Descrédito
Asertos difundidos hace solo 10 meses resultan hoy grotescos y hasta ofensivos para la inteligencia de la ciudadanía
Podrá parecer un ejercicio cruel, incluso morboso, pero les aseguro que no me lo sugirieron ni la crueldad ni el morbo. Sencillamente, y como todos los años por estas fechas, he dedicado unos días a ordenar y archivar los papeles acumulados durante el curso político 2011-2012: boletines y revistas de distintos partidos, documentación de sus congresos, discursos de sus líderes, materiales de campaña electoral… En este contexto, volver a hojear los programas con que las dos únicas siglas susceptibles de gobernar España (PP y PSOE) concurrieron a las elecciones generales del pasado 20 de noviembre me produjo una extrañeza y un desasosiego sin precedentes en tres décadas y media de dedicación a estos menesteres.
Es ya un tópico viejo decir que los peores enemigos de los políticos son las hemerotecas (y las fonotecas, y las videotecas, y los archivos…), porque permiten desenmascarar sus contradicciones y sus incumplimientos. Pero, hasta ahora, la caducidad de los discursos y los compromisos electorales se producía al cabo de algunos años: en el caso del PSOE, por ejemplo, entre el “OTAN, de entrada no” y la campaña por el sí en el referéndum transcurrió un cuatrienio. Lo insólito de la situación actual es que formulaciones y asertos redactados y difundidos hace 9 o 10 meses —se supone que con algún rigor— resulten hoy chirriantes, grotescos y hasta ofensivos para la inteligencia de la ciudadanía. Juzguen ustedes.
Tras dos legislaturas en el Gobierno, el PSOE concurrió a las urnas con “un programa electoral para ganar el futuro”, pero muy pendiente de justificar el pasado, esto es, la gestión de José Luis Rodríguez Zapatero desde 2004. Quizá contagiado del optimismo ontológico del leonés, el programa socialista se resistía a admitir la gravedad específica de la crisis económica española, aseguraba: “España tiene un sector bancario bien regulado”, insistía en la “fortaleza” del sistema financiero y en la apuesta por aquella “Estrategia de Economía Sostenible” engendrada por el talento del ministro Miguel Sebastián. Apostaba, además, por “un aumento de la cobertura de los ciudadanos ante todo tipo de riesgos”, aumento compatible, al parecer, con la “austeridad presupuestaria”, y decía entre otras cosas: “La reforma laboral de 2010 (…) pretende contribuir a la reducción del desempleo”.
“Hay razones de fondo para el optimismo”, “tenemos que asegurar la protección social para que nadie quede excluido ni al margen”, decía el programa electoral del PP
En descargo de Alfredo Pérez Rubalcaba cabe recordar que, cuando suscribió estas tesis, ningún indicio ni sondeo le daba como ganador de las elecciones. El presumible nuevo inquilino de La Moncloa era, según todas las señales, Mariano Rajoy; pero eso no infundió al programa del Partido Popular la sinceridad, la humildad y el realismo que las circunstancias exigían.
“Lo que España necesita. Confianza, empleo, reformas, educación”. Con este lema en su portada, el programa electoral del PP arremetía contra un Gobierno socialista “que no genera la confianza necesaria para que el país obtenga el crédito que precisa”, y, aunque en términos deliberadamente vagos, prometía “actuar con decisión y coherencia” para “volver a hacer de España el mejor lugar para invertir y crear empleo”, e incluso para “reducir el endeudamiento público y la prima de riesgo” (sic). “Hay razones de fondo para el optimismo”, “tenemos que asegurar la protección social para que nadie quede excluido ni al margen”, “España volverá a ser un ancla de estabilidad para la zona euro”…, insisten las satinadas páginas de un documento que, leído hoy, te deja entre la risa y el llanto.
Y uno se pregunta: ¿qué habría ocurrido si el PP, el PSOE o ambos hubiesen estampado en sus programas la verdad, la cruda verdad que —unos aún desde el Gobierno central, los otros desde el poder empresarial, financiero, autonómico— conocían perfectamente en otoño pasado? De haber dicho que solo podían ofrecer sangre, esfuerzo, sudor, lágrimas… y un retroceso de 10 o 15 años en el nivel de renta, ¿quién habría ganado las elecciones? No tengo ni idea, pero una cosa sí me parece segura: igual de recortados y empobrecidos, al menos los ciudadanos no se sentirían tan engañados, y la política estaría algo menos desacreditada.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.