¿Es recesión o es retroceso?
En los últimos veinte años el PIB ha crecido, pero las rentas del trabajo han caído mientras subían las del capital
Desde la Fundación Ernest Lluch, en colaboración con la UIMP de la que él fue rector, estamos impartiendo estos días en Santander un curso sobre clases sociales y desigualdad. Algunos datos de los textos preparatorios me han permitido confirmar una idea que desde hace años voy elaborando: estamos en un gran retroceso.
Hubo un tiempo, en la segunda mitad del siglo XX, en el que el concepto de dos clases sociales enfrentadas estaba perdiendo en Europa el papel que tuvo durante dos siglos. Es cierto; una adecuada regulación de los mercados, un encauzamiento progresivo de las relaciones laborales, la consolidación de una amplia clase media de personas acomodadas pero no propietarias de capital, y la gran extensión del Estado del bienestar cuyos servicios gratuitos representaban un complemento en especies al salario de los trabajadores, habían matizado mucho el carácter de la lucha entre trabajo y capital.
Se podía pensar que habíamos pasado de una sociedad con dos clases a otra en la que predominaba una gran clase media de profesionales, de trabajadores con salarios variados pero suficientes, y de pequeños empresarios, lo cual no impedía que existiera en un extremo una concentración de grandes fortunas y en el otro persistiera una importante capa de pobreza y de marginación. La realidad es que en los últimos veinte años el escenario ha cambiado totalmente y en cada uno de los aspectos que formaban parte de este progreso se han ido dando grandes pasos hacia atrás.
Se han efectuado reformas en los mercados laborales que han conseguido reducir de forma notable los salarios reales
Se han eliminado regulaciones, algunas innecesarias es cierto, pero otras que simplemente han permitido que los intereses de los grandes grupos de poder económico pudieran desarrollar su actividad con total libertad. El caso más claro es la globalización y desregulación del sector financiero que ha acabado provocando una crisis general.
Se han efectuado reformas en los mercados laborales que, aparte de eliminar algunas rigideces excesivas, han conseguido reducir de forma notable los salarios reales de grandes cantidades de trabajadores en toda Europa, hasta el punto de desplazar hacia zonas de pobreza y de dificultades a muchas personas que se consideraban de “clase media baja”. Paralelamente, se ha producido un fuerte incremento de las retribuciones de algunos grupos de directivos, lo que ha provocado que el abanico de ingresos salariales se haya abierto y la relación entre los salarios más altos y más bajos haya aumentado de forma espectacular. Es bien conocido que el nivel de ingresos es importante, pero a veces lo más indignante es el nivel comparativo con otros.
Una de las consecuencias de todo ello ha sido que durante veinte años el PIB ha ido creciendo, pero la parte de rentas procedentes del trabajo ha ido bajando continuamente y se ha ido incrementando la parte de las rentas del capital, procedentes en buena parte del negocio financiero o de la especulación. Se ha modificado además el sistema fiscal y en especial el IRPF, reduciendo la carga de impuestos sobre las rentas del capital, manteniendo y hasta aumentando las correspondientes al trabajo. Se han eliminando los impuestos directos sobre las fortunas (patrimonio y sucesiones) y se ha incrementado el IVA.
Todo ello ha llevado a unos sistemas fiscales mucho menos progresivos, cuando no regresivos, y ha reducido la recaudación, debido también a la falta de lucha contra el fraude fiscal, a los sistemas legales de elusión de impuestos (excepto para las rentas del trabajo), y al mantenimiento consentido de los paraísos fiscales.
Cuando la crisis económica ha golpeado las economías, la pérdida de recaudación provocada en parte por estas reformas, ha debilitado la capacidad de gasto de los Estados; y la imposibilidad de financiar sus déficits a un coste aceptable, les ha empujado a una espiral infernal de endeudamiento que solo están amortiguando (no resolviendo) a base de recortes indiscriminados en los servicios públicos, es decir reduciendo el “complemento de salario en especies” de la mayoría de la población. Ello agrava más el problema de las desigualdades, y provoca una importante fractura social.
No hay espacio para propuestas razonadas. Me limito a recetas genéricas pero seguras contra el retroceso: competitividad basada en valor añadido y no en costes bajos, regulación financiera, y reforma fiscal progresiva. Justo lo contrario de lo que parece que estamos haciendo, basados en credos ultra liberales…
Joan Majó, ingeniero y ex ministro.
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