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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pequeña teoría del almacenamiento

Lo peor que tiene el progreso es dar por supuesto que se va a dar en todas las direcciones. No den nada por supuesto

 Durante estos pasados días de frío intenso algunos de mis amigos seguían los mapas del tiempo con preocupación. Padecían por sus olivos, que podían llegar a sufrir daños de gravedad. En otros tiempos una helada de estas características podía mermar la economía de una zona, lo mismo que una sequía en tierra de cereal o que la filoxera en la de vid. Mis amigos recuperaban una preocupación ancestral: la del almacenamiento. El aceite se puede guardar, sí, pero pierde sus propiedades. Protegemos el trigo o la uva de la putrefacción para luego fermentarlos nosotros mismos. La historia de siempre, sembramos o plantamos para recoger luego y hacemos unas previsiones más o menos realistas de lo que depara un futuro, esperando que no lleguen heladas, sequías o plagas como la filoxera.

Pan, vino, aceite, almendras e higos secos, los alimentos de siempre, de larga duración. Y el queso, que no deja de ser leche sólida. En la Biblia aparecen cabras por doquier, son pequeños almacenes de carne y leche que comen cualquier cosa y que además te los puedes llevar a todas partes. Cuesta imaginar una civilización montada sobre alimentos poco fiables como la alcachofa o la fresa. Ahumamos y secamos el pescado y la carne, pero en realidad, secamos el presente para el futuro. Todo en nuestra cultura no es nada más que un intento de anticipar el mañana. ¿Qué pasará? ¿Qué tiempo hará? ¿Cuándo se acabará la crisis?

La industria permitía un almacenaje de bienes más seguro. Sábanas de algodón o lino, lana, maquinaria… Pero hoy mucha industria también lleva tras de sí el adjetivo perecedera. Hay naves industriales llenas de ventanas de aluminio que no se colocarán jamás. Me contaba estos mismos días un empresario en cuya fábrica se construyen máquinas para la industria cárnica que los planos de todo lo proyectado para estos años se han quedado obsoletos. Los ya cachivaches no ha tenido demanda y ahora están dibujando planos con componentes nuevos para máquinas que no sabe si van a poder vender. Hasta el acero inoxidable tiene fecha de caducidad. La contrarrevolución industrial está en marcha.

El sistema de pensiones, ¿qué era si no una manera de almacenar el bienestar futuro?

Nos hemos pasado la historia buscando cómo almacenar las cosas sin que pierdan valor pero visto lo visto la verdad es que nuestro almacén, si de algo carece, es de solidez y de durabilidad. El sistema de pensiones, ¿qué era si no una manera de almacenar el bienestar futuro? Provisionamos un fondo para poder cobrar en un futuro y parece que de momento aguanta, pero ¿alguien puede asegurar hoy que será suficiente? Sin mentir, claro está, lo peor que tiene el progreso es dar por supuesto que se va a dar en todas las direcciones y que va a estar más o menos democrática y homogéneamente repartido. No den nada por supuesto. Nuestros padres son los siglos XIX y XX, sí, pero la casa de nuestros abuelos viene de la Edad Media y la verdad es que el tiempo se está medievalizando. De ahí salimos como los modernos e ilustrados que somos y cada vez que el suelo falla, nos cae un pie en aquella época de claroscuros que nos trajo al mundo. Pasamos del miedo al frío al temor de la sequía. ¿Recuerdan las imágenes románicas, los ciclos del año, la siembra y la siega? ¿Notan una mano que les coge por el tobillo? ¿Ven las tiendas de chamarileros que compran y venden oro para meterlo en cofres que luego esconden en mazmorras o en islas lejanas? ¿Siguen de cerca las apariciones de esos nuevos merlines llamados economistas, con sus símbolos y gráficas y sus predicciones? ¿Los mercados de futuros? ¿Camelot? ¡Bruselas!

Almacenamos hasta las previsiones y las tenemos de todo tipo. Si me permiten, les diré que la del final del mundo me interesa mucho. Según dicen que decían los mayas, el mundo se acabará el 21 de diciembre de este año. Como yo debería cumplir los 40 el 22, si se acaba el mundo a lo mejor me ahorro la crisis de los 40. Compraré lotería por si acaso hay un mañana. Si me toca y no se ha acabado el mundo, puede que invierta en olivos, que lo del oro es un poco chabacano y dicen que hay variedades genéticas que soportan bien las heladas.

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Francesc Serés es escritor.

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