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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Repartir el trabajo

De lo que se trata es de apostar mucho más por la innovación

En 1798, T. R. Malthus publicó su famoso Ensayo sobre el principio de la población. En él se advertía que, puesto que el ritmo de crecimiento de la población sigue una progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia lo hace en progresión aritmética, el mundo estaba condenado a un proceso de pauperización general, que podría llegar, in extremis, a la extinción de la especie humana. No habría trabajo para todos.

Catorce años después, el movimiento ludista se extendía por las zonas industriales de Lancashire y Yorkshire (y por Alcoi, también, algo más tarde). La llegada de las máquinas de hilar y tejer, impulsadas por el vapor, expulsaban grandes cantidades de mano de obra de las fábricas existentes, generando un elevado volumen de parados (en la industria textil). Una cosa volvía a ser obvia: ya nunca más habría trabajo para todos. ¿La solución? Destruir las máquinas que lo impedían.

Claro, que lo que Malthus no previó, y los ludistas no entendieron, era que el aumento de la productividad generado, bien por el aumento en la intensidad de capital utilizado, bien por los sucesivos cambios tecnológicos, engordaba los beneficios de las empresas manufactureras, lo que permitía nuevas inversiones en otras actividades económicas, las que, a su vez, generaban empleo adicional y demanda para ellas mismas, y para los textiles. Y así, tras numerosas encrucijadas históricas como ésta… hasta hoy mismo.

El hecho de que dos siglos más tarde, la población se haya multiplicado por 8,5 veces, y el número de trabajadores por una cifra similar, no parece haber reducido un ápice la preocupación por el hecho de que la creciente automatización, la robótica, y la nueva oleada de tecnologías de la información, expulsen trabajo a un ritmo imposible de recuperar en el futuro. Y puesto que, obviamente, de nuevo, no habrá trabajo para todos, tendremos que repartirlo. Un hallazgo intelectual revolucionario, que ya circula profusamente hasta por las tertulias radiofónicas.

No seré yo quien niegue las serias limitaciones que el medio físico y las crecientes necesidades de energía imponen a las posibilidades de crecimiento (la Tierra tiene el tamaño que tiene), ni tampoco los numerosos efectos negativos generados sobre aquél, a causa del comportamiento tan poco civilizado que muchas de las empresas que pueblan este limitado planeta, muestran. Pero el hecho de que los humanos seamos incapaces de afrontar los problemas globales del crecimiento, con gobiernos y políticas, asimismo globales, siguiendo criterios de sostenibilidad y de racionalidad a largo plazo, no significa que estemos sometidos a una inexorable ley de hierro de la naturaleza.

Que puedan trabajarse menos horas en el futuro, sin reducir el nivel de vida alcanzado, o, mejor todavía, transformando el propio concepto de "nivel de vida", no confirma la creciente escasez de puestos de trabajo, sino tan solo que el crecimiento de la productividad, lo permite. No se trata, pues, de repartir el trabajo, sino de apostar mucho más por la innovación y la tecnología. ¿Difícil?, sí, pero también un alivio, porque, seamos sinceros, aquí, en la Comunidad Valenciana, queda ya muy poco para repartir.

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