una semana, Artur Mas y Mariano Rajoy han descartado la vía negociadora. Con lo cual se consolida la idea de que ya sólo cabe la confrontación o el voto. No es extraño que crezca el número de los que piensan que el paso del nudo al desenlace sólo se producirá en el momento en que Angela Merkel le diga a Mariano Rajoy que basta ya. Como es sabido, las razones que vienen de fuera son las únicas que el presidente atiende. En cualquier caso, si la alternativa está entre la confrontación y el voto, el año próximo nos dará oportunidades más que suficientes para clarificar la situación, porque los ciudadanos tendremos tres ocasiones de expresarnos: las autonómicas (travestidas de referéndum por Artur Mas, en el caso de Cataluña), las municipales y las generales.

Por fortuna, en democracia los problemas indivisibles se pueden resolver apelando al voto. Siempre y cuando todos asuman que cuando la ciudadanía se pronuncia hay que obrar en consecuencia. Si no fuera así, ya sólo quedaría la confrontación.

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