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La chufa arraiga en el asfalto madrileño

Tres establecimientos madrileños tratan el tubérculo y elaboran horchata artesanal Los comerciantes, valencianos y alicantinos, tratan de atraer a consumidores jóvenes Optan por dar continuidad a negocios familiares por la supervivencia de la bebida

Ana Torres
Un grupo de viandantes prueba la horchata de la calle Alcalá.
Un grupo de viandantes prueba la horchata de la calle Alcalá.Samuel Sánchez.

Celia Monrós guarda cinco toneladas de chufas en el almacén de un sótano. A sus 34 años, regenta una de las pocas horchaterías artesanales que quedan abiertas en Madrid. Le gusta su trabajo y sabe que esta tradicional bebida necesita nuevos adeptos para sobrevivir. Como buena emprendedora, no le faltan ideas, y los amantes de la chufa estuvieron ayer de suerte. La Horchatería Alboraya ofreció gratis unos 500 litros de este refrigerio valenciano con un acompañante de lujo: fartons artesanales. “Hay muchos que rechazan la horchata por culpa de marcas comerciales. Cuando prueban la receta genuina, sin aditivos, se enganchan”.

Licenciada en Ingeniería Agrícola, Celia se decantó por continuar la tradición familiar. Sus padres, nacidos en la localidad valenciana de Alboraya, Denominación de Origen de la chufa, inauguraron la horchatería en la calle Alcalá 125 en los ochenta, cuando la vía estaba ocupada por un bulevar plagado de casetas de esta bebida blanquecina. “Al principio dudé, mis padres querían traspasarla, pero es un producto que necesita un impulso; no lo podemos perder”.

Agua, azúcar y chufas. Son los tres ingredientes para su elaboración, que requiere de tres máquinas encargadas del lavado, limpieza, y trituración. En una sala menuda, junto a la barra, alberga la maquinaria, pero lo más complicado es su conservación. “La bebida tiene una vida de 48 horas y si se rompe la cadena de frío se corta, como sucede con la leche”. En Alboraya, su ciudad natal, sus padres mantienen unas 20 hectáreas de cultivo de chufas, pero algunas campañas de verano han tenido que comprar materia prima a terceros. “Tenemos algunas heladerías interesadas en comprarnos producto, pero hay días que no damos abasto ni para nuestro propio negocio”. Tras más de un década instalada en Madrid, siempre anduvo a caballo entre su ciudad natal -Alboya- y la capital, su ilusión por mantener el negocio pese a la crisis que azota al sector no fluctúa. Su hijo de dos años podría ser el siguiente eslavón. O eso dice ella.

A pocas manzanas, en el número 8 de la calle Narváez, Miguel García está al frente del único quiosco madrileño de venta de horchata artesanal. En un cubículo de apenas cuatro metros cuadrados, dispensa cada día unos 80 litros, salvo en temporada invernal, que cierra por “vacaciones”. Fueron sus abuelos quienes abrieron el chiringuito en 1944, cuando la calle estaba inundada de casetas como la suya. “Mi hermano y yo renunciamos a un trabajo más cómodo y estable por salvar la horchata casera”. Nacido en Crevillente (Alicante) quiere que su sobrina herede el negocio. “Solo se salvará pasando de generación en generación”, dice con un atisbo de esperanza.

La Fábrica de la Horchata, en la calle Villaamil 44, es la tercera que se mantiene en pie. Su propietario, José Ángel Ferrer, se muestra orgulloso al hablar de la hazaña. “Estamos abiertos desde 1938 y continuaré al frente hasta el final de mis días”. Como los otros dos, cree que la cultura de la horchata está instaurada en Madrid, pero sabe que su supervivencia pasa por ser parte de la predilección de los jóvenes. “Hay que aguantar como sea”.

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Sobre la firma

Ana Torres
Redactora de Juventud. Antes, pasó por las secciones de Educación y Tecnología y fue la responsable del espacio web Formación, sobre el ámbito universitario. Es ganadora del Premio de Periodismo Digital del Injuve (dependiente del Ministerio de Derechos Sociales). Fue redactora de la Agencia EFE y del periódico regional La Verdad.

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