Patio de Corders
En 1892 Barcelona llevaba 16 años sin ninguna ejecución pública a garrote vil
Hoy en día lleva el nombre de plaza de Folch i Torres, pero durante muchos años aquí estuvo la infame cárcel de Reina Amalia; un lugar tétrico y nauseabundo donde se hacinaban mujeres y niños presos, y en cuyo patio se alzaba el garrote vil a la vista del público, para escarmiento de delincuentes y regocijo de la ley. Su ubicación no podía ser más afortunada. Equidistante del Barrio Chino y del Paral·lel, los abundantes cafés y tabernas de sus alrededores se llenaban de curiosos que venían a ver las ejecuciones. De todos cuantos fueron ajusticiados allí, quizás el caso más famoso tuvo por protagonista a un modesto encuadernador de 19 años llamado Aniceto Peinador.
Poco sabemos de la biografía de Aniceto, aparte de la edad y el oficio. La prensa le describió como un neurótico que se jactaba de poseer cierta educación y de componer lánguidos y sentimentales sonetos. Pero su vida pública no comenzó hasta el atardecer del domingo 9 de noviembre de 1890, cuando se reunió en el café La Pajarera de la plaza de Catalunya con sus amigos Enrique Benavent y Amadeo Puig, alias Teranyina. Los tres adolescentes habían planeado robar a un conocido común llamado Ramón Roig, a quien le gustaba alardear de reloj y de cartera. Una vez juntos y tras unas cuantas copas de licor, los cuatro hombres salieron del establecimiento a dar un paseo. Pero al llegar a la calle de los Banys Vells hicieron entrar violentamente a Roig en el portal del número 20. A oscuras, Puig le cogió por detrás y Peinador le apuñaló, con tan mala pata que no solo acabó con su víctima, sino también con su cómplice. Ambos fueron encontrados muertos poco después.
Aniceto se había llevado el botín y fue a repartirlo con Benavent, que no había participado en el crimen y se había marchado antes de entrar en el fatídico portal, pero no le encontró. La policía no tardó mucho en dar con su pista y detenerle. Y en octubre de 1891 el tribunal decidió pena de presidio para Benavent y ejecución en el garrote vil para Peinador.
Aniceto Peinador apuñaló a su objetivo y a su cómplice, y la policía no tardó en encontrarle
La sentencia tuvo lugar el 12 de julio de 1892. El mes de enero anterior había sido ejecutado en el mismo lugar Isidoro Mompart, un ladrón que durante un atraco había matado a dos niños en Sant Martí de Provençals. Su muerte había conmovido a mucha gente, pues el reo había sufrido un ataque de llanto y desesperación. Pero hasta esa fecha, Barcelona llevaba 16 años sin presenciar una ejecución pública a garrote vil. Así que los dos casos fueron muy seguidos por la prensa y el público. Mientras estuvo en la cárcel, Aniceto fue instalado en el último piso de la cárcel de mujeres, un espacio llamado los Calabocillos, donde hizo amistad con una presa a la que escribía versos a diario.
Cuando ya estaba esperando el momento fatal, esta mujer envió a su hija pequeña para que le besara y le transmitiera ánimos. Después el reo desayunó caldo, dos cuartos de gallina, tres filetes de ternera asada, una botella de Pedro Ximénez, tres peras y una gaseosa. Su abogado defensor llegó a los postres con dos puros habanos, que se fumó uno tras otro. El resto del día lo pasó tragando grandes cantidades de comida, bebiendo vino del Priorato y fumando. Y aún le dio tiempo a escribir dos poemas en la pared de la celda, que reprodujeron todos los periódicos con evidente morbo.
Un joven de 24 años llamado Ramon Casas tomó apuntes del ajusticiamiento
De madrugada, ya en capilla, llegaron los hermanos de la Paz y la Caridad con la hopa negra, que le vistieron, y le hicieron compañía. A uno de ellos le regaló un cigarro diciéndole: “Fúmatelo y guarda la colilla como recuerdo de uno que estuvo en capilla y no le dieron garrote”. Lo cierto es que si Mompart llegó al patio de Corders desmayado y tembloroso, la aparición de Aniceto levantó comentarios de admiración. Con gran valor y serenidad subió al patíbulo por su propio pie y no le puso ningún problema al verdugo Nicomedes Méndez, que terminó sin incidentes su trabajo. Mientras los espectadores iban marchando de la plaza de Corders, un desconocido se quedó a tomar apuntes en un cuaderno. Era un joven de 24 años, amigo del médico forense que asistía a la ejecución, llamado Ramon Casas. Su obra, El garrote vil, fue comprada en 1895 por el Estado y llevada al Museo de Arte Moderno, de donde pasó al Prado y en 1995 al Centro Reina Sofía de Madrid. Sin haberlo adivinado, el poeta criminal Aniceto Peinador se convirtió en arte. El último ajusticiado en aquel lugar fue Silvestre Lluís, en junio de 1897, acusado de matar a su mujer y a su hija. A partir de entonces la muerte se practicó en la más estricta intimidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.