Totalmente pornográfico, indiscutiblemente alta cultura
Voces de mujeres y personas ‘queer’ se alejan de la tradicional mirada masculina para ofrecer una remesa de sexo literario explícito donde la intimidad permite abordar otros grandes temas. ¿Para qué escribir sobre otra cosa, si aquí se concentra todo lo humano?


En La guardiana, recién publicada novela de la debutante Yael van der Wouden (Tel Aviv, 1987) que hurga en las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial en los Países Bajos, las protagonistas —y, a priori, antagonistas—, Isabel y Eva, se ven obligadas a convivir durante unas semanas. La historia, galardonada con el Premio de Ficción Femenina de 2025 (Women’s Prize for Fiction, uno de los más prestigiosos del Reino Unido), presenta a Eva como la novia de Louis, el hermano mayor de Isabel, que debe salir de viaje por trabajo, circunstancia que provoca el encuentro de las dos mujeres en la casa familiar. La distancia que las separaba se va estrechando hasta el punto en que, en un momento dado, a modo de broma, Eva le roba un beso a su cuñada. Con aquel gesto, la hasta entonces recatada Isabel se tira de cabeza: “Tenía la mano abierta en abanico sobre la ingle de Eva, en la juntura con la pelvis; el pulgar tocando la ropa interior. La delicada piel se había humedecido en ese punto. Isabel la besó con más vehemencia”.

La comezón de la narradora de A cuatro patas, de Miranda July (Vermont, 1974) —una artista medio famosa que sale de viaje en coche de Los Ángeles a Nueva York pero acaba quedándose a media hora de su casa—, tiene más que ver con el deseo no materializado: casi todo es platónico en el singular affaire que emprende con un hombre más joven que ella: “Me tumbé en la cama y me toqué mientras pensaba en cómo nos desnudábamos y luego él me metía la polla en el coño, tan mojado que ya me corrí”, nos cuenta así de gráficamente. Ivan, personaje de Intermezzo, de Sally Rooney (Castlebar, Irlanda, 1991), siente una atracción inmediata por Margaret, una mujer también mayor, y la seducción, pese a la incomodidad del momento, no tarda en prosperar: “Ella (…) está muy muy mojada, dentro, donde llega la caricia de sus dedos, mojada y gimiendo desde la garganta”. Por su parte Mia, la poética voz de Leche cruda, de Ángelo Néstore (Lecce, 1986), vuelve a su casa familiar en Italia y allí redescubre las confesiones susurradas a su diario adolescente: “No quiero masturbarme antes de chatear con él. (…) Si lo hago después, disfruto más de las guarradas que me dice”.
Escritores como Tom Wolfe y Erri de Luca han recibido el premio al Mal Sexo de Ficción de ‘Literary Review’
No hace falta ser ningún sabueso para adivinar de lo que hemos venido a hablar aquí: sexo, sexo… y más sexo. Que no es lo mismo —o, al menos, no exactamente lo mismo— de lo que hablan estas y otros tantos escritores actuales, desde Sara Torres a Camila Sosa Villada; de Dolores Reyes hasta Garth Greenwell. La conexión entre tan variopintas miradas reside, sí, en que todas ellas representan la intimidad física como una parte relevante, cuando no determinante, de las historias que se cuentan y, además, esta se muestra de una manera explícita. No hay remilgos, ni tampoco —aparentemente— miedo a sonrojar al lector. Lo que no significa que haya que arrumbar estos libros en las oscuras estanterías de ficción equis: sus aspiraciones son, en realidad, las de la alta cultura. Para hacer apetitosa la escritura de imágenes así, descarnadas a un tiempo que sugerentes y, sobre todo, lo más lejos posible de los estándares absurdos de la pornografía audiovisual, se necesita una buena dosis de destreza. Un talento capaz de caminar en el alambre de lo soez y lo directamente vergonzoso. Muchos han fracasado en el intento: plumas competentes como las Tom Wolfe y Erri de Luca fueron galardonadas por la revista británica Literary Review con su extinto premio anual al Mal Sexo de Ficción, un honor —el de conseguir hacer chirriar los dientes— que el Quadern de EL PAÍS repartió a modo de juego por Cataluña en 2023.

