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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Exhortaciones

Los rasgos más sobresalientes de la lamentable situación que viven España y la Comunidad Valenciana son: exclusión, inequidad y corrupción, por este orden.

No sería muy difícil ponerse de acuerdo en que los rasgos más sobresalientes de la lamentable situación que vive España (y muy especialmente, la Comunidad Valenciana) se corresponden de manera directa con tres conceptos que nos resultan cada vez más familiares. A saber: exclusión, inequidad y corrupción, por este orden. Conceptos todos ellos radicalmente opuestos a las virtudes que, precisamente, se predican del modelo social europeo, al que todos se precian de pertenecer.

Y no es solo una cuestión de valores. La economía de la exclusión y la inequidad, mata. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella debajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”.

En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del “derrame”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante.

Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas.

Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales.

Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países (en sus gobiernos, empresarios e instituciones) cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes.

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No se apresure el lector a tacharme de peligroso izquierdista, progre trasnochado, o feroz adversario de un gobierno tan católico como el que tenemos, por decir estas cosas; porque NO son mías (salvo el primer párrafo), sino de la Exhortación Evangeli Gaudium del Papa Francisco, a quién Dios conserve muchos años. Amén.

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