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Solo para paladares chinos

La bodega Gutiérrez de la Vega, de Parcent, exporta a Asia su caldo espumoso Cavatina Lo hace a 200 euros la botella

Felipe Gutiérrez de la Vega, en su bodega, en Parcent.
Felipe Gutiérrez de la Vega, en su bodega, en Parcent.JESÚS CÍSCAR

La bodega de Felipe Gutiérrez de la Vega, radicada en la localidad de Parcent, saltó a la fama cuando la Casa Real eligió uno de sus vinos, el Casta Diva Cosecha Miel, para la boda del príncipe Felipe con Leticia Ortiz en 2004. Pero el salto que dará próximamente puede incluso superar aquellas expectativas iniciales.

Ocho años después, otra de sus 14 referencias vinícolas, el Cavatina, un blanco dulce espumoso, cuya producción es exclusiva y limitada, se va directa e íntegramente a China. Este es el vino que probó el rey Juan Carlos antes de decidirse por incluir otro de sus productos para acompañar el postre del ágape de su hijo.

Aunque desde 1993 ya exporta sus vinos a Estados Unidos y el 20% del que elabora llega a países como Suiza, Holanda, Bélgica, Inglaterra o Francia, ahora, en colaboración con la empresa AGR, especializada en el marketing del sector primario, el bodeguero ha conseguido colocar esta rareza en el mercado chino y al nada desdeñable precio de 200 euros la botella. Y de una fabricación de menos de 300 unidades ha tenido que pasar a etiquetar 1.400 botellas.

Otro de sus vinos, el Casta Diva Recóndita Armonía, un tinto dulce en envase de medio litro, saldrá de la cripta donde lo elabora a un precio de 100 euros. La excelencia ha obtenido recompensa.

Los Príncipes de España regaron su boda con uno de sus caldos

Porque Felipe Gutiérrez lleva más de 40 años trabajando solo con variedades de uva autóctonas, como la monastrell, la garnacha o el moscatel, despreciando la cabernet sauvignon, chardonnay o merlot, de origen francés, hoy de moda en otras latitudes, pero “con las que no podemos competir”, puntualiza el bodeguero.

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Y todo ello es fruto de un empeño en el que mezcla la creatividad con la cultura local “por recuperar el espíritu tradicional, empezando por el pan, aceite y el vino”, que luego ha derivado incluso hacia la cocina y la arquitectura popular de connotaciones moriscas en su bodega.

“El País Valenciano ha visto siempre con mayor agrado lo que venía de fuera que lo propio”, en plena decadencia por culpa de la construcción desaforada, según cuenta este bodeguero con cierta amargura.

El bodeguero trabaja solo con variedades de uva autóctonas

Este antiguo marino y funcionario de Hacienda comenzó en los años setenta del siglo pasado con su mujer, Pilar Sapena, natural de Xàbia, una aventura en la que ha embarcado a sus hijos Felipe, director comercial; Violeta, la enóloga; y Clara, que lleva la administración.

El fruto son alrededor de 60.000 botellas anuales de algunos de los mejores vinos valencianos, con los que han “apostado por el contraste frente a una tipología de vino con un PH concreto que los hace todos iguales”.

Pero lo que hasta ahora no ha podido materializar Felipe ha sido comprometer a la Administración o a inversores privados en la nueva aventura con la que ahora sueña: convertir 20 hectáreas abandonadas del parque natural del Montgó en una finca rústica donde integrar la bodega para “recuperar el cultivo tradicional del moscatel, que tiene una cultura de siglos”. Una idea para restaurar el suelo, fijar la vida tradicional y ecológica de La Marina Alta y repetirla a modo de franquicia con una finalidad conservacionista.

Todo un reto que, a tenor de las distintas y arriesgadas apuestas que ya ha superado con éxito, quizás tampoco se le resistirá a Felipe.

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