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Protegidos, agónicos y difuntos

La lista de árboles que la Xunta preserva por decreto, sin actualizar desde 2011, sufre una quincena de bajas mientras otros de sus monumentos están en riesgo extremo

Teixo dos Tenreiro, en Pontedeume.
Teixo dos Tenreiro, en Pontedeume.GABRIEL TIZÓN

La Magnolia Grandiflora del Pazo de Santa Cruz (Vedra); el Pino Manso de Os Candeiras (Ponteareas) y el otro Pino Bravo de Alxén (Salvaterra); una de las hayas de Castrelos (Vigo); media docena de árboles de la Carballeira de Caldas; un par de Cipreses de California del Malecón de Ortigueira; el Olmo Híbrido del Pazo de Lourizán (Pontevedra); el Rododendro de Serantellos (Cambados) y el Chopo Blanco del Balneario de Cuntis. Este último no duró en pie ni un mes después de entrar con honores en el panteón de los árboles ilustres. Como casi todos, se cayó en un día de vendaval. El final del otoño y el invierno son estaciones de riesgo para los viejos de pies temblorosos.

El Catálogo de Árbores Senlleiras de Galicia, sin actualizar desde que en octubre de 2011 se publicó ampliada —con 147 ejemplares singulares, y 31 formaciones arbóreas— la lista original de 2007 —41 árboles, 10 formaciones—, es hoy también un muestrario de gigantes difuntos. Ancianos que lucen una vejez imponente por fuera mientras una enfermedad lenta los mina por dentro y al fin un día, faltos de savia, acaban derrumbándose por un mal aire.

A este listado probablemente incompleto de monumentos vegetales que se han desplomado en estos últimos años hay que sumar los casos de otros que agonizan, mientras se busca a duras penas la forma de mantenerlos vivos. Por ejemplo, para no acabar firmando también el acta de defunción, el Ayuntamiento de Pontedeume, la Consellería de Medio Ambiente y diferentes expertos como los de la Estación Fitopatolóxica do Areeiro han probado ya de todo con otro vetusto símbolo de la botánica. El Teixo dos Tenreiro, al que algunos le calculan una edad que ronda el medio milenio, pasa un verdadero calvario a causa de sucesivas obras de eso que se suele vender como humanización y la construcción de infraestructuras que se llevaron a cabo a su alrededor.

En tiempos, cuando la tierra a la que todavía se aferra caía dentro de una finca privada, el tejo, al que sus dueños mandaron instalar una escalera de caracol para ver el mundo desde su copa, era un prodigio de 15 metros de altura y 20 de diámetro que se citaba en libros extranjeros sobre jardinería. Su porte era tal que fue elegido para dar cobijo, bajo sus largas ramas, a todos los ministros de Casares Quiroga reunidos en consejo, y a tertulias políticas y literarias en las que, con su verbo pulido, Valle, Pardo Bazán, Azaña o Azorín no eran otra cosa que actores secundarios. Porque el protagonismo se lo llevaba el árbol señorial.

Varias veces centenarios

S. R. P.

En 2011, varios candidatos al catálogo, propuestos por expertos, quedaron a las puertas. Existe además un registro oficial en el que se va tomando nota de todas las solicitudes que van llegando. La Xunta no pone fecha, pero dice que “cuando se considere oportuno se publicará una nueva orden” para “incorporar altas” y “eliminar los casos de muerte biológica”. Así que esos vetustos aspirantes, si no han muerto también entonces, optarán a cubrir los huecos, tan difíciles de llenar, de los cadáveres.

Las senlleiras son varias veces centenarias (el Carballo de Cartelos se dice que bimilenario). “Están en la etapa final de su vida y sus problemas de salud se agravan”, explica un técnico de la consellería. “Se vuelven vulnerables a hongos y parásitos, y sufren daños estructurales sin que exista alternativa”. La causa que precipita su muerte suelen ser los “temporales de viento y lluvia, tan duros los últimos años”. A finales de 2014, “se prevé convocar ayudas para la conservación”. La Xunta promete que la partida será “significativamente superior” a los 60.000 euros que se destinaron para lo mismo en 2010.

Hoy el Teixo dos Tenreiro ha perdido las hojas. Es un árbol perenne en permanente estación caduca. La Xunta ha dirigido varios tratamientos desde 2003, el año en que la conífera empezó a pedir socorro. El ingeniero forestal Gaspar Bernárdez, encargado de estudiar, valorar y proponer las incorporaciones de 2011 al catálogo de senlleiras, trabajó con el equipo de expertos que probaron diversos tratamientos para salvar el tejo. “Lo tratamos hasta con vaselina”, cuenta, “pero nadie es capaz de saber qué es lo que le pasa”. Probablemente el mayor ataque lo sufrió cuando pavimentaron el paseo que lo bordea con grandes losas y cemento, aprisionando —y ahogando— las raíces de una especie que no admite bromas.

Cuando se pensó que el botellón y los actos vandálicos eran el verdadero peligro para el tejo, el Ayuntamiento gastó 36.000 en una verja y lo enjauló. Más tarde se sospechó de las losas de piedra y también se han levantado para dejar respirar al moribundo sin el peso de las lápidas. La Sociedade Galega de Historia Natural llamó el verano pasado la atención sobre las técnicas que aplica la Xunta, “poda va, poda viene, insecticidas y fungicidas a discreción”. Bernárdez cree que si la conífera ha perdido sus acículas no hay esperanzas, pero según Conservación da Natureza aún “no se registró la muerte biológica y se estima posible la supervivencia”.

Esto es lo que opina tanto del tejo como de otro inmenso ser de 500 años en estado comatoso: la Nogueira de Licín (O Saviñao). Al nogal lo tumbó uno de los temporales que encadenó el pasado febrero, probablemente porque sus raíces, débiles para un árbol con ocho metros de perímetro, no fueron capaces de agarrarse a un suelo encharcado por demás. Sus dueños, Fina y José Antonio, asesorados ahora por la Xunta, conservan aún la esperanza de salvar un árbol que era su “orgullo” porque al menos un par de raíces del tronco arrancado quedaron sujetas al suelo y dan de comer al anciano como si fueran un gotero.

Otras senlleiras en estado “comprometido”, tal y como lo califica Conservación da Natureza, son el Castiñeiro da Regadiña (Pobra de Trives) y el célebre Avó de Chavín (Viveiro). Este eucalipto azul del Souto da Retorta era el árbol más alto de España hasta que acusó la edad y su crecimiento empezó a decaer. Desde 2010, lo supera, con sus más de 68 metros, otro eucalipto vecino que medra cuatro veces más rápido mientras él parece encogerse. La última agresión que sufrió el abuelo fue una pintada con espray, pero los hongos (al igual que hicieron con varios de los senlleiros ya muertos, como el Piñeiro dos Candeiras) atacan sus pies, los temporales amputan su ramaje y a los achaques de la edad hay que sumar los de la fama. Las botas de los hombres aplastan el suelo del que se alimenta O Avó mientras los turistas, tantos como van, se esfuerzan por abrazarse al tronco inmenso para la foto.

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