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El final de un mundo real y pictórico

La pinacoteca exhibe el 'Tríptico de la guerra', de Arteta, dentro del programa La Obra Invitada

Javier Rivas
Viar (izquierda) y Bilbao posan ante el 'Tríptico de la guerra', de Arteta, en el Museo de Bellas Artes.
Viar (izquierda) y Bilbao posan ante el 'Tríptico de la guerra', de Arteta, en el Museo de Bellas Artes.fernando domingo-aldama

De los artistas vascos que la vivieron y sufrieron, quizá haya sido Aurelio Arteta (1879-1940) quien dejase mayor testimonio en su trabajo de los desastres de la Guerra Civil. Una de las principales muestras de su visión del conflicto y una de sus últimas grandes obras, el Tríptico de la guerra, que el autor bilbaíno pintó en 1937 en Biarritz, primera parada de un exilio que dos años después le llevaría a México, donde moriría, cuelga ahora en una de las salas del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

“Es el testimonio de la destrucción de una civilización y el final de un modo de pintar”, considera el director de la pinacoteca, Javier Viar, sobre el tríptico, propiedad de un coleccionista privado y que el Bellas Artes exhibirá hasta el próximo 7 de abril dentro de su programa La Obra Invitada.

Formado por tres escenas conocidas como El frente, El éxodo y La retaguardia, componen un alegato antibelicista lleno de simbolismo, aunque sin hacer referencia a ningún lugar o episodio concreto del conflicto. Eso sí, Arteta tenía con probabilidad en su mente los bombardeos de ciudades vizcaínas por tropas franquistas de ese mismo 1937, y especialmente el de Gernika, arrasada por la Legión Cóndor alemana el 26 de abril de ese año.

Dos bombarderos se ciernen sobre el protagonista del panel de la izquierda (El frente), una sombría y dramática escena en la que un joven gudari empuña un fusil hacia el cielo junto a los cadáveres de otros dos compañeros, también jóvenes. La tragedia de la destrucción del núcleo familiar prosigue en el tercer panel (La retaguardia), igualmente marcado por la oscuridad, donde una madre joven yace junto a su hijo, muertos ambos en el bombardeo. Entre muros destruidos, un perro aúlla junto al cadáver de un buey.

La obra de Arteta, propiedad de un coleccionista privado, permanecerá en el Bellas Artes hasta comienzos de abril

Viar ha incidido esta mañana en la presentación de la obra en el simbolismo de este buey como imagen del final de una tradición vasca y una civilización que Arteta y otros autores vascos —Anselmo Guinea o los hermanos Ramón y Valentín de Zubiaurre, entre otros— habían venido exaltando. “La guerra termina con ese mundo tanto real como pictórico”, ha incidido Viar, el final de 50 años de la iconografía que se había ido forjando, de una época tanto histórica como plástica. Cuando el arte vasco renazca tras el final del enfrentamiento bélico, lo hará de la mano de artistas que, como Chillida, Oteiza o Basterretxea, se decantarán por la abstracción y el empleo de la geometría como lenguaje estético.

Entre ambas composiciones más sórdidas, El éxodo muestra, en un tamaño mayor que los otros dos paneles, una luminosa escena diurna de la despedida de varios muchachos junto a un puerto de mar. Aunque en ocasiones se ha señalado su diferente línea argumental, por esa claridad y la ausencia de alusiones directas a la guerra, Viar ha recalcado la unidad y coherencia de todo el conjunto si se aprecia de forma más profunda su simbolismo. Las figuras ahondan en la destrucción del elemento generacional que muestran los otros dos paneles: un abuelo que abraza desmañadamente a su nieto en ausencia del padre; dos novios que se despiden sin saber si podrán formar una familia; otra mujer mostrando a su pequeño hacia la distancia… “Esa la destrucción del núcleo familiar y tradicional idealizado”, recalca el responsable del Bellas Artes.

El tríptico, expuesto en la Sala 32 del museo, flanqueado por el Gran profeta de Gargallo y otra escultura de Lipchitz, entronca en su composición y estructura, en sus escultóricas figuras, con el muralismo italiano que tanta influencia tuvo en la pintura de Arteta y es —otro final de etapa— una de las últimas grandes obras del noucentisme con el que el autor bilbaíno y otros pintores trataron de conciliar una mirada al orden clásico en el arte y el legado de Cézanne.

Con el Tríptico, que se viene a sumar a la cerca de una treintena de trabajos de Arteta que atesora el Bellas Artes, el programa La Obra Invitada alcanza su 40ª convocatoria, que ha permitido contemplar en préstamo temporal un total de 47 piezas —incluida la hoy presentada— en la pinacoteca bilbaína. El programa arrancó en 2001 y desde tres años después es patrocinado por la Fundación Banco Santander, que aporta unos 40.000 euros anuales.

En la presentación de la obra ha intervenido también el diputado General de Bizkaia, José Luis Bilbao, en su condición de presidente del museo este año. Bilbao ha considerado que los lienzos de Arteta deben ayudar "a mantener vivo el recuerdo" de la Guerra Civil.

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Sobre la firma

Javier Rivas
Forma parte del equipo de Opinión, tras ser Redactor Jefe de la Unidad de Edición y responsable de Cierre. Ha desarrollado toda su carrera profesional en EL PAÍS, donde ha trabajado en las secciones de Nacional y Mesa de Cierre y en las delegaciones de Andalucía y País Vasco.

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