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Una exposición recupera la memoria del penal del Fuerte de San Cristóbal

La muestra recoge la memoria de reclusos, supervivientes y de quienes fueron enterrados allí

Presentación de la exposición "Lur azpitik-lur azaleratuz, que aflore lo enterrado", en la que participa el forense Paco Etxeberria, en la imagen junto a Ana Arrieta y Koldo Pla.
Presentación de la exposición "Lur azpitik-lur azaleratuz, que aflore lo enterrado", en la que participa el forense Paco Etxeberria, en la imagen junto a Ana Arrieta y Koldo Pla.JAVIER HERNÁNDEZ

El Fuerte de San Cristóbal, en Navarra, fue un penal que alojó a más de 5.000 presos entre 1934 y 1945. Una exposición inaugurada hoy en el campus de Gipuzkoa de la UPV, en San Sebastián, recupera la memoria de esos reclusos, de los supervivientes y de los que fueron enterrados allí, en el llamado cementerio de las botellas.

Lur Azpitik lur-azakeratuz. Que aflore lo enterrado es el lema de esta exposición, que busca dar a conocer un lugar "silenciado", una fortaleza militar, situada en el monte de Ezkaba, ejemplo de la represión franquista, donde murieron en custodia 700 presos republicanos y que acabo convirtiéndose en hospital penitenciario.

Fallecían a causa del hambre, el frío y las enfermedades, cuando no de las palizas y las "sacas", y fueron tantos que se los comenzó a enterrar en la ladera del monte, en ataúdes de pino con una botella de cristal entre las piernas -de agua, jarabes, medicamentos, champán, gaseosa o alcoholes- para cumplir un mandato de Franco el 22 de enero de 1937.

Esa orden daba instrucciones sobre el enterramiento de soldados, a los cuales se les debía identificar con una medalla o con una botella colocada entre las piernas que contuviera en su interior documentación sobre el finado.

Las exhumaciones que se han llevado a cabo desde 2007 por la sociedad de Ciencias Aranzadi y la asociación Txinparta, solicitadas por las familias de las víctimas, han permitido constatar que ese cementerio es el ejemplo "más notorio" del uso de las botellas para guardar los documentos identificativos de los fallecidos.

Ambas entidades, junto a la UPV, donde se han realizado los análisis antropológicos y genéticos, son las organizadores de esta exposición, con la que se complementa la publicación "El Fuerte de San Cristóbal en la memoria: de prisión a sanatorio penitenciario. El cementerio de las botellas", dirigida por el antropólogo forense de Aranzadi Francisco Etxeberria y Koldo Pla, de Txinparta.

Etxeberria y Pla han participado hoy junto a la vicerrectora del campus de Gipuzkoa, Ana Arrieta, en la inauguración de esta muestra, que tras su paso por Ansoain en mayo, llega ahora a San Sebastián y en diciembre viajará al campus de Álava de la universidad pública vasca. "El olvido es para las víctimas y sus familias una herida abierta y una fuente de dolor que nuestra democracia debe cerrar", ha destacado Arrieta en esta acto, al que han asistido también algunos allegados de estos presos.

Pla ha recordado, por su parte, que en torno al Fuerte de San Cristóbal hubo "un gran periodo de silencio" y que hasta 1988 no se tributó el primer homenaje a los protagonistas de la fuga masiva que se produjo en el penal el 22 de mayo de 1938, del que escaparon 795 personas -sólo 3 cruzaron a Francia, 208 fueron abatidas a tiros y el resto de nuevo capturadas-.

Por esa prisión pasó Agustín Raya Sánchez, ferroviario de Miranda de Ebro y abuelo de Hedy Herrero Hernán, quien hoy el recordaba junto a su abuela Vicenta, a la que considera también una "presa" que siguió a su marido hasta Pamplona, donde hizo todo tipo de trabajos para sacar adelante a sus cinco hijos, de los que tuvo que separase.

También Juan María Pallín, un médico que estuvo allí tres años y que después de la guerra nunca pudo ejercer su profesión y trabajó como representante de líquidos de revelado fotográfico, cuya hija mostraba hoy un recetario farmacológico pulcramente manuscrito que su padre escribió en la cárcel, junto a una crónica de la fuga.

Para el Fuerte de San Cristóbal, construido con fines militares durante las guerras carlistas y declarado Bien de Interés Cultural en 2001, existe ya una propuesta para que sea convertido en "Lugar de Memoria". Lo que allí ocurrió, los testimonios que dejaron algunos presos y los de sus familiares acompañan el recorrido por esta exposición, un ejemplo del "patrimonio negativo" que alimentó la Guerra Civil.

Francisco Etxeberria ha hablado hoy de la importancia de la "dimensión de laboratorio" necesaria para la recuperación de la memoria histórica, pero ha destacado la gran relevancia de la dimensión "simbólica", que es la que "más conmueve", la de gestos que llevan a algunos familiares a acercarse a San Cristóbal sólo para recoger un puñado de la tierra donde enterraron a los suyos. "Por eso decimos que exhumando fosas recuperamos dignidades", ha subrayado.

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