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Una ayuda de la Xunta salva a última hora a una histórica ONG contra la droga

Las deudas asfixian a Asfedro, que lleva 28 años tratando en Ferrol a toxicómanos y atiende a 1.200 usuarios

Internos y voluntarios en la granja terapéutica de Asfedro, en Doniños (Ferrol)
Internos y voluntarios en la granja terapéutica de Asfedro, en Doniños (Ferrol)gabriel tizón

En la comunidad terapéutica de O Confurco sólo hay tres reglas: sin drogas, sin violencia y sin sexo. La primera es el desafío más difícil al que se han enfrentado nunca sus 18 internos: aprender a vivir sin las sustancias que han arruinado sus vidas. Son 16 hombres y dos chicas. Están desintoxicados y su reclusión es voluntaria. En el rincón del recién llegado escriben con tiza sus metas al lado de sus nombres. Tienen por delante una travesía vital dolorosa de seis a ocho meses que no siempre acaba en final feliz pero que es una puerta a la oportunidad.

 Hace 28 años que Asfedro, la Asociación Ferrolana de Drogodependencia, combate esta lacra con un plan integral que va desde la prevención a la reinserción pasando por durísimo desenganche. Suman 4.100 historias clínicas y 1.200 usuarios (700 con metadona) asistidos por 28 empleados (médicos, enfermeros, administrativos, educadores y auxiliares) que se reparten entre dos unidades: 13 en la asistencial de la calle Cádiz, donde se realiza la triple valoración social, médica y psicológica, y 15 más en la terapéutica de Doniños. Su batalla empezó en Caranza en 1985, casi al mismo tiempo que surgía Alborada en Vigo, o Aclad, en A Coruña. Fue la reacción decidida de los vecinos contra la epidemia de la heroína que hipotecó el futuro de una generación y segó muchas vidas en esta barriada obrera de Ferrol, muy castigada por el paro y la reconversión naval.

O Confurco es el fruto de aquel germen. Es una finca rural de 12.000 metros cuadrados a medio camino entre Doniños y el puerto exterior donde se levantó un centro de rehabilitación público con 22 plazas. Abrió sus puertas en junio de 1990 y Manuel Fraga descorrió la placa dos años después. Su construcción enfrentó a los vecinos del valle de Doniños entre partidarios y detractores. La granja terapéutica sobrevivió a aquella batalla, pero dos décadas después, los recortes han colocado a Asfedro en una situación límite. Una ayuda in extremis de la Xunta —que llevaba cuatro años reduciendo las subvenciones— la ha salvado del cierre momentáneamente. Pero su futuro sigue comprometido.

A la puerta de Asfedro han llegado padres con sus hijos drogadictos y también padres e hijos adictos al mismo tiempo. Usuarios de todo tipo que van desde los 15 años hasta rondar los 70. Supervivientes de la epidemia de la heroína muy deteriorados físicamente y también deportistas de éxito, casi siempre hombres, en una proporción de cinco por cada mujer. “Hemos conocido a segundas generaciones, a los niños que correteaban por aquí cuando venían con sus padres a por metadona y que ahora también consumen”, explica el director. La crisis y el paro han hecho mella y han detectado recaídas entre personas que llevaban un lustro rehabilitados.

El último informe gallego sobre drogas colocaba a Ferrolterra como “objetivo prioritario” aunque su tasa juvenil —franja de más consumo— es notablemente más baja que la de otras zonas. Entre Ferrol y Narón se cuentan seis campamentos chabolistas que funcionan como los supermercados de la droga del noroeste peninsular. Con todo, la Xunta retiró en 2010 los 90.000 euros con los que Asfedro financiaba su Plan Comunitario, un programa preventivo con el que solo contaban tres barrios gallegos particularmente complejos: Caranza (Ferrol), Vite (Santiago) y el Casco Vello de Vigo. Sin esa partida, la directiva despidió a tres empleados, que recurrieron a los tribunales. Las indemnizaciones que les tuvieron que abonar fueron el primer escalón de una deuda que les llevó a bordear la ruina y plantearse, hace unos días, acudir al concurso de acreedores si la Xunta no les adelantaba un cuarto de una subvención ya consignada. El Ayuntamiento, que les dio el premio Ferrolano del Año en enero del 2011, apoya a la ONG con 3.000 euros anuales y les costea varios talleres.

