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CRÍTICA LITERARIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Un gran señor’, de Nina Bouraoui: la pérdida como amputación

En el nuevo libro de la autora francesa hay algo de valentía, quizá de temeridad, en la descripción de la aflicción que se condensa en torno a la ausencia del padre tras recordar sus últimas horas ingresado en un centro de cuidados paliativos

La escritora francesa Nina Bouraoui en 2021 en París.
La escritora francesa Nina Bouraoui en 2021 en París.JOEL SAGET (AFP / Getty Images)

Hay algo en la etiqueta autoficción que empuja a algunos de sus grandes exponentes a huir de ella o, al menos, matizarla. Annie Ernaux prefiere el término “autosociobiografía”; Nina Bouraoui, que empezó publicando en Gallimard hace tres décadas, la considera una forma de cárcel pese a haber cultivado ella también, además de la narrativa pura —si es que eso es posible—, la difusa frontera que la separa de la autobiografía. Dejémoslo en que ambas se han consagrado a lo testimonial, donde parecen haber encontrado un yacimiento que han sabido explotar con éxito y creces.

Con la publicación de Un gran señor, Bouraoui y Ernaux coinciden, esta vez, en la observación de la pérdida. Si en No he salido de mi noche (Cabaret Voltaire, 2022) Ernaux acertaba entregando en crudo las notas que en su día garabateó para dar fe de la degradación de su madre, Bouraoui reelabora, en su último trabajo, el recuerdo de las últimas horas del progenitor, ingresado en un centro de cuidados paliativos. El pacto, aquí, es con la verdad: la escritora debe aprender a vivir sin la mirada de una figura que fue refugio y referente, y aun resistiéndose a soltar la mano de un padre que en su día juzgó eterno, se ocupa de la reconstrucción de esa porción de la vida que ante el hachazo de la muerte se queda a la intemperie.

Un gran señor, cuya traducción firma Malika Embarek López, discurre en paralelo a Mis malos pensamientos, galardonado en 2005 con el Premio Renaudot. La autora recupera en él sus obsesiones (la homosexualidad, la fractura identitaria, la relación con la Amiga, la pérdida del lugar idealizado), y acierta conjugando imágenes de notable belleza con destellos de esa prosaica realidad que acompaña a la pérdida. En un texto marcado por la cadencia de la yuxtaposición, que en ocasiones se usa como coartada para prescindir de mayor elaboración literaria, Bouraoui compensa con sensibilidad el carácter reiterativo del discurso, que traslada al lector la tarea de desbrozar unos recuerdos que ella misma parece convocar sobre la marcha. La sensación de hallarse ante un conjunto algo deslavazado, que resultaría inherente a unas notas ofrecidas sin tratar —al modo de Ernaux—, adquiere otra dimensión al presentar el texto como artefacto literario.

Existe valentía, incluso temeridad, en la tentativa de describir la aflicción que condensa en torno a la ausencia, a sabiendas de que carece de campo abierto para reverberar, al menos como debiera, en quienes no han llegado a enfrentarse a la pérdida. Es una cita de Roland Barthes —que a la muerte de su madre buscó abrazar su ausencia alimentando un Diario de duelo— la que me lleva a comprender por qué la autora, de quien celebré en su día Rehenes y Mis malos pensamientos, no ha logrado conmoverme: “Durante meses, fui su madre”, escribe Barthes. “Es como si hubiera perdido a mi hija (¿hay dolor mayor? No había pensado en eso)”.

Es posible que en el duelo, como en la maternidad, se trate de vivir para contarla. Si las palabras de Ernaux permiten conectar con un terror primario —el de verse atrapado en un cuerpo habiendo perdido la cabeza—, Un gran señor se ve obligado a luchar contra la cerrazón en la que algunos, amparados en la fortuna de no haber conocido la orfandad, nos hemos empeñado en instalarnos.

Portada de 'Un gran señor'.

Un gran señor

Nina Bouraoui
Traducción de Malika Embarek López
Tránsito, 2024
196 páginas. 19 euros

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