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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Amor de momia

El recuerdo de las viejas películas de embalsamados se entrecruza con la visita al interior de la Gran Pirámide de Giza

Jacinto Antón
Valerie Leon como la princesa Tera en "Blood from the Mummy's Tomb" (1971), de la Hammer.
Valerie Leon como la princesa Tera en "Blood from the Mummy's Tomb" (1971), de la Hammer.

“Algo me ocurre cuando pienso en Egipto. Veo tumbas... tenebrosas y terribles tumbas. Largos pasadizos subterráneos... oscuros y con agua goteante. Putrefacción, decaimiento... ¡muerte!”. Hago completamente mías las sentidas palabras de Amina Monsouri, la guapa estudiante de egiptología poseída por el espíritu de la princesa Ananka, “tercera hija de Amenofis”, en The Mummy’s Ghosty abducida por ese gran equipo que forman Yousef Bey (John Carradine) y la momia Kharis (Lon Chaney Jr.) para explicar el ánimo con el que regresé el otro día, en plan Manderley, a la Gran Pirámide. Era un reencuentro tras varios años de visitas crecientemente traumáticas, entre ellas una en la que no pude pasar del corredor ascendente y disimulé un supino ataque de claustrofobia difrazándolo de rasgo caballeresco: como excusa para huir acompañé de vuelta a la entrada a una joven italiana que en realidad quería continuar hacia arriba. Me lo perdonó haciéndose invitar a una copa. La hice reír explicándole que Lawrence de Arabia también flojeaba a veces. Y era Lawrence de Arabia.

Aunque he llegado después de los tiempos heroicos en que había que avanzar apartando murciélagos enormes, sufriendo vómitos de sangre por el aire enrarecido como le pasó al capitán Caviglia y pegando tiros para ahuyentar a las serpientes, he vivido cosas tremendas dentro de la pirámide de Keops. Un súbito apagón, una estampida de japoneses, un golpe en la cabeza con un saliente de piedra, un atasco en la entrada de la cámara del Rey... Al menos la pirámide tiene una ventaja sobre otros lugares oscuros, opresivos y mal ventilados de la vieja tierra de Egipto: no hay momias, o al menos no se ha encontrado nunca ninguna. Debió haber al menos una, la del faraón Keops, que para eso se hizo el hombre la pirámide, para sepultarse en ella, pero no se ha hallado jamás ni rastro. En el fondo es tranquilizador: solo faltaría darte de bruces allí dentro con una momia.

Javier Sierra, cuya última novela La pirámide inmortal (Planeta) era el motivo de que yo volviera a arrostrar los macizos terrores del monumento, sostiene que éste servía de escenario para rituales, que la mera explicación funeraria queda corta y que en realidad la Gran Pirámide era una maqueta del más allá. Para Sierra, el sarcófago de granito que se encuentra en la cámara del Rey es más bien un tanque, una cuba sagrada que cumplía una función osiariaca de resurección. De hecho, en su novela hace meterse en el recipiente mortuorio a Napoleón, que experimenta un proceso de regeneración espiritual que le dura al menos hasta Waterloo. Algunas de las ideas de Javier Sierra se alienean con las de los más notables piramidiotas, pero en fin, como él es novelista...

En coincidencia con las fechas de la visita a la Gran Pirámide —en la vida no hay casualidades—, cayó en mis manos un libro sensacional adquirido a precio de saldo en la cripta (!) de La Central del Raval, The mummy unwrapped, de Thomas M. Feramisco (McFarland, 2003), un paseo por las cuatro películas sobre la Momia que la Universal produjo en los años cuarenta en la estela del gran clásico de Karl Freund The Mummy (1932) que tuvo a Boris Karloff como gran protagonista. En total habrá una veintena de filmes de momias, incluida una de Paul Naschy —que Gubern y Prat califican de “pornográfica-reprimida” en su imprescindible estudio Las raíces del miedo, Tusquets, 1979— y las dos modernas de Brendan Fraser enfatizadas, y me quedo corto, por la presencia de Patricia Velásquez como Anck-Su-Namun. He de confesar que para mí momia cinematográfica no había más que una, la original de Karloff. Pero el tan pormenorizado como divertido libro de Feramisco sobre los remakes y su material descartado en la sala de montaje me ha hecho tomarles simpatía a las otras. En realidad, las historias de la momia son historias de amor. La fórmula, si bien se mira, se reduce a chico encuentra chica (princesa), chico pierde chica para toda la eternidad, chico es momificado, chico despierta, chico resucita chica. La cosa se enreda generalmente porque la momia —o el hombre que la controla— se encuentra con una joven contemporánea a la que confunde con una reencarnación de la amada original (o, pillín, hace como que se confunde).

La momia de las películas es, es sabido, una invención: los egipcios no tenían tal cosa como una momia malvada y maldita que resucitaba aquí para deambular cometiendo atrocidades en busca de amor y venganza. Hay que convenir que la momia (al menos hasta los modernos efectos especiales que convierten a Imhotep-Arnold Vosloo en supervillano con poderes) no es un gran monstruo: las vendas la entorpecen demasiado para ser un serio peligro y su facilidad para la combustión la hace extremadamente frágil. En realidad la momia ha de ir acompañada por otro malo, generalmente un sumo sacerdote de Karnak (Arkam en otras versiones menos puristas), para que la guíe en sus tropelías. Una propiedad sorprendente de la momia es que conserve la líbido intacta después de tantos años. Como si la hubieran momificado con Viagra en vez de con natrón.

Hay muchas cosas para recordar en los cuatro grandes remakes de The Mummy. Por ejemplo que en The Mummy's Hand uno de los personajes sea el gran egiptólogo Petrie (en la película le hacen morir estrangulado por la Momia, una muerte que probablemente no le hubiera desagradado académicamente), que en The Mummy's tomb a Lon Chaney le pusieran una cremallera para salir del caluroso vendaje, o que en el guión original de The Mummy's curse a la Momia la convirtieran (hasta su resurrección) en espantapájaros y atracción de feria. También es curioso que uno de los que encarnaron a la Momia fuera Tom Tyler, héroe cowboy en muchos westerns...

Decía que las historias de la momia son historias de amor. Acaso mal entendido, pero amor al cabo. ¿Resucitar un gran amor, aunque sea un amor maldito, no es una noble empresa? Lo que nos lleva de nuevo a la Gran Pirámide. Les he dicho que allí dentro no hay ninguna momia que se sepa, pero en realidad sí que la hay: la he llevado yo. Para ser sinceros es solo un trocito de venda que obtuve hace muchos años en el Valle de las Reinas pero que imagino que otrora fue parte de una maciza princesa. Tras sortear todos mis miedos y acceder a la cámara del Rey dejé caer subrepticiamente mi cacho de momia, mi amante secreta, en el sarcófago de Keops. Si Javier Sierra está en lo cierto la próxima visita a la Gran Pirámide no me la pierdo.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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