Como ya ha declarado en otras ocasiones, la pretensión de Garth Greenwell (Kentucky, 1978) es la de coronar una potencial lista paralela: la del buen sexo narrativo. El autor estadounidense acaba de publicar novela en España, Lluvia pequeña, un recorrido por el dolor físico que se lee como un prodigio de la plasmación del flujo de conciencia, donde por primera vez deja en los márgenes la que se había convertido en su seña de identidad: la exposición de la intimidad homosexual. Pletóricas de recreaciones pormenorizadas y vívidas, sus anteriores entregas, Lo que te pertenece (2018) —enfocada en dos hombres que se cruzan en un baño popular para la práctica del cruising en Sofía— y Pureza (2021) —de nuevo sobre un profesor estadounidense asentado en la capital búlgara—, cosecharon loas en los medios tales como que “parece que (el escritor) posee una habilidad innata para hechizar” (The New York Times). “Quería ver si puedo escribir algo 100% pornográfico y 100% alta literatura”, le dijo Greenwell a The Guardian sobre Pureza. “El sexo es una suerte de crisol de humanidad, así que la pregunta no es tanto por qué alguien querría escribir sobre sexo, sino por qué querría escribir sobre otra cosa”.
La del cuerpo es una preocupación compartida: el cuerpo que nace, crece, envejece, enferma, muere
Consolidado como experto en este ámbito, Greenwell ha firmado un buen número de ensayos donde aporta su opinión con respecto a las incursiones de otros escritores. De la muy naturalista A cuatro patas, donde July no deja sin mención ningún fluido o excreción corporal, alabó en su Substack (una plataforma de contenido por suscripción) la pericia de la autora a la hora de crear imágenes íntimas y transgresoras, descubrimientos como una escena donde se detiene en la descripción de cómo la protagonista intercepta el chorro de la orina del hombre y este, a cambio, le pone un tampón mientras la sangre gotea en la taza del baño. “Es a la vez hiperrefinada y asilvestrada”, escribió. Y caliente. “Algo que repito a mis alumnos es que la ‘logística es sexy’: que tomarse la molestia de ser claro en cuanto a la colocación de los cuerpos en el espacio, el modo en que los cuerpos se acoplan (…) es crucial a la hora de escribir sobre sexo”, señaló Greenwell. “Y July obtiene mucho impulso de la logística de esta escena”.
Sobre el sexo “salvaje y excepcional” de otra estadounidense, Lidia Yuknavitch (San Francisco, 1963), Greenwell destacó en The New Yorker que se trata de una constante en toda su obra, donde “el trabajo, el sexo y la violencia están inextricablemente conectados”. De esta autora ha salido en España Iluminada, una visión alucinante de un futuro sobrenatural y decadente donde —en efecto— además de viajar en el tiempo los personajes se dedican a trabajar hasta la extenuación, practicar sexo exhilarante y bregar con la violencia rampante, actividades estas cosidas por un mismo hilo: su anclaje en la dimensión de lo físico. De un modo u otro, la del cuerpo es una preocupación —puede que la preocupación—compartida por estas novelas. El cuerpo entendido como el vínculo de la mente con la realidad, como carta de presentación o como contenedor de vida. El cuerpo que nace, crece, se reproduce, enferma, envejece, se afea y… muere. “Cuando leemos una novela, cuando vivimos vicariamente a través de unos personajes, estamos muy poco en nuestros cuerpos”, comenta por correo electrónico Yael van der Wouden, la autora de La guardiana. “Es la mente la que está presente, es la fantasía, pero con un libro muy, muy bueno, tu forma física casi puede desaparecer. Ves la historia desplegarse ante ti y casi no estás en tu cuerpo, y te molesta su presencia —oh, ¿ahora tengo que ir al baño? ¿tengo que comer? —. El cuerpo se entromete en tu inmersión total. Y al mismo tiempo para mí, como escritora, lo más emocionante que puedo hacer es involucrar al cuerpo”.