La deuda alcanzaba los 169.000 euros y casi los aboca al cierre. Lanzaron un SOS desesperado. Pedían a la Xunta un adelanto de la subvención de 2013 o avisaban de que tendrían que echar el candado a sus dos unidades: la asistencial de Caranza, y la terapéutica de O Confurco dejando a 1.200 drogadictos en la estacada. Después de seis meses rogando por un rescate, el Gobierno gallego les respondió el pasado jueves con un anticipo de 206.000 euros —el 25% de los 824.000 asignados en los presupuestos de este año— que se firmó al día siguiente. “Es un parche que nos da liquidez puntual”, advierte Olga Basterrechea, presidenta de Asfedro.

Es el tercer año consecutivo que les recortan fondos: 254.000 euros menos desde 2010, y han llegado al límite. “Debíamos cinco meses de carne y pan”, se lamenta. Las facturas de luz, agua y teléfono engordaban en cajones sin fondos y 28 profesionales trabajaron casi tres meses sin cobrar después de haberse bajado el sueldo un 20% de media.

Para saltar el bache, Asfedro tocó las puertas de todos los ayuntamientos de la ría y cambió pequeñas aportaciones de fondos por cursos de prevención en colegios y asociaciones. Recurrió a Cáritas, la Cocina Económica y al Banco de Alimentos para dar de comer a los 18 internos en rehabilitación y dejó cuatro plazas vacantes porque no se podía permitir otro plato más en la mesa. Basterrechea, de 66 años, que cogió las riendas de Asfedro de su marido cuando este falleció, agradece a los proveedores locales la paciencia y a los vecinos, las pequeñas donaciones. Y pide a la sociedad a que se implique en una batalla contra las drogas que está lejos del final.

De convictos a padres de familia

L. B.

Grafitis de animales adornan las paredes del patio en el que los internos de O Confurco juegan al baloncesto y al fútbol. Reparten el tiempo entre talleres de informática, carpintería y pintura. Se turnan por parejas para cocinar y presumen de lo sabrosas que son las lechugas de su huerto. Tienen 34 gallinas que ponen 30 huevos al día, dos grandes invernaderos que trabajan tres o cuatro veces por semana y del que sacan kiwis, tomates, coliflores, puerros y cebollas. “Todo cojonudo aunque las patatas nos las jodió un jabalí el mes pasado”, explica uno de los internos. La historia de J. es la de muchos. “Empecé a poquitos y acabé probando mucho de todo”. Con 40 años, sabe bien lo que es columpiarse en el abismo. Lleva dos meses en rehabilitación y en Santiago le esperan su mujer y su hija de cinco años.

Los usuarios comparten habitaciones, controles antidroga y charlas en las que resuelven las diferencias de una convivencia relativamente tranquila, dice Tamara. Es psicóloga y hace tres meses que trabaja para Asfedro como auxiliar. La precariedad económica de la entidad hizo que en sus primeros 90 días sólo cobrara cuatro, aunque se lo toma con humor. Los internos van de 23 a 50 años y su perfil es tan diferente como sus historias: convictos o exconvictos, padres de familia, practicamente niños o funcionarios.

De todas las adicciones, la peor es el cocaetileno, advierte Gerardo Sabio, psicólogo clínico y director técnico. “Es la mayonesa que fabrica el hígado cuando se mezclan cocaína y alcohol”, precisa. Cuenta que los usuarios enganchados a la coca o la heroína —ahora más fumada que inyectada— están igualados, que abundan los adictos que trafican a pequeña escala porque “el mercado se atomiza con la crisis” y avisa de los problemas mentales que encuentra en consumidores de cannabis.

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