Los personajes de La guardiana, dos mujeres que sondean su lesbianismo en los años sesenta, un tiempo prejuicioso y aún dolorido por la violencia física y psicológica de la contienda, achacan la extrañeza de habitar cuerpos que a veces perciben como ajenos. Importa aquí, y mucho, la realidad de la autora, declarada intersex, como importa y mucho la realidad de Ángelo Néstore, escritora no binaria que da vida en Leche cruda a una joven trans que afronta el avance de la demencia de su madre quien, a pesar del amor, no puede entenderla. “Es muy interesante que ahora lo sexual, lo explícito, esté en otras manos, voces que le están dando otra vuelta. Eso nos ayuda a ver. Yo no me había dado cuenta de que había sufrido violencia: lo que creía era que yo estaba mal, y que por eso no podía ser objeto de deseo”, explica Néstore al teléfono. “¿Para qué sirve el arte, si no es para representar la experiencia humana en su amplitud?”, plantea Van der Wouden. “Yo escribo desde mi propia experiencia queer, hago preguntas y soy curiosa desde mi postura queer, de modo que involuntariamente mi arte será queer”.
Comandada por mujeres y/o personas queer, esta nueva remesa de sexo literario ofrece una contrapartida a la mirada heteropatriarcal instigada por algunos de los santos patrones de la masculinidad contemporánea (pensamos en la furia de Philip Roth o la sordidez de Michel Houellebecq, quienes, por cierto, parecen no haber producido descendencia clara entre los escritores más jóvenes). No falta, por descontado, la reacción puritana. En Argentina, el año pasado, el gobierno de Javier Milei avaló una campaña de censura escolar contra libros que promueven, en palabras de la vicepresidenta, Victoria Villarruel, la “degradación e inmoralidad”, títulos como Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara; Las primas, de Aurora Venturini y Si no fueras tan niña, de Sol Fantin. Cometierra, de Dolores Reyes, otro de esos blancos señalados, se publicó originalmente en 2019 y se acaba de reeditar en España, casi en sincronía con el próximo estreno de una adaptación en plataformas. Para esta serie, sus creadores quizá se hayan planteado rebajar el tono: mientras en las páginas se cultiva el sexo, un estudio reciente avisaba de que casi la mitad de los jóvenes lo rechaza en las pantallas.
En Argentina, el gobierno avaló una campaña de censura de libros que promueven “la inmoralidad”
Con todo, como decíamos antes, aquí sí hemos venido a hablar de sexo, aunque los escritores hayan venido a hablar de muchísimas otras cosas. De afectos y conexiones, de soledades y compañías, claro, pero también de ramificaciones más intrincadas. La guardiana, por ejemplo, tantea el fantasma inquietante de la complicidad por omisión ante las atrocidades cometidas en nombre de la guerra (Van der Wouden, que es judía nacida en Israel y criada en los Países Bajos, se reconoce del lado de los “perpetradores” en su lugar de origen y del de las “víctimas de la desposesión” en el de su educación, y desde esa posición se pregunta “cuál es el papel del testigo” y “qué responsabilidad se tiene cuando se heredan los crímenes de un país”). En Leche cruda e Iluminada, la narración trasciende el punto de vista antropocéntrico y abre la puerta a otras especies sintientes (gatos, tortugas, gusanos, ballenas). En Intermezzo y también Leche cruda se explora la temática del duelo… Y podríamos seguir. Sobre estas cuestiones, el sexo planea como una fuerza, una señal de vida y, también, una manifestación del carácter. “Para mí, es uno de los elementos más interesantes de mi novela; es parte del estudio del personaje”, concede Van der Wouden. “Y si no es del gusto de todos, ¡que así sea! Un libro que es para todos es un libro que no es para nadie”.
Lecturas
La guardiana. Yael van der Wouden. Traducción de Victoria Alonso Blanco. Salamandra, 2025. 288 páginas, 21 euros.
A cuatro patas. Miranda July. Traducción de Luis Murillo Fort. Random House, 2025. 384 páginas, 22,90 euros.
Intermezzo. Sally Rooney. Traducción de Inga Pellisa Díaz. Random House, 2025. 416 páginas, 22,90 euros.
Leche cruda. Ángelo Néstore. Reservoir Books, 2025. 208 páginas, 18,90 euros.
Pureza. Garth Greenwell. Traducción de Inga Pellisa Díaz. Random House, 2021. 240 páginas, 19,90 euros.
Iluminada. Lidia Yuknavitch. Traducción de Sergio Chesán. Horror Vacui, 2025. 304 páginas, 19,90 euros.